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Desordenado y vacío

“Y la tierra estaba desordenada y vacía…” . Génesis 1:2. La Biblia dice que cuando Dios creó los cielos y la tierra, la tierra estaba d...

martes, 26 de diciembre de 2017

La historia de la Navidad, nunca mejor contada.

En el principio ya existía la Palabra […] 
Aquel que es la Palabra se hizo hombre, y vivió entre nosotros. 
Juan 1.1, 14 

El Autor de la vida 

SENTADO ANTE el gran escritorio, el Autor abre el gran libro. No contiene palabras. No contiene palabras porque estas no existen. Y no existen porque no se necesitan. No hay oídos para oírlas, ni ojos para leerlas. El Autor está solo.

Toma el gran bolígrafo y empieza a escribir. Como el artista combina los colores y el tallador sus herramientas, el Autor une las palabras.

Hay tres. Tres únicas palabras. De esas tres surgirá un millón de pensamientos. Pero la historia pende de esas tres palabras.

Toma su bolígrafo y escribe la primera. T-i-e-m-p-o.

El tiempo no existía hasta que Él lo escribe. Él, Él mismo, es sin tiempo, pero su narración se encerrará en el tiempo. La obra que comienza a escribir tendrá un primer amanecer, un primer movimiento de la arena. Un comienzo… y un término. Un capítulo final. Él lo sabe antes de escribirlo.

Tiempo. La distancia de un paso en el sendero de la eternidad. Despacio, tiernamente, el Autor escribe la segunda palabra. Es un nombre. A-d-á-n.

Mientras escribe, lo ve. El primer Adán. Luego ve a los demás. En mil eras, en mil tierras, el Autor los ve a todos. A cada Adán. A cada hijo. Los ama al instante. Los ama para siempre. A cada uno le asigna un tiempo. A cada uno le señala un lugar. No hay accidentes. No hay coincidencias. Sólo designio.

El Autor les promete a los que aún no han nacido: Los haré a mi imagen. Serán como yo. Reirán. Crearán. Nunca morirán. Y escribirán.

Tendrán que hacerlo, porque cada vida es un libro, no para leerse, sino para escribirse. El Autor comienza la narración de cada vida, pero cada vida escribirá su propio final.

¡Qué riesgosa libertad! Habría sido más seguro haber terminado la historia de cada Adán. Escribir cada alternativa. Pudo haber sido más simple. Más seguro. Pero no habría sido amor. Amor es amor sólo si se escoge.

Así es que el Autor decidió dar a cada hijo un bolígrafo. <<Escriban con cuidado>>, susurró.

Con todo amor, deliberadamente, escribió la tercera palabra, sintiendo ya el dolor. E-m-a-n-u-e-l.

La más grande mente en el universo imaginó el tiempo. El juez más justo concedió a Adán una elección. Pero el amor fue el que dio a Emanuel. Dios con nosotros.

El Autor entraría en su historia.

El Verbo se haría carne. Él, también, nacería. Él, también llegaría a ser humano. Él, también tendría pies y manos. Él, también tendría lágrimas y pruebas.

Y, lo más importante, también tendría que hacer una elección. Emanuel se erguiría en la encrucijada de la vida y la muerte, y haría una decisión.

El Autor conoce bien el peso de esa decisión. Hace una pausa y escribe la página de su propio dolor. Pudo haberse detenido allí. Hasta el Autor tiene que hacer una decisión. Pero, ¿cómo podría el Creador no crear? ¿Cómo podría un Escritor no escribir? ¿Y cómo podría el Amor no amar? Así es que Él elige la vida, aunque esta signifique la muerte, con la esperanza que sus hijos hagan lo mismo.

Y así, el Autor de la Vida completa su historia. Clava el clavo en la carne y rueda la piedra sobre la tumba. Sabiendo la elección que va a hacer, conociendo la elección que todos los Adanes van a hacer, escribe: <<Fín>>. Cierra el libro y anuncia el principio- <<¡Hágase la luz!>>

Video  

Lucado, M., (1996), El trueno apacible, Nashville, TN (EE.UU), Editorial Caribe. Páginas 21-25.

domingo, 24 de diciembre de 2017

Adviento 2017 – Semana #4: Esperanza. Reflexión final.

Adviento 2017 – Semana #4: Esperanza. Reflexión final. 

Esta navidad será, sin dudas, muy especial para la familia. Desde hace poco más de 10 años, cuando murió el hermano mayor de mi abuela, comencé a darme cuenta que esa generación se estaba comenzando a ir. Luego de la partida de ese tío abuelo, al año siguiente falleció un cuñado de mi abuela; más adelante, un mes luego de nacida Julieta, partió el hermano menor de mi abuela; finalmente murió mi abuela hace 4 años, para un par de años luego morir otro de sus hermanos. Por el lado de ella, solamente quedan dos hermanas: la más grande y la más chica. 

Hoy es 24 de diciembre. Anoche nos enteramos de que otro tío abuelo de esa generación se había ido. Otro cuñado de mi abuela. Curiosamente, partió el mismo día que una de sus hijas cumplía 53 años. Qué coincidencia. El mismo día que se celebraban 53 años de una llegada, ocurrió una partida. A 48hs. de que el mundo recuerde la llegada del Salvador, nuestra familia sufre una partida. 

Los fallecimientos siempre son momentos de reflexión. Nos ponen de frente a un hecho inevitable de la vida. Nos enfrenta a lo único seguro que tenemos, puesto que la muerte es lo único en esta vida que tiene probabilidad 1 de ocurrir. 

Ocurre, sí o sí. 

Nada en esta vida te asegura felicidad, prosperidad, un buen pasar, etc., pero puedes estar seguro de que no te vas a quedar aquí para siempre. En algún momento te vas a ir. 

Nos vamos a ir. 

Llegados estos momentos nos hacemos la pregunta: ¿qué viene después? ¿Acaso el final del proceso biológico es el final definitivo? Si consideramos que somos el resultado de millones de años de evolución de azarosas interacciones entre partículas que asombrosamente vencieron la tendencia al desorden del universo y se comenzaron a ordenar para dar lugar a la vida, cabe preguntarse: ¿millones de años de evolución para que todo se acabe en 80 años? Es una cuestión que al ser humano no le cierra. No puede ser que todo acabe así, abruptamente, cuando el corazón deja de latir. Y lo que es peor, como seres humanos no podemos voluntariamente hacer que nuestro corazón dé un latido: los latidos del corazón son automáticos. Son como un motor en ralentí, una vez que se le dio el chispazo inicial, andará hasta que se apague, pero una vez apagado, ya no se lo puede prender. Ninguno de nosotros puede evitar que, llegado el momento, el corazón se detenga. Y no podemos hacer que siga latiendo. Es tal vez por eso que el ser humano busca trascender su propia existencia. 

El primer acto de trascendencia son los hijos. Cuando en ellos vemos reflejados nuestros modismos, nuestra forma de hablar, el parecido en sus rostros, nuestras posturas, inmediatamente apreciamos que allí está nuestra continuidad. Algún día nosotros no estaremos más, pero nuestros hijos harán que nuestra mirada, nuestras posturas, o la forma en que nos reímos a carcajadas, continúen estando. Puede parecer torpe esto que voy a escribir ahora, pero cada vez que subo a Facebook una foto de mi abuela Felicia, Facebook etiqueta automáticamente a mi tío Ricardo (su hijo). Todos somos capaces de ver el parecido entre mi tío y su madre, pero para Facebook son idénticos. Y siempre que esto ocurre, es como que Facebook nos recuerda que mi abuela sigue estando. De alguna forma sigue estando. 

Trascender es evitar la muerte. Por eso muchas personas trascienden a través de la obra que han hecho, si le hicieron algún aporte a la sociedad, si se destacaron en el terreno de las letras, el arte o el deporte, etc. ¿Por qué buscamos trascender? En el fondo tenemos esa sensación de que esto no acaba acá. No puede ser que acabe acá. ¿De dónde proviene esa noción? La Biblia nos dice que Dios ha puesto eternidad en el corazón de los hombres (Eclesiastes 3:11). Tenemos dentro de nosotros la noción de la eternidad, de algo que trasciende el mundo material. Sabemos, tal vez inconscientemente, que estamos de paso aquí, y que, por ende, no pertenecemos a aquí. 

Hace poco escuché una canción. Enfoca la noción de Cielo como un lugar en el que ya estuvimos y al cual vamos a regresar, y no ir por primera vez. Materialmente, para nosotros, todo comenzó cuando salimos del vientre de nuestra madre. No tenemos una nítida memoria de ningún momento anterior. Sin embargo, dentro de nosotros sabemos que estuvimos allí y que hacia allí vamos. Esa noción de saber que no pertenecemos aquí y que nuestro hogar definitivo nos está esperando, que este período acá es tan solamente una parada en la ruta al lugar a dónde nos dirigimos, de que ese Hogar será un lugar de paz, dónde no habrá más llanto ni clamor ni dolor, se llama ESPERANZA

La Navidad es el tiempo de meditación en nuestra Esperanza. Jesucristo es nuestra esperanza, pues es quien nos trazó el camino que nos lleva al Hogar. Su nacimiento y obra nos regaló la entrada al cielo. Es Jesús quien nos ofrece la alegría del reencuentro con quienes se nos adelantaron. 

Mi mamá escribió así de su madre cuando murió: “Me quedo una última charla porque no quería hablarte de una eminente partida. Me quedo una última charla y no me atreví, por que te vi pegadita a la vida, Pero lo bueno, en definitiva, es que tenemos una charla pendiente para cuando nos volvamos a encontrar, amiga querida”

lunes, 18 de diciembre de 2017

Adviento 2017 – Semana #3: Abnegación. Reflexión #1

Adviento 2017 – Semana #3: Abnegación. Reflexión #1 

Abnegación: Renuncia voluntaria a los propios deseos, afectos o intereses en beneficio de otras personas.

Se acerca la Navidad y si hay un ejemplo de abnegación admirable es el de María, la madre de Jesus.

Nada más imagínate la vida de María. Era una jovencita comprometida para casarse, virgen, y de buena familia. Sus planes eran esos: casarse y formar su familia, ser una buena esposa para José y una buena madre para sus hijos. De la noche a la mañana todos sus planes se ponen en riesgo.

Un ángel del Señor se le presenta y le anuncia que ella había sido escogida por Dios para llevar en su vientre al Salvador del mundo. “¿Cómo será esto posible si soy virgen? ¿Cómo voy a quedar embarazada?” El ángel le dice que el poder del Altísimo le cubriría y engendraría al niño en su interior.

En ese momento, María podría haber pensado mil cosas y haber calculado los riesgos de tal situación. Decir que había quedado embarazada sin que José la haya tocado aun iba a ser interpretado por el resto del pueblo como que María anduvo con otro, engañando a su futuro marido y teniendo intimidad con un hombre sin estar casada: le esperaba la muerte por lapidación. En concreto, la hubieran apedreado. Se quedaría sin su sueño de ser esposa y madre. Se quedaría sin nada, y además, muerta. ¿ Todo por decir que sí a un loco plan de Dios?

Al decir que sí al ángel, María asumía un montón de riesgos y una incertidumbre enorme. No sabía cómo José iba a reaccionar. Incluso la primera reacción de José fue mala, la quiso repudiar. Imagínate la noche que habrá pasado María luego de que José le dijo que la iba a repudiar. Pero para su fortuna, Dios habló con José y le confirmó el asunto, y éste no la repudió.

María podrían haberle dicho al ángel: “Mirá, yo ya tengo planes y los quiero llevar adelante con tranquilidad, no me compliques, búscate a otra”. “Me arriesgo mucho, no; gracias”. Pero María sabía quién le hablaba. Era el mismísimo mensajero de Dios. María sabía que Dios no haría nunca algo para su mal. En el fondo tenía la plena convicción de que podía entregarse confiadamente a las manos de Dios para que Su plan se cumpliera. María dijo sí. Y Dios cuidó de cada detalle para que ningún sueño de María cayera por la borda. María se casó, fue esposa y madre y sin dudas la mujer más privilegiada de la historia de la humanidad.

 ¿Y tú? ¿Aceptarías el llamado de Dios sin medir las consecuencias? ¿Te entregarías por completo a él?

Dios es abnegación y entrega. Se entregó por completo, no escatimó nada. Ni siquiera a su propio hijo. Para cumplir su plan, necesitó de María, otra abnegada; otro ejemplo de entrega.

Dios busca personas con su mismo carácter. Si en una semana vamos a estar celebrando la navidad, es gracias a que hubo una mujer abnegada, llena de fe y confianza en Dios, que aceptó ser un instrumento en manos del Creador.

viernes, 15 de diciembre de 2017

Adviento 2017 – Semana #2: Paz. Reflexión #2

Adviento 2017 – Semana #2: Paz. Reflexión #2 

El Regalo de Dios es VIDA ETERNA en Cristo Jesús nuestro Señor. 
Romanos 6:23 
Todo bien y todo regalo perfecto vienen de arriba, del Padre de las luces. 
Santiago 1:17 

Estamos en las semanas previas a la navidad y no parece lógico que hablemos de la muerte de Jesús; eso quedaría para pascuas. Pero resulta imposible: Jesús nació para morir. Ese era su cometido. Dar su vida por un determinado propósito. Por eso quizás los sabios del oriente (los reyes magos) le obsequiaron mirra a María. Ellos obsequiaron oro (presente para un rey) proclamando a Jesús como Rey, obsequiaron incienso (usado para rituales de adoración divina) proclamando a Jesús como Dios, y mirra (sustancia resinosa aromática usada para embalsamar a los muertos) proclamando que este niño que acababa de nacer, iría a morir. Bueno, en definitiva, todos vamos a morir. 

Ya se sabe que todo niño cuando nace, algún día va a morir. ¿Cuál es la necesidad de resaltar ese hecho, que siempre es triste, en un momento tan feliz, como el de un nacimiento? Es que la muerte de Jesús sería algo especial. 

La ley de Dios indica que los padres no pagarán por el pecado de los hijos, ni viceversa, sino que cada uno dará cuenta de sus propios actos. No es que hoy estemos pagando el pecado de Adán, sino que todos somos pecadores y merecemos castigo por nuestras propias malas acciones. 

Sí, es cierto que gracias a Adán nuestra naturaleza es pecaminosa, no parece racional que ante cada acto malo de nosotros, escapemos al son de: “ah bueno, culpa de Adán”. El castigo que merecemos no es el castigo por los actos de Adán, sino por nuestros malos actos. Y como se detalló en la reflexión anterior, en la medida en que cada ser humano tiene la potencialidad de cometer actos atroces, viviremos en un mundo rodeado de maldad. 

La buena noticia es que Jesús nació y se convirtió en PRÍNCIPE DE PAZ. Y lo es porqué sufrió lo peor que la humanidad le puede hacer a una persona. Él venció a la muerte y es quien puede derrotar el mal en nosotros. Gracias a su muerte, Él pagó el castigo que deberíamos pagar nosotros y nos da la posibilidad de acercarnos a Él y entregarle nuestra humanidad para que Él ponga paz en nuestros pensamientos e impulsos. 

Hubo un tiempo cuando el rostro de la humanidad era hermoso y agradable. Pero eso era antes de la maldición, antes que las sombras cayeran sobre Adán. A partir de ese día, hemos sido diferentes. Bestiales. Feos. Despreciables. Cascarrabias. Hacemos las cosas que sabemos que no debemos hacer y después nos preguntamos por qué las hicimos. Momentos después, comienza el remordimiento. 

"¿Por qué habré hecho eso?" 

La Biblia nos lo explica: No hago lo que quiero, sino lo que no quiero, eso hago (Romanos 7:15). La maldad en su máxima expresión se manifestó cuando Jesús fue azotado, torturado y escupido, para luego ser crucificado, sin haber cometido pecado alguno. Los soldados romanos sometieron a Jesús a un tratamiento indigno, infrahumano. Solamente odio salía de cada golpe, de cada insulto, y del escupitajo que le propinaron a un ya medio muerto Jesús. Un inexplicable placer en ver el dolor y la desgracia ajenas. Una ausencia total de empatía. 

No es agradable escribir acerca de estas cosas, pero debemos enfrentar el hecho que hay algo bestial dentro de cada uno de nosotros. Alguien que nos hace hacer cosas que aun a nosotros nos sorprenden. 

"¿Qué hay dentro de mí?" 

Para esa pregunta, la Biblia tiene una respuesta de seis letras: P-E-C-A-D-O. Hay algo malo -bestial- dentro de cada uno de nosotros. El pecado. No es que no podamos hacer lo bueno. Lo hacemos. Lo que pasa es que no podemos dejar de hacer lo malo. Nuestras obras son feas. Nuestros actos, rudos. No hacemos lo que queremos, no nos gusta lo que hacemos y, lo que es peor (si hay algo aun peor), no podemos cambiar. Tratamos de hacerlo, sí. Pero: 

¿Mudará el etíope su piel, y el leopardo sus manchas? Así también, ¿podréis vosotros hacer bien, estando habituados a hacer mal? 
Jeremías 13:23 

Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden. 
Romanos 8:7 

Para confirmar la eficacia de esta afirmación, se propone el siguiente reto: durante las siguientes 24 horas debes intentar vivir una vida sin pecado. ¿No puedes? ¿Una hora? ¿Cinco minutos? Esto significa que tenemos un problema. Somos pecadores. Y esto es lo que nos merecemos por ser pecadores: 

La paga del pecado es muerte (Romanos 6:23) 
Sin santidad nadie verá al Señor (Hebreos 12:14) 
La ganancia del impío es castigo (Proverbios 10:16) 

Jesucristo llevó toda esa maldad a la cruz. Cargó sobre sus hombros toda la maldad de la humanidad representada en los actos atroces de los que fue víctima. Y al cargar toda la maldad del hombre y llevarla a la cruz, literalmente mató la maldad. Venció al mal. Lo clavó en la cruz junto con Él. 

Isaías 50:6: no escondí mi rostro de injurias y de escupitajos. 

Esto significa, concretamente, que cada día podemos acercarnos en oración a Jesús y pedirle que tome nuestra humanidad y la crucifique junto con él. De esta manera, nuestros impulsos quedan sometidos voluntariamente al señorío de Cristo y podremos desarrollar un carácter pacífico. 

Si tan solamente todas las personas sometieran sus impulsos al dominio de Cristo, tendríamos cada vez menos actos de maldad, y tendríamos un mundo de paz. 

Jesús es el Príncipe de Paz, quien sufrió en sí mismo el castigo que era para nosotros y quien tiene todo el poder de intervenir nuestro carácter, para que tengamos un mundo más pacífico. 

Romanos 6:23. Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro. 

 En cada oportunidad de recordar el nacimiento de Jesús, recordemos que su nacimiento también es el comienzo de una nueva oportunidad para la paz.

domingo, 10 de diciembre de 2017

Adviento 2017 – Semana #2: Paz. Reflexión #1 

Desde el momento en que Adán y Eva comieron del fruto prohibido, abrieron la puerta al mundo a un elemento que hasta ese momento estaba excluido: el mal. Dios puso a la tierra bajo el mando de Adán y una vez que éste pecó, su pecado tuvo efectos sobre esa tierra que tenía a su cargo. Desde ese momento, el mundo pasó a tener el combo competo: el bien y el mal. 

Hoy en día vivimos en un mundo donde abundan tanto las obras de bien como las de mal. Pero las obras malignas son las que más nos impactan y nos duelen. Muchas veces nos hacen sentir la percepción de que es mayor el mal que hay sobre la tierra, que el bien. De hecho, no estamos muy equivocados. Jesús, refiriéndose a los últimos tiempos, dijo: “por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará” (Mateo 24:12). 

A menudo vemos actos atroces, cometidos por personas a las que rápidamente nos apuramos a juzgar y condenar. Pero el detalle está en que, en realidad, cada uno de nosotros, en tanto somos hijos de Adán, tenemos la posibilidad de cometer maldad. Desde que Adán comió del fruto prohibido, ingresó un personaje a la escena, que pasó a formar parte de nuestra naturaleza. Su nombre: PECADO. El pecado que habita en nosotros nos conduce a hacer cosas malas. Algunos tenemos más o menos capacidad de refrenar nuestra maldad, pero todos, en mayor o menor grado, hemos cometido alguna maldad alguna vez, y las seguimos cometiendo. 

Ya sea una acto cruel, inhumano, o una pequeña maldad, todas tienen un mismo origen: el pecado que habita en nosotros. Nuestros impulsos humanos están siempre enemistados con el bien, porque no pueden someterse a la ley divina, ni tampoco pueden (Romanos 8:7). Por más que nos esforcemos, no podemos hacer siempre el bien. El Apóstol Pablo nos enseñó que hacemos el mal que no queremos hacer. 

La buena noticia es que Jesús nació. Él es el PRÍNCIPE DE PAZ. Y lo es, porqué sufrió lo peor que la humanidad le puede hacer a una persona. Él venció a la muerte y es quien puede derrotar el mal en nosotros. Pero sobre eso reflexionaremos en la próxima entrega.

martes, 5 de diciembre de 2017

Adviento 2017 – Semana #1: Amor. Reflexión #2

Adviento 2017 – Semana #1: Amor. Reflexión #2

¿Qué es el amor? Es una decisión racional que implica dar la vida por el otro. No tiene nada que ver con las emociones, y ni siquiera es romántico. El amor es una decisión personal que se toma y se sostiene SIN IMPORTAR CÓMO LOS DEMÁS RESPONDEN.

Dios decidió amarnos desde antes de crearnos, por tanto, la decisión de amor de Dios se hizo sin esperar nuestra respuesta. Nuestra decisión de apartarnos de Dios (el pecado) nos mereció la muerte, el castigo. Pero Dios se levanta por encima de eso y nos obsequia la vida eterna a través de Jesús. Sólo tenemos que querer aceptar ese regalo.

Pero lo importante es que Dios nos ofrece ese regalo sin importar nuestra respuesta ante su gesto. Él no se sentó a esperar a ver si el hombre quería ser salvado. Nos salvó igual, porque el amor impulsa a tomar decisiones sin esperar la acción del otro. Si algo ha de hacerse por amor, ha de hacerse, no importa cómo actúe el otro.

Ese concepto de amor de Dios, incondicional, desinteresado, y muchas veces no correspondido, es muy distinto al concepto de amor que tenemos los humanos. Nosotros solemos hacer cosas buenas por los demás, en la medida en que los demás luego respondan adecuadamente a nuestros actos, o hacemos buenos actos en respuesta a buenas acciones recibidas. Pero nos cuesta enormemente hacer actos buenos para con aquellas personas que ignoran nuestra existencia, o que responden hostilmente a nuestras acciones.

Dios nos enseña que el amor no tiene porqué ser recíproco. Las Escrituras nos muestran precisamente esto: Dios nos amó primero y nosotros respondemos a su amor (1º Jn. 4:19). No al revés. No es que Dios nos amó luego de ver nuestra acción de amor hacia Él.

Esto nos conduce a un punto importante: Dios no te echa en cara el regalo que ha logrado para ti. Nosotros, sin Dios, no somos nada; pero Dios sin nosotros sigue siendo Dios. Él ha dado la muestra más grande de amor que se puede dar.

Y lo hizo para que, en el marco de la libertad, tu elijas.

domingo, 3 de diciembre de 2017

Adviento 2017 – Semana #1: Amor. Reflexión #1

Adviento 2017 – Semana #1: Amor. Reflexión #1 

Introducción previa: ¿Qué es el Adviento? Es un período aproximado de cuatro semanas antes de la Navidad, en el que los cristianos se preparan espiritualmente para celebrar la venida de Jesús. La palabra “Adviento” proviene en latín del verbo advenir que significa venir o llegar. El adviento es el tiempo de la espera de la llegada del Señor. Las fechas del Adviento se fijan entorno a las fechas de la Navidad. Siempre cuenta con cuatro domingos, aunque las semanas no sean completas. Empieza el domingo cuarto anterior a la Navidad, que en 2017 será desde el domingo 3 de diciembre hasta el domingo 24 de diciembre. En cada semana previa se reflexiona acerca de un tema. Para este 2017, he elegido los siguientes temas, en orden: Amor, Paz, Abnegación, Esperanza.


Un vínculo de amor genuino es aquel que se da en un marco de libertad: libertad para elegirse entre las personas que se vinculan. Y, sobre todo, libertad para que una de las dos partes decida finalizar el vínculo. Cuando Dios crea al hombre, lo hizo con la intención de generar un vínculo de amor entre Él y su creación. Pero para que ese vínculo fuera genuino, el hombre debería tener la oportunidad de poder rechazarlo, para que el amor entre Dios y el hombre se sustentara en una decisión libre y voluntaria de éste último, y no en el resultado de la existencia de una única e inevitable opción.

Eden. By Ron DiCianni


Es por esa razón que Dios pone en medio del jardín al árbol del bien y del mal, para que el hombre tenga la oportunidad de rechazar a Dios. Y lo hace.

Pero así como el vínculo genuino del amor implica la libertad para que una de las partes finalice el vínculo, también implica el derecho de la otra parte de no querer resignarse a que el vínculo finalice y tender un puente en caso de que la parte que rompe el vínculo se arrepienta y quiera volver. Siempre en el marco de la libertad. Y precisamente, Dios no hizo al hombre para perderlo. Dios necesitaba, no solamente crear al hombre, sino planificar de qué manera iba a lograr que el hombre, en caso de rechazarlo, tuviera un camino de regreso, si deseara volverse a Dios.

Ese camino de regreso no sería fácil. La consecuencia de alejarse de Dios es la muerte y desde que Adán y Eva decidieron alejarse de Dios, todos estamos destituidos de su Gloria. Solo la muerte del Hijo de Dios, de Jesúcristo, Hombre sin pecado alguno, podía pagar el precio para nuestra salvación. Por causa de nuestro pecado, nosotros solo merecemos castigo, pero Jesús se puso en nuestro lugar y recibió ese castigo sobre sí mismo, pagó el precio, y se convirtió, de esa manera, en el camino de regreso al Padre.

Todos nosotros tenemos la oportunidad de decidir, si queremos, volver al Padre; volver a nuestro creador. El camino está hecho. Solo hay que querer transitarlo (Ap.3:8.).

Pero lo más maravilloso de esto es que Dios sabía que, en caso de que el hombre decidiera rechazarlo, su Hijo debería ser entregado para salvación del hombre. Y eso lo sabía ANTES DE CREAR AL HOMBRE. No es que Dios creó al hombre, el hombre lo rechazó, y recién ahí Dios dijo: “Uia! Y ahora, ¿como arreglo esto?” No. Dios tenía todo planificado previamente: la creación del hombre y la fórmula para recuperarlo en caso de que se perdiera.

Y aun así, sabiendo de antemano que el precio que iba a tener que pagar para recueprar al hombre iba a ser la tortura, el sufrimiento y la muerte de su Hijo Unigénito, aun así, creó al hombre.

¿Cuántos de nosotros haríamos algo sabiendo que de antemano nos va a costar la vida de uno de nuestros hijos? Pues Dios lo hizo. Nos creó aun a riesgo de tener que dar la vida de su Hijo Amado. Esa es la magnitud del amor de Dios por nosotros.

“Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro”.

Romanos 6:23 (RVR1960)

martes, 7 de noviembre de 2017

Extracto: Él escogió los clavos

El Regalo de Dios es VIDA ETERNA en Cristo Jesús nuestro Señor. 
Romanos 6:23 
Todo bien y todo regalo perfecto vienen de arriba, del Padre de las luces. 
Santiago 1:17 

 ¿Te has preguntado por qué Dios da tanto? Podríamos existir con mucho menos. Pudo habernos dejado un mundo plano y gris; no habríamos sabido establecer la diferencia.
Si nosotros hacemos regalos para demostrar nuestro amor, ¿cuánto más no querría hacer Él? Si a nosotros -salpicados de flaquezas y orgullo- nos agrada dar regalos, ¿cuánto más Dios, puro y perfecto, disfrutará dándonos regalos a nosotros?
Jesús preguntó: Si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿Cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le piden? (Mateo 7:11).

¿Qué habría sido de la Bestia si la Bella no hubiera aparecido? Tu conoces la historia. Hubo un tiempo cuando su rostro era hermoso y su palacio agradable. Pero eso era antes de la maldición, antes que las sombras cayeran sobre el castillo del príncipe, antes que las sombras cayeran sobre su corazón. Y cuando esto ocurrió, él se ocultó. Se recluyó en su castillo, con su hocico reluciente, sus colmillos encorvados y un talante horrible. Pero todo eso cambió cuando llegó la joven.
Me pregunto, ¿qué habría sido de la Bestia si la Bella no hubiera aparecido? O, ¿qué habría pasado si ella no hubiera tenido la actitud que tuvo con él? ¿Quién habría podido reprocharla? Él era... ¡una bestia! Velludo. Le corría la baba. Rugía cuando quería decir algo. Su aspecto aterrorizaba. Y ella era una belleza. Adorable. Amable. Si en el mundo dos personas correspondieran fielmente a sus nombres, estas serían la Bella y la Bestia. ¿Quién habría podido criticarla si ella no le hubiera prestado atención?
Pero ella lo hizo. Y porqué la Bella amó a la Bestia, esta llegó a ser más hermosa.
La historia nos resulta familiar, no porque sea un cuento de hadas sino porque nos recuerda a nosotros mismos. Dentro de cada uno de nosotros hay una bestia. Pero no siempre fue así. Hubo un tiempo cuando el rostro de la humanidad era hermoso y el palacio agradable. Pero eso era antes de la maldición, antes que las sombras cayeran sobre el jardín de Adán, antes que las sombras cayeran sobre el corazón de Adán. Y a partir de la maldición, hemos sido diferentes. Bestiales. Feos. Despreciables. Cascarrabias. Hacemos las cosas que sabemos que no debemos hacer y después nos preguntamos por qué las hicimos. Momentos después, comienza el remordimiento.
"¿Por qué habré hecho eso?".

No hago lo que quiero, sino lo que no quiero, eso hago. 
Romanos 7:15. 

Pablo no es el único personaje de la Biblia que tuvo que trenzarse a golpes con la bestia que había dentro de él.

Pero la maldad de la bestia nunca fue tan grande como el día que Cristo murió.

Los soldados encargados de la ejecución de Jesús querían ver sangre. Así es que azotaron a Jesús. El azote legionario estaba formado por tiras de cuero con pequeñas bolas de plomo en sus puntas. Lo que se quería conseguir con eso era golpear al acusado hasta dejarlo medio muerto y luego parar.
La ley permitía treinta y nueve azotes, pero casi nunca se llegaba a este número. Un centurión vigilaba la condición dle preso. Cuando le soltaron las manos y se desplomó, no hay duda que Jesús estaba cerca de la muerte.
Los azotes fueron lo primero que hicieron los soldados. La Crucifixión fue lo tercero.
No culpamos a los soldados por estas dos acciones. Después de todo, solo cumplían órdenes. Pero lo que cuesta entender es lo que hicieron mientras tanto. Esta es la descripción que hace Mateo:

Jesús fue golpeado con azotes y entregado a los soldados para que lo crucificaran. Los soldados del gobernador llevaron a Jesús al palacio del gobernador y allí se reunieron alrededor de él. Le quitaron la ropa y le pusieron una túnica roja. Usando ramas con espinas, hicieron una corona, se la pusieron en la cabeza y le pusieron un palo en su mano derecha. Luego los soldados se inclinaron ante Jesús y se burlaron de él diciendo: "¡Salve, Rey de los judíos!" Y lo escupieron. Luego le quitaron el palo y empezaron a golpearlo con él en la caabeza. Después que hubieron terminado de hacerlo, le sacaron la túnica y lo volvieron a vestir con su ropa. Y lo sacaron para crucificarlo. 
Mateo 27:27-31 

La tarea de los soldados no era otra que llevar al nazareno al cerro y ejecutarlo. Pero ellos tenían otra idea. Antes de matarlo, querían divertirse un poco con él. Soldados robustos, armados y descansados formaron un círculo alrededor de un carpintero de Galilea desfalleciente y casi muerto, y se dedicaron a golpearlo. Los azotes fueron ordenados, lo mismo que la crucifixión. Pero, ¿quién podría encontrar placer en escupir a un hombre medio muerto?
Jamás un escupitajo puede herir el cuerpo. No puede. Se escupe para hacer daño en el alma, y ahí sí que es efectivo. ¿Qué era lo que los soldados estaban haciendo? ¿No se estaban elevando a expensas de otro? Se sentían grandes a través de empequeñecer a Cristo.
¿No has hecho eso tu también alguna vez? Quizás nunca hayas escupido a alguien, pero sí has hablado mal de alguien. O quizás lo has calumniado. ¿Has alzado alguna vez tu mano impulsado por la ira, o quitado la vista con arrogancia? ¿Has alguna vez hecho que alguien se sienta mal para tu sentirte bien? Eso fue lo que los soldados hicieron a Jesús.

Cuando tu y yo hacemos lo mismo, también se lo estamos haciendo a Jesús.

Te puedo asegurar que cuando lo hiciste a uno de los últimos de estos mis hermanos y hermanas, me lo estabas haciendo a mi. 
Mateo 25:40 

Como tratamos a los demás, así tratamos a Jesús.

No es agradable escuchar decir estas cosas, pero debemos enfrentar el hecho que hay algo bestial dentro de cada uno de nosotros. Alguien que nos hace hacer cosas que aun a nosotros nos sorprenden. ¿No te has sorprendido a ti mismo? ¿No te has visto reflejado en algo que has hecho y que te ha hecho preguntarte: "¿Qué hay dentro de mí?" 
Para esa pregunta, la Biblia tiene una respuesta de seis letras: P-E-C-A-D-O. Hay algo malo -bestial- dentro de cada uno de nosotros. Esto es lo que representa la escupida: el pecado.
No es que no podamos hacer lo bueno. Lo hacemos. Lo que pasa es que no podemos dejar de hacer lo malo. Nuestras obras son feas. Nuestros actos son rudos. No hacemos lo que queremos, no nos gusta lo que hacemos y, lo que es peor (si hay algo aun peor), no podemos cambiar.
Tratamos de hacerlo, sí. Pero:

¿Mudará el etíope su piel, y el leopardo sus manchas? Así también, ¿podréis vosotros hacer bien, estando habituados a hacer mal? 
Jeremías 13:23 

Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden. 
Romanos 8:7 

Para confirmar la eficacia de esta afirmación, se propone el siguiente reto: durante las siguientes 24 horas debes intentar vivir una vida sin pecado. ¿No puedes? ¿Una hora? ¿Cinco minutos?
Esto significa que tenemos un problema. Somos pecadores. Y esto es lo que nos merecemos por ser pecadores:


  • Porque la paga del pecado es muerte (Romanos 6:23) 
  • Sin santidad nadie verá al Señor (Hebreos 12:14) 
  • La ganancia del impío es castigo (Proverbios 10:16) 


Todo esto está representado en nuestros escupitajos. Y observa lo que hace Jesús con nuestra inmundicia. La lleva a la cruz.
Isaías 50:6: no escondí mi rostro de injurias y de escupitajos.
Romanos 6:23. Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro. 

La corona de espinas 

Un soldado no identificado tomó ramas: suficientemente maduras como para tener espinas, suficientemente flexibles como para doblarse e hizo con ellas una corona de escarnio, una corona de espinas. A través de las Escrituras las espinas simbolizan las consecuencias del pecado, no el pecado. Después que Adán y Eva hubieron pecado, la tierra fue maldecida y Dios le anuncia al hombre que a causa del pecado "espinos y cardos te producirá (la tierra)". Génesis 3:18.
"Espinos y lazos hay en el camino del perverso" Proverbios 22:5
El fruto del pecado es espinas, púas, lancetas afiladas que cortan.
Veamos el espinoso terreno de la humanidad y sintamos sus punzadas: verguenza, miedo, deshonra, desaliento, ansiedad. Todas estas cosas nos punzan como espinas y en medio de un arbusto espinoso de todas estas cosas hemos quedado atrapados.
Esto no ocurrió así con el corazón de Jesús. Al no haber cometido nunca pecado, tampoco nunca sufrió las espinas del pecado. Nunca conoció lo que nosotros enfrentamos diariamente. Jamás sintió ansiedad, nunca se turbó, jamás sintió culpa, nunca tuvo miedo. Jesús nunca se apartó de Dios y nunca conoció los frutos de pecado HASTA EL DÍA QUE LE CLAVARON ESA CORONA DE ESPINAS: hasta el día que él mismo se hizo pecado por nosotros. Y cuando tal cosa ocurrió, todas las emociones del pecado se volcaron sobre él, como sombras en una foresta. Se sintió ansioso, culpable, solo. Llegó a gritar "Dios mio, Dios mio, porqué me has desamparado" (Mateo 27.46). Estas no son las palabras de un santo, sino el llanto de un pecador.
Jesús llevó sobre sí mismo el pecado y el fruto del pecado, para salvarnos, pero la decisión de aceptar su regalo es nuestra.

Abel y Caín, ambos hijos de Adán. Abel escoge a Dios. Caín escoge matar. Y Dios lo deja escoger.

Abraham y Lot, ambos peregrinos en Canaán. Abraham escoge a Dios. Lot escoge Sodoma. Y Dios lo deja escoger.

David y Saúl, ambos reyes de Israel. David escoge a Dios. Saúl escoge el poder. Y Dios los deja escoger.

Pedro y Judas, ambos niegan al Señor. Pedro busca misericordia. Judas busca la muerte. Y Dios los deja escoger.

DIOS NOS PERMITE HACER NUESTRAS PROPIAS DECISIONES.

Mateo 7:13-14 Tenemos para elegir: la puerta angosta o la ancha, el camino angosto o el ancho, la muchedumbre o la compañía de pocos.

Mateo 7:24-27 Tenemos para elegir, construir sobre la roca o sobre la arena.

DIOS PERMITE ELECCIONES ETERNAS, y tales elecciones tienen consecuencias eternas. Esto es lo que representan los dos ladrones crucificados a los lados de Jesús. ¿Porqué fueron crucificados dos ladrones junto a Jesús y no seis, o diez? ¿Y por qué Jesús estaba en el centro? Los dos ladrones representan nuestra libertad de elegir, que es uno de los más grandes regalos que Dios nos ha hecho.

Los dos ladrones tienen mucho en común. Ambos están condenados por el mismo sistema, por cometer los mismos delitos, condenados con el mismo castigo, rodeados de la misma multitud, e igual de cerca de Jesús. Incluso, ambos comienzan insultando a Jesús.

Mateo 27:44: "Lo mismo le injuriaban también los ladrones que estaban crucificados con él".

Pero...

Uno de esos ladrones cambió.

Y uno de los malhechores que estaban colgados le injuriaba, diciendo: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros. Respondiendo el otro, le reprendió, diciendo: ¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación? Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo. Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso.
Lucas 22:39-43 

Dios nos da la libertad de elegir dónde habremos de pasar la eternidad. Y no es para menos. Hay muchas cosas en la vida que no las podemos elegir. No podemos elegir el día que vamos a nacer, la familia en la que vamos a nacer, la situación económica de la familia dónde vamos a nacer, no podemos elegir si vamos a ser varones o niñas, rubios o morochos, altos o bajos. Sería genial que uno pudiera elegir su vida como elige comida en el restaurant: creo que voy a pedir un cuerpo con buena salud, alto, musculoso, de metabolismo rapido, habilidoso con la pelota, ojos claros y de postre un coeficiente intelectual supremo. Hubiera sido tremendo. Pero las cosas no ocurrieron así. Cuando llegaste a la vida, lo hiciste sin derecho a voz ni a voto. Pero en lo que tiene relación con la vida después de la muerte, sí que tienes derecho a decidir. 

¿Se nos habrá dado privilegio mayor a este? Este privilegio no solo compensa cualquier injusticia, sino que el don de la libre voluntad compensa cualquier falta. Piensa en el ladrón que se arrepintió. Aunque sabemos poco de él, sabemos que en su vida se comportó mal, escogió el delito como forma de vida, e incluso hasta el último momento se dedicó a insultar a Jesús. Pero una sola decisión, UNA SOLA DECISIÓN BIEN TOMADA, fue determinante. 

Los dos ladrones eran idénticos. Ninguno tenía más mérito que el otro para ser salvado. Eran igual de malos, y bastante malos. Era iguales. Sin embargo, uno tomó una decisión y le otro tomó otra. El ladrón arrepentido tomó una única buena decisión en su vida y con esa buena decisión borró toneladas de mugre que acumuló en su vida. En nuestras vida esto ocurre de la misma manera. ¿Cuántas veces nos hemos equivocado? ¿Cuánta culpa y cuanta amargura cargamos por nuestros errores? Cómo nos gustaría poder librarnos del peso de esas malas decisiones, ¿verdad? Pues, ¡la buena noticia es que puedes! 

Una buena decisión para la eternidad, compensa miles de malas decisiones hechas sobre la tierra. 

TU TIENES QUE TOMAR LA DECISIÓN. 

¿Cómo puede ser posible que dos hombres tan idénticos, que ven al mismo Jesús, y uno escoge burlarse de él mientras que el otro decide orar a él? 

Cuando el ladrón arrepentido oró a Jesús, Jesús lo amó lo suficiente como para perdonarlo y salvarlo. Y cuando el otro siguió burlándose, Jesús lo amó lo suficiente como para permitir que haga eso. 

¿Por qué Jesús no entabló una conversación con el ladrón malo? ¿Por qué no quiso hacerle entrar en razón? ¿Por qué si el pastor va a buscar la oveja perdida, la mujer da vuelta la casa para hallar la dracma, el padre no va a buscar al hijo pródigo? 

Porque Dios no toma decisiones por nosotros, en aquellas cosas que tenemos que decidir nosotros. 

El pastor fue a buscar a la oveja porque se le escapó en un descuido, una distracción. Asume su responsabilidad y la va a buscar. 
A la mujer se le pierde la moneda y da vuelta la casa para encontrarla, porque se le perdió a ella. 
Pero el hijo pródigo se fue solo. Tomó una decisión, y el padre no lo fue a buscar. Se quedó esperando, dia tras día. El día que volvió, la Palabra dice que el padre lo vio de lejos. Lo estaba esperando, pero la decisión fue del hijo. Fue el hijo el que en un momento decidió volver. 

De la misma manera, Dios como Padre te llama, te invita, llevó tu pecado a la cruz, llevó las consecuencias de tu pecado sobre sí mismo, nos perdonó, borró la lista de pecados que estaba escrita en nuestra contra, pero la decisión de aceptar ese regalo y seguirlo es nuestra. 


Lucado, M., (2001), Él escogió los clavos, Nashville, TN - Miami, FL (EE.UU), Editorial Caribe. Páginas 2, 6, 7, 13-19, 25, 26, 52-56.

sábado, 21 de octubre de 2017

El funcionario público y las normas

Los funcionarios públicos nos enfrentamos a tres conceptos a lo largo de nuestra carrera: normas, recursos y objetivos.
Los objetivos son la razón por la cual existimos. Es el "para qué" nos contratan. Se resume en la expresión: "el funcionario está para la función, y no la función para el funcionario", principio recogido en la normativa nacional.
Para cumplir con nuestros objetivos, la oficina para la que trabajamos nos otorga recursos

Las normas nos dicen como debemos manejar esos recursos para alcanzar los objetivos.

Además de convivir con esos tres conceptos a lo largo de nuestra carrera, los funcionarios públicos vamos a vivir con una realidad: los recursos serán siempre menos que los que la norma previó.
Cuando la norma se diseña, se establece la cantidad de recursos que serán necesarios para alcanzar el objetivo. Pero en la realidad, difícilmente vayamos a contar con todos los recursos previstos. Probablemente nuestra oficina tenga menos personal que el estipulado, o tal vez el problema no es el recurso humano, sino el material. 
Esta situación de la realidad nos pone un desafío: 

conseguir los mismos objetivos con menos recursos sin apartarnos de la norma

Este desafío es prácticamente imposible. En los hechos, el margen que uno tiene para alcanzar los objetivos con menos recursos sin apartarse de la norma es muy reducido. Uno puede poner todo el empeño que pueda (como quedarse un rato más del horario establecido para sacar el trabajo) pero, por lo general, la escasez de recursos supera lo que un funcionario puede cubrir, aun poniendo toda la mayor tenacidad y compromiso de su parte.
Cuando la falta de recursos supera un cierto límite, el funcionario se ve tentado a apartarse de la normativa para poder cumplir el objetivo. Esto es, dejar de realizar algún control o tarea a los efectos de no trancar o dilatar la consecución del objetivo que, por falta de recursos, se está demorando cada vez más, y cada vez más allá de lo tolerable.
Allí se presenta un dilema para el funcionario: o se ciñe estrictamente a la norma (aun cuando esto implique no conseguir o dilatar demasiado el objetivo) o consigue el objetivo a cómo dé lugar.
La última opción es peligrosa para el funcionario porque lo expone a penalidades. El resultado de una inspección o auditoría nunca reconocerá que el objetivo se cumplió y que de esa forma se evitaron distorsiones en el funcionamiento de la oficina, sino que medirá el grado de adhesión a la norma y en caso de apartamiento, aplicará sanciones. 
En vano el funcionario apelará al logro de los objetivos como atenuante. Se aplicará el principio de que los fines no justifican los medios. 
Sólo le queda tomar la primera opción. Ceñirse estrictamente a lo que la norma establece y deslindarse de la responsabilidad por la consecución de los objetivos. En tal caso, probablemente se generarán distorsiones en el funcionamiento de la oficina, pero el funcionario no se verá expuesto: demostrará que todo se hizo como se le mandó, y que ergo, la responsabilidad está más arriba, en quienes tienen las jerarquías suficientes para diseñar normas y/o asignar recursos
A todos los funcionarios les ocurre algún momento en su carrera en que se enfrentan a la realidad de que la norma fue diseñada para funcionar con más recursos que de los que dispone, o que es un reglamento concebido para otra época y que, por ende, necesita ser actualizado y revisado. Normas actualizadas que permitan hacer las cosas de otra manera, de una manera más eficiente (ya que los recursos son menos y los objetivos los mismos).
¿Qué debe hacer el funcionario mientras las normas son actualizadas? Limitarse a la norma vigente. Por las razones que ya expuse, pero por otra razón fundamental:

el funcionario primero debe demostrar que su conducta se circunscribe a la norma y recién después solicitar que la misma sea revisada.

Sólo demostrando que sabemos tener conductas 100% adheridas a las normas, podemos dar confianza de que actuaremos de la misma manera cuando entre en vigencia una eventual norma actualizada. Pero si nos apartamos de la norma vigente por considerarla vetusta, bien se podría inferir que tenemos como conducta instalada el apartamiento y que en caso de modificaciones para concebir una norma, actualizada y moderna, también nos separaíamos. 
Muchas veces los funcionarios nos vemos ante el dilema planteado y nuestro sentido de la responsabilidad nos lleva a indignarnos sabiendo que haciendo las cosas de otra manera se podrían alcanzar los objetivos
Pero lamentablemente, la realidad es como es. Debemos atenernos a lo que nuestros procedimientos indican, por una cuestión de orden, y demostrar que nuestra conducta se amolda a las normas, como principio básico y general. 


miércoles, 18 de octubre de 2017

Quiero ser imitador de Jesús

Sermón predicado en Tiempo de la Gloria de Dios
el miércoles 18 de octubre de 2017.


"Entre el dolor y la nada, prefiero el dolor". 
William Faulkner


Para los cristianos, Jesús debe ser nuestro ejemplo y debemos anhelar ser iguales a él, lo cual resulta lógico si tomamos en cuenta que el vocablo “cristiano” significa seguidor de Jesús. Para ser seguidor de alguien uno debe tomar a ese alguien como ejemplo.
Jesús es más que un líder al que uno quisiera imitar, dado que los líderes que la humanidad ha tenido siempre han sido personas que han mostrado muchos atributos dignos de admiración, pero también cosas no tan admirables pero que son inevitables dada su condición humana.
En Jesucristo encontramos la perfección: la persona a la cuál imitar en todo. La Biblia nos dice que en Jesús habita la plenitud.

Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad, 
Colosenses 2:9 (RVR1960) 

Jesús mismo nos dijo:

Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis. 
Juan 13:15 (RVR1960) 

Y finalmente, el apóstol Pablo declara:

Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo. 
1 Corintios 11:1 (RVR1960) 

A continuación se presentan cinco aspectos a tener en cuenta en toda persona que anhele ser imitador de Jesús, es decir, que quiera ser como él.

Entonces Jesús vino de Galilea a Juan al Jordán, para ser bautizado por él. Mas Juan se le oponía, diciendo: Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí? Pero Jesús le respondió: Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia. Entonces le dejó. Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia. 
Mateo 3:13-17 

1.- Humildad. 

Jesús, siendo que no tenía pecado del cual arrepentirse, se dejó bautizar humildemente, como siendo uno más. Aun cuando Jesús sabía quién era, no andaba reluciendo su condición frente a los demás. No hacía alarde de sus méritos.
Son todos ejemplos de lo contrario a la humildad.

  • Personas que al concurrir a la iglesia pretenden que sólo el pastor oren por ellas, sino como que la oración no vale. 
  • O que dicen: “que mal, el pastor no oró por mí, y mandó a fulanito a que me ore”
  • Personas que teniendo una larga trayectoria como cristianos no aceptan solicitudes de servicio en tareas aparentemente de menor jerarquía (como portería, limpieza, etc). 
  • Gente solamente dispuesta a servir en lo que ellos quieren y en lo que a ellos les gusta. 

Jesús pudo hacerse atar los cordones de sus zapatos por Juan, pero en su lugar, decidió ser bautizado por Juan

2.- Sometimiento al orden divino. 

El orden divino indicaba que Juan era el Bautista, es decir, el que bautizaba. Todos los demás se bautizaban. Jesús no da inicio a su ministerio sino hasta bautizarse. El ministerio de Juan era bautizar, y para que ese ministerio tuviese reconocimiento público, hasta el mismo Mesías se hizo bautizar por Juan. Por eso dice: conviene que cumplamos toda justicia. Es decir, las cosas se deben hacer como se deben hacer. En su orden. En el orden que Dios dispuso. Por eso otra versión dice: “Así debe hacerse, porque tenemos que cumplir con todo lo que Dios exige” (NTV).

3.- Obediencia. 

Jesús no se dejó llevar ni por las emociones ni por las razones de Juan. Cuando se trata de ser obedientes al Señor, no nos dejamos llevar por las emociones ni las razones de los demás. Jesús habría de ser bautizado y así sería hecho.

Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo. 
Y después de haber ayunado cuarenta días y cuarenta noches, tuvo hambre. Y vino a él el tentador, y le dijo: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan. El respondió y dijo: Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. 
Entonces el diablo le llevó a la santa ciudad, y le puso sobre el pináculo del templo, y le dijo: Si eres Hijo de Dios, échate abajo; porque escrito está: A sus ángeles mandará acerca de ti, y, En sus manos te sostendrán, Para que no tropieces con tu pie en piedra. Jesús le dijo: Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios. 
Otra vez le llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo: Todo esto te daré, si postrado me adorares. Entonces Jesús le dijo: Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás. 
 El diablo entonces le dejó; y he aquí vinieron ángeles y le servían. 
Mateo 4:1-11 

Noten una curiosidad. Jesús no reprende ni echa fuera al diablo en ese momento de la tentación, sino que lo vence con la obediencia.

  • El diablo lo tienta con cortar el ayuno, pero Él obedece.
  • El diablo lo tienta a Jesús para que cometa una acción temeraria e irresponsable a ver si Dios lo iba a venir a ayudar (tentar a Dios, o poner a prueba a Dios) pero Jesús obedece: no pone a prueba a Dios.
  • El diablo lo tienta a Jesús pidiéndole que lo adore, pero Jesús obedece: solo adora a Dios. No importa lo que el otro ofrezca (aquí aclaro que el diablo no es dueño de nada).

Jesús venció al diablo con obediencia. Pero la obediencia no es gratis. Nos impone un precio a pagar. El dolor es, en muchos casos, el precio de obedecer. Hablando de Jesús, el autor de la epístola a los hebreos dice:

Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; 
Hebreos 5:8 

Es decir: Jesús aprendió lo que cuesta obedecer. Obedecer no es gratis. Cuesta. Fijémonos nada más que por obediencia Jesús no cortó el ayuno. No la pasó bien Jesús mientras fue tentado, pero resistió el dolor, lo enfrentó, no quiso escapar de él.

4.- Servicio 

Yendo ellos, uno le dijo en el camino: Señor, te seguiré adondequiera que vayas (El Evangelio de Mateo nos dice que este hombre era escriba). Y le dijo Jesús: Las zorras tienen guaridas, y las aves de los cielos nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza. Y dijo a otro: Sígueme. Él le dijo: Señor, déjame que primero vaya y entierre a mi padre. Jesús le dijo: Deja que los muertos entierren a sus muertos; y tú ve, y anuncia el reino de Dios. Entonces también dijo otro: Te seguiré, Señor; pero déjame que me despida primero de los que están en mi casa. Y Jesús le dijo: Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios. 
Lucas 9:57 – 62 

Este pasaje nos muestra personas que se embalan y se ofrecen a servir al Señor. Resulta llamativo que Jesús, el mismo que dijo “al que a mi viene no le echo fuera”, ponga freno al ímpetu con el que estos tres personajes vienen a ofrecerse. Y si lo hizo, es porque algo nos quiso enseñar. Un criterio nos quiso dejar.
   4.1.- Cristo debe ser el centro. No puede haber algo que esté primero antes que Cristo en nuestras vidas, sino que nuestras vidas deben ser organizadas con Cristo en el centro. No puede ser que haya siempre algo en nuestras vidas que esté antes que Cristo. Si no es un velorio, son parientes que vinieron de visita a casa, etc., etc., etc.
   4.2.- Servir implica asumir riesgos. Si no estás dispuesto a arriesgarte, no podés servir. Eso es lo que dice al decir: “Las zorras tienen guaridas, y las aves de los cielos nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza”. Dejar todo para servir a Jesús implica confianza plena y absoluta en su provisión, y no en seguridades materiales.
   4.3.- Acomoda tu vida para poder servir. Muchas veces nuestras vidas nos ofrecen un contexto poco favorable para el servicio. No era ilegítimo querer darle digna sepultura a un padre, o atender a las personas que vienen a casa. Lo que Jesús está diciendo es que muchas veces nuestra situación personal, familiar, laboral, etc., no nos permite entregarnos por enteros al servicio. Cuando Jesús dice “Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios”, no solamente está diciendo que no somos aptos para el Reino si vamos a estar anhelando nuestra vida anterior, nuestro viejo hombre, nuestras anteriores costumbres y vicios. También nos está diciendo que si vamos a tomar el arado y vamos a estar constantemente mirando para atrás, hacia dónde está nuestra casa, porque tenemos que estar pendientes de asuntos personales que aun no tenemos resueltos que nos van a robar atención, dedicación, que nos van a distraer, no estamos aptos aun.
Tenemos que tener sabiduría. Si vamos a servir al Señor tenemos que ofrecernos a servir en aquellas tareas que sabemos que vamos a poder dedicarle nuestro mejor esfuerzo. Si aceptamos un montón de tareas y las terminamos atendiendo a todas “a medias”, no estaría sirviendo. 
Pero esto no es excusa para no servir nunca. No es válido dejar nuestras situaciones personales incambiadas y tenerlas como excusa para no servir, sino que el mensaje que Jesús nos dice es “arregla tu vida personal primero, si quieres servirme”. Pero, ¡hazlo! No hace falta aclarar esto si es que el lector es una persona con amor por Dios y, por ende, deseos fervientes de servirle, pero nunca está de más.

5.- Amar como él ama. 

Cuando supimos que Julieta venía en camino, comenzamos a trabajar en el dormitorio que la recibiría. Mi tío pintó un mural en la pared. Luego, junto con el “Tata”, lo enmarcamos en madera y le pusimos unas luces tenues que alumbraran desde arriba. Pusimos un par de repisas para los peluches y restauramos una vieja cómoda.
Estaba todo listo. Nos detuvimos a observar la obra de nuestras manos, la que hicimos para esperar a nuestra hija, cómo diciéndole: “está todo pronto, Julieta. Te estamos esperando. Vení cuando quieras. Todo esto hicimos para esperarte, porque te amamos”.
De la misma manera, Dios hizo los cielos y la tierra, formó el paraíso, y luego puso al hombre. Nos demuestra su amor con la creación, con la naturaleza que nos rodea, toda obra de Dios para nosotros.
Dios no solo hizo primero todo el entorno dónde pondría al hombre como una muestra de su amor, sino que Dios hizo al hombre aun sabiendo lo que le iba a costar. Dios sabía que era una posibilidad cierta que el hombre eligiera el pecado y para eso, aun antes de crear al hombre, Dios diseñó el camino de regreso a Él (el sacrificio de Cristo).

por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios,
Romanos 3:23

Si el hombre pecaba, quedaba definitivamente alejado de Dios. Pero Dios no hizo al hombre para perderlo. De alguna manera necesitaba establecer un camino de regreso para recuperar al hombre.
Por lo tanto, Dios hizo al hombre aun sabiendo que esa creación le costaría la vida a su hijo Jesucristo.

Piensa. ¿Serías capaz de hacer algo que de antemano sabes que le va a costar la vida de tu hijo?

Esa es la dimensión del amor de Dios para nosotros.


Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero.
1º Juan 4:19

Definitivamente, Dios nos amó primero, antes de crearnos. Tanto nos amó que no solo nos hizo un mundo precioso para vivir, sino que previó la posibilidad de que nos apartáramos de él y estableció el camino de regreso.

Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.
Romanos 5:7-8

Y esta reflexión nos da pie a introducir el aspecto más sensible de este punto. El amor implica, necesaria e ineludiblemente, dolor.
El amor que Dios nos tenía, aun antes de hacernos, no pudo desligarse del dolor de tener que entregar a su Hijo.
Ocurre que el ser humano juega una carrera contra el dolor y contra el sufrimiento. Como consecuencia, nos cerramos al amor.
El amor implica dolor. Y necesitamos saber manejar el dolor. Un hijo, si no se comporta adecuadamente, nos puede generar dolor. No tener hijos nos evitaría ese dolor. Pero, ¿a qué precio nos evitamos ese dolor? Al precio de renunciar a la dicha de ser padres.
Una relación de pareja que termina mal nos generará dolor. Para evitar ese dolor, podríamos nunca más intentar una nueva relación de pareja. Pero, ¿a qué precio nos evitamos ese dolor? Al precio de renunciar al amor.
Si corremos en la vida huyendo del dolor al final terminaremos eliminando al amor.
Prefiero amar como Él amó sabiendo que eso trae una inevitable dosis de dolor, que vivir una vida vacía por evitar el dolor.

Porque a ustedes se les ha concedido no sólo creer en Cristo, sino también sufrir por él. 
Filipenses 1:29

Cuánto más me cierro en mí mismo para evitar el dolor, más me alejo de Dios y de la gente.

El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor.
1º Juan 4:8

Tenemos que aprender a manejar el dolor.

Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, 3 sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia.
Santiago 1:2-3.

Y no sólo en esto, sino también en nuestros sufrimientos, porque sabemos que el sufrimiento produce perseverancia; la perseverancia, entereza de carácter; la entereza de carácter, esperanza.
Romanos 5:3-4

Dios nos ha enviado EL CONSOLADOR.

Alabado sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de toda consolación, quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones para que con el mismo consuelo que de Dios hemos recibido, también nosotros podamos consolar a todos los que sufren.
2 Corintios 1:3-4

¿Qué es el dolor? El precio que se paga por el amor. Sólo cuando amamos como él amó, manifestamos su gloria en nuestras vidas. ¿Quieres manifestar Su gloria? Pues, hay un precio que pagar para eso.

De hecho, considero que en nada se comparan los sufrimientos actuales con la gloria que habrá de revelarse en nosotros.
Romanos 8:18

Y después de que ustedes hayan sufrido un poco de tiempo, Dios mismo, el Dios de toda gracia que los llamó a su gloria eterna en Cristo, los restaurará y los hará fuertes, firmes y estables.
1 Pedro 5:10

Ignorando los problemas no los resolvemos. El dolor es parte de la vida y lo es más, tanto más amemos. Querer huir del dolor no es el camino, sino saber enfrentarlo y manejarlo.

Cualquier asunto de orden cultural, intelectual, político o social, cualquier inquietud filosófica, espiritual, o simplemente humana, nos genera malestar (en el caso mínimo) o dolor. La crudeza de la vida, la aspereza de la realidad nos puede conducir a sufrir cuando somos conscientes de la situación que atraviesan nuestros hermanos en todo el mundo. En el intento por huir al dolor, nuestra sociedad moderna ha sustituido las preocupaciones anteriormente listadas por productos de consumo masivo, y sea objetos, o entretenimiento. Las redes sociales son ese micromundo virtual al que nosotros le damos forma: elegimos a quienes tener de amigos en ese mundo. Si llegamos a tener de amigos a alguien que publica frecuentemente cosas respecto del sufrimiento humano en alguna parte del mundo, como pueden ser fotos de niños desnutridos en el África o la India, lo borramos. Lo bloqueamos, porque no queremos ver esas cosas que nos hacen mal.
Hemos descubierto que si nos volcamos al mundo del entretenimiento y de las redes sociales, nos evitamos mucho dolor y a su vez, nos entretenemos. ¿A qué precio? Al precio de perder la consciencia del otro.
Lo dijo Jesús:

y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará.
Mateo 24:12 (RVR1960)

Se vacía tanto de contenido la realidad, que las cosas dramáticas que nos ocurren dejamos de percibirlas como tales. Hoy día vemos un noticiero como si viéramos una película de acción. Parece increíble, pero los noticieros se han vuelto otro elemento más en la grilla del entretenimiento. Nos resulta divertido ver como unos delincuentes entran a un restaurant o a un banco, cubiertos sus rostros, y efectúan un asalto cinematográfico.
En nuestro ánimo de escapar al dolor, nuestra sociedad ha puesto en primer lugar de la tabla de valores al entretenimiento. Divertirnos y distraernos, escapar del aburrimiento, aislarnos de los problemas de los demás. No estoy queriendo decir que la vida debería ser 100% dolor por la situación de los demás, no estamos hablando de ir a un extremo. Sólo un fanático podría querer que no nos diéramos momentos de solaz, esparcimiento, diversión, más cuando la mayoría de nosotros vivimos esclavizados por rutinas. Pero convertir esa preferencia natural a pasarla bien en un valor supremo tiene consecuencias muy negativas: banalización, frivolidad, trivialidad, etc.

Muchas son las angustias del justo, pero el Señor lo librará de todas ellas.
Salmos 34:19

Una de las razones por las que el amor duele es porque el amor no necesariamente es recíproco. La amistad no es recíproca. Dios nos amó antes de crearnos, o sea, no esperó a ver si nosotros lo amábamos. Amamos a Dios porque él nos amó primero (1º Juan 4:19).

Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; Porque de él mana la vida.
Proverbios 4:23 (RVR1960)

Guardar nuestro corazón, es decir, cuidar nuestras emociones no significa cerrar mi corazón al amor. No significa hacer todo lo posible para no sufrir. Vaciar nuestra vida para evitar el dolor no cuida nuestro corazón, sino que lo apaga. Guardar nuestro corazón significa saber como manejar el dolor. Es pedirle a Dios que nos ayude a manejar el dolor. Podemos hacer dos cosas con el dolor: o se lo entregamos a Él y pedimos que nos ayude, o hacemos crecer el dolor hasta que se convierta en una oscura amargura que nos envuelve.

Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados 
Hebreos 12:15. 


El mismo Jesús nos dejó ejemplo de cómo manejar el dolor cuando lo enfrentó en Gestemaní. Jesús dice "mi alma está muy triste, hasta la muerte" (Mateo 26:38). Más adelante, enfrenta el dolor orando al Padre, diciéndole: "Padre mio, si es posible, pasa de mi esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tu" (Mateo 26:39). Jesús no tomó su decisión en base a sus emociones, sino que entregó todo su dolor al Padre. Podría haber querido evitar el dolor y abandonar todo. De hecho, dijo más adelante: "¿acaso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre, y él me daría más de doce legiones de ángeles?" (Mateo 26:53) aclarando que si quisiera escapar de la tortura que le esperaba, era tan fácil como pedir el auxilio del Padre y ya. Sin embargo, Jesús había entregado su dolor al Padre. Mientras oraba en Gestemaní estaba desesperado: una y otra vez iba y volvía para ver si sus discípulos estaban apoyándolo en oración, y cuando veía que estaban durmiendo, los despertaba y les rogaba que no se durmieran; así tres veces, hasta que la última vez ya no les recriminó que estaban durmiendo, sino que les dice "Dormid ya, y descansad" (Mateo 26:45), como diciendo, "ya está. Entregué mi dolor al Padre y puedo seguir"

Pero no resultó fácil para Jesús enfrentar ese dolor y entregárselo al Padre. Las Escrituras nos dicen que "estando en agonía, oraba más intensamente" (Lucas 22:44). Lo más emocionante de esta historia es que cuando Jesús está postrado, entregando su situación al Padre, éste le envía un ángel del cielo que apareció para fortalecer a Jesús (Lucas 22:43).

Hay un detalle en el relato de la pasión y muerte de Jesús que pasa desapercibido pero que es elocuente. Antes de que se iniciara la crucifixión, esto es, antes de clavar el primer clavo, le ofrecieron a Jesús vino mezclado con hiel, pero él lo rechazó. ¿Qué era el vino mezclado con hiel? Era una bebida que tenía efectos analgésicos. Se le ofrecía para embotar los sentidos, o para tratar de que el crucificado sufriera menos mediante hacer que el individuo no sea muy consciente de lo que iba a pasar.
Esto nos está diciendo que Jesús no quiso perder sus sentidos ni la noción de la realidad en un momento tan importante. Y tampoco esquivó el dolor. No lo quiso enmascarar ni paliar. 

Resumen: 
En mi deseo de parecerme a Jesús he de aprender humildad, he de someterme al orden divino, aprenderé a obedecer, a servirlo, pero por sobre todas las cosas, a amar como él amó. Ser consciente de que amar como él amó implica inevitablemente también alguna dosis de dolor. Por tanto, debo pedir a Dios que me ayude a manejar el dolor, teniendo en cuenta que el dolor es el precio que debo pagar para manifestarla gloria de Dios a través de mi vida. 
 Entonces, desde el momento en que comprendo qué significa cabalmente “ser como Jesús”, recién ahí comienza a tener sentido y efecto mi oración, cuando digo: “Señor, quiero ser como tu”.