Modesto homenaje a Eduardo Mateo a 30 años de su muerte
Y sin quererlo, quizás, logra brindarnos algo que nos ayuda a remover aquello que dejamos enterrado pero nunca solucionado, y nos permite revivirlo para sanarlo y liberarnos, dejarlo ir.
Probablemente sea inevitable que las más bellas obras de arte hayan tenido que provenir de personas que la pasaron mal. Quizás no queda otra que atravesar los más profundos valles del dolor para poder componer los más elevados compases o las más sublimes pinceladas.
Pienso en la depresión de Van Gogh, en el corto y sinuoso camino que recorrió Seurat, en la penumbra de Juana de Ibarborou, y en la tragedia de Delmira Agustini.
Y al repasar la letra de Y hoy te vi pude sentir que el autor no estaba describiendo algo ajeno, sino su propio derrotero. Enseguida me conmoví pensando que hay tanta gente que atraviesa tormentos pero sin mostrarlos. De pronto, ve su rostro aparentemente alegre o una actitud de exagerada exaltación de un momento de sonrisa, pero en realidad, no vemos lo que sufre, porque como dice la misma canción, nunca dice lo que hay en él.
Valoro a los artistas no solo por su obra, sino también por su vida. Es que una bella obra de arte me lleva a querer conocer al artista y de pronto pensar que el estilo de vida del artista es también digno de admiración e imitación. Eduardo Mateo nunca fue santo de mi devoción. Siempre admiré sus piezas pero nunca le tuve ese grado de veneración que mucha gente le tributa. Era capaz de componer arte con belleza, orden y armonía, pero su vida personal estaba alejada de eso. ¿Cómo puede un artista componer arte pero no componer su propia existencia?
De joven, solía ser una persona muy prejuiciosa. Al ver a los demás, su apariencia y una breve conversación, solía armarme una idea de lo que la otra persona era. Pero Dios me ha dado la oportunidad de estar cerca de personas, todas muy diversas entre si, y tener la oportunidad de conocerlas más íntimamente. Descubrí que la vida no es lo que uno se imagina que es, y que muchas personas de pronto no son lo que hubiesen querido ser, sino lo que resultó ser a causa de su entorno, sus vivencias, etc. Aprendí que a veces las personas tan solo intentan llenar su tiempo de momentos de felicidad pero resignados a no poder cambiar su situación de fondo. Algunos, como decía Dino, sienten frío y ya no se quejan.
Y he llevado a preguntarme si sería que una persona vive determinada vida porque así realmente lo ha querido, o porque así lo quisieron otras fuerzas que hacia allí lo han llevado.
O una combinación de ambas: una mala decisión en algún momento que desató una serie de acontecimientos que se salieron de control y le llevaron a un destino que le resulta difícil abandonar y que, de pronto, al pasar el tiempo y disminuir las fuerzas, ya no quiere intentar hacerlo.
Aprendí a mirar cada vida con misericordia, como Dios nos ve.
Hace meses me contaron una historia de Eduardo Mateo.
En la década del 70, durante un período económico malo de la vida del artista, mientras toda una generación ya tarareaba sus canciones, solía ir al café Sorocabana para solicitar la generosidad de algún comensal que le ofreciera unos pesos para comprarse un café y una medialuna. Para su fortuna, habían comensales que no le daban unos pesos, sino que lo invitaban a compartir la mesa y le compraban el café y las medialunas. Y así, a diario.
Pero un día fue diferente. Entró al café, se dirigió a la mesa donde estaban sus habituales comensales y dijo: hoy invito yo el café y las medialunas para todos.
Para sorpresa de todos, ese día Mateo tenía dinero. Entonces, le preguntaron: ¿Qué pasó, Mateo?
Y él respondió: Sandra Miánovich grabó “Y hoy te vi” y me acaban de pagar las regalías.
Y allí se deja ver la luz de un corazón noble detrás de las sombras de aquel rostro: lo primero que hizo cuando tuvo unos mangos fue agradecerle a los comensales que durante días lo ayudaron desinteresadamente. Para esas personas, el gracias era suficiente. No necesitaban que Mateo ni que nadie les pague un café. Y Mateo también sabía que no necesitaba pagarles un café de regreso. Pero lo de Mateo en esa noche no fue un “gracias por el café y las medialunas”, sino un “gracias por sentarme en vuestras mesas, por no rechazarme, por tratarme como uno de ustedes, por no juzgarme. Ahora que tengo, quiero compartir así como ustedes han compartido lo que tenían conmigo”.
Al final, eso es lo que los evangelios nos dicen que Jesús hacía: compartía la mesa con los más necesitados y les brindaba un momento de vida y esperanza, para comunicarles el mensaje de que el reino de los cielos es eso, una larga mesa donde todos vamos a compartir un banquete, cuando ya no haya tormento ni dolor.
Quizás aquellas medialunas con café que los comensales del Sorocabana le invitaban, eran para Mateo una dosis de vida en medio de la muerte que sufría cada noche larga cuando una esperanza le mentía.
No. No va a ser nunca un ejemplo de vida. Y sí. Es cierto que él nunca pretendió serlo. Y sí. Es injusto que uno le exija eso. A menudo, ni siquiera uno mismo es un ejemplo de vida para uno mismo.
En el día de hoy, a treinta años de su muerte, quiero recordar al ser humano que tuvo la generosidad de convertir su vivencia en obras de arte que han contribuido y contribuirán a que seamos cada vez más humanos, más empáticos, y más sensibles a comprender los misteriosos y complejísimos mecanismos que condicionan nuestras decisiones y conductas.
Hoy creo que Mateo contribuyó a que tengamos un mundo un poquito mejor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario