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martes, 27 de diciembre de 2016

Análisis de la situación automotriz del país

Hay cosas que hay que hacerlas en un determinado momento porque  las circunstancias de ese momento te dan una oportunidad inmejorable. Si se deja pasar esa oportunidad, luego cuando se quiera encarar el tema puede ser demasiado tarde, o las soluciones pueden tornarse demasiado caras.
 A medida que transcurre el tiempo se va dejando ver las consecuencias de que el Uruguay no haya tenido el atino de planificar una buena política automotriz y de transporte con mirada de largo plazo.
Las crisis, por lo general, son los momentos en los que es oportuno realizar este tipo de medidas. Uruguay debió encarar el tema automotriz y de transporte público con mirada de largo plazo por lo menos desde 2003. Ese era el momento de hacerlo. El país salía de su peor crisis, el ingreso de los uruguayos comenzaba a crecer al tiempo que crecía la economía y el comercio automotor aun no recobraba todo el dinamismo que tendría en los años sucesivos y que tuvo en los años anteriores a la crisis.
Uruguay debió pensar una política automotriz pensando en el bien común y el interés general, pero omitió esa labor que a la vista de los acontecimientos hubiera sido de gran importancia.
Al omitir esa planificación, el gobierno permitió que ingresara al país cualquier cantidad de autos y de cualquier tipo y origen. El régimen fiscal nacional considera al auto como un elemento suntuoso y lo graba con el Impuesto Específico Interno (IMESI). Las alícuotas de este impuesto serían más altas cuanto mayor fuera la cilindrada del vehículo. Esto fue lo único que se hizo con un sentido de objetivo: privilegiar los autos de menor cilindrada para que el consumo de combustible sea el menor posible.
No hace falta ser ingeniero automotriz para darse cuenta de que esta medida es de lo más ineficaz, ya que el consumo de combustible de un auto no depende 100% de la cilindrada del motor, pero que también, en una buena política automotriz, se deben priorizar otras cosas, como la seguridad de los ocupantes de los vehículos y de los peatones, que los motores sean los mas modernos y eficientes (ahí si va el consumo y no tanto en la cilindrada), qué el auto trate adecuadamente los gases de escape (por ejemplo, los filtros de partículas en los diésel), y quizás lo más importante, controlar el flujo de ingresos de vehículos nuevos para darle tiempo a las ciudades a acomodarse para un parque automotriz mayor.
Ante la ausencia de lo anterior, comenzó a entrar al Uruguay autos, principalmente y en su mayoría, chicos de tamaño, con poca protección y seguridad para sus ocupantes, con bajas motorizaciones, todo lo que contribuyó a que tuvieran un precio bajo.
Se le exigió menos impuestos a los autos de menos de 1000 cc de cilindrada bajo un supuesto de que son los que menos combustibles consumen, como para promover el bajo consumo sobre la base de una supuesta motivación de protección del medio ambiente.
Nada de lo que se ha hecho hasta ahora en materia de comercio automotor ha tenido en cuenta ninguna pauta de desarrollo sustentable ni de protección de la ciudadanía.
Dicen los que saben que contamina más un auto de motor pequeño que al subir una cuesta debe bajar cambios y andar a un régimen de revoluciones más elevado, que un auto con un motor más potente pero que venga equipado con catalizadores de los gases de escape.
La contaminación no debe preocupar por la cantidad de combustible que se quema, sino por la calidad de los gases de escape. Los vehículos deben venir con catalizadores y en los casos de gasoleros con filtro de partículas, para asegurar de que el transeúnte común no termine con un cáncer de pulmón solo de respirar el aire de la ciudad.
Recién para el año 2013 el gobierno reacciona y exige al comercio automotor la obligación de que los autos que se importen tengan doble airbag y frenos ABS, pero tarde. Desde 2002 hasta 2012 se introdujeron al Uruguay algo menos de 268.000 y su enorme mayoría sin esos elementos de seguridad. Encima debemos tener en cuenta que ha habido prorrogas a la entrada en vigencia de la ley que han permitido que se continúe ingresando vehículos al país sin estos elementos.
El precio que hemos pagado por la ausencia de política de comercio automotor ha sido la vida de unos 500 compatriotas por año, muertos en accidentes de tránsito, todos ellos evitables, y que serían muchos menos si hubiera menos autos circulando, y si los que circulen fuesen seguros.
La cantidad de autos importados desde 2002 hasta lo que va de 2016 está en el entorno de los 460.000.
Para ser más precisos, en nota del diario El País y en los informes de la UNASEV se obtiene el dato: la cifra de muertos por año desde 2010 a 2015 nunca bajó de 500. En el acumulado de muertos en accidentes de tránsito desde 2002 hasta lo que va del 2016 asciende a 6882 personas, un promedio de 491 muertos por año, o sea, 9 uruguayos muertos por semana. Solo en 2015, los muertos en accidentes de tránsito fueron 506, mientras que por homicidios 289, lo que hace que uno tenga más chances de morirse al cruzar la calle que en manos de un delincuente.
Al día de hoy, según el detalle del Parque Automotor que publica el SUCIVE tenemos un 968.000 autos y un millón doscientas mil motos en el Uruguay: entre autos y motos tenemos 2.170.200 vehíulos. Dos autos para cada 3 uruguayos (tomando 3.110.000 habitantes). Casi todo el mundo tiene un vehículo. De ese millón de autos, 148.000 son del año 1980 o anteriores. Los autos han ingresado al país a razón de 30.000 unidades anuales (2002 – 2015), pero los autos viejos no han sido dados de baja, siguen circulando. Es decir, tenemos autos viejos, en algunos casos vetustos, circulando junto con un montón de autos nuevos pero, en su mayoría, inseguros.
En el momento en que el país recién salía de la crisis, cuando todos éramos cautelosos y no teníamos la mira tan alta en cuanto a las posesiones materiales, era el momento adecuado para diseñar una política de comercio automotor mucho más adecuada.
En ese momento se debió exigir que los vehículos que ingresaran al país contaran con elementos de seguridad y protección de sus ocupantes, y de protección del medio ambiente, y definir una política fiscal que castigara al vehículo que no cumpliera con lo anterior o que no fuera eficiente. Esto no hubiera allanado el camino a tanto auto chico y poco seguro, y seguramente hubiera hecho que el crecimiento del parque automotor fuera más lento, para de esa manera, darle tiempo a las intendencias para planificar las ciudades.
El tema es que en Uruguay no nos animamos a medidas audaces y modernas. Por ejemplo, muy tímidamente se ha legislado acerca de avances (muy precarios aun) de elementos de seguridad de autos, cuando en 2006 ya se exigía la norma Euro IV en Europa. ¿Por qué no hicimos, en aquel momento, cuando se podía, que todos los autos tuvieran que venir con norma Euro IV?
Los beneficios de un crecimiento más moderado del parque automotor como consecuencia de mayores exigencias a los autos son, por lo menos, cinco:
·         Protección del medio ambiente.
·         Tiempo para que las intendencias planifiquen ese crecimiento para evitar los caos en los que vivimos hoy
·         Más usuarios disponibles para el transporte público, lo que hubiera permitido tener mayores ingresos para mantener el precio del boleto y mejorar el servicio.
·         Menos uruguayos muertos en accidentes de tránsito.
·         Posibilidad de fomentar el ahorro nacional y utilización del mismo para obra de infraestructura.
Sobre el interés individual y legítimo de cada individuo de tener auto debe primar la protección colectiva. Mueren 500 uruguayos por año por el caos que significa el parque automotor en Uruguay. Debimos poner el listón más alto y decir que no queríamos cualquier auto mientras fuera barato, sino que queríamos autos buenos y seguros, al precio que debiera ser.
Pero tenemos una mentalidad tan trasnochada y mediocre, que lo único que queríamos era auto a cualquier precio, y aplaudimos al gobierno que nos hizo eso posible.
Si el acceso a un vehículo no hubiese sido tan fácil, hoy habría menos autos, sin dudas. También habría más uruguayos, sin duda. Y el sistema de transporte tendría más usuarios; posiblemente tendríamos un boleto más barato, menos consumo global de combustibles, menos gastos de importación de petróleo y refinación, y emitiríamos menos gases de efecto invernadero.
Hubiéramos tenido la oportunidad de enseñarles a los uruguayos a ser cautos con su consumo, precavidos con el endeudamiento, y de darles posibilidades de invertir con su ahorro. Lo primero, porque muchos compran autos sacando préstamos bancarios para eso. En otro artículo voy a profundizar en el daño que le hace a una economía (tanto familiar como a nivel país) que la gente se endeude para consumir, puesto que esto provoca un nivel de consumo que no responde a una genuina capacidad de consumo, sino a la capacidad de endeudamiento, lo que genera un nivel de consumo inflado artificialmente. Ese nivel de consumo inflado artificialmente conduce a la oferta a aumentar su capacidad, para lo cual las empresas crecen rápida e ineficientemente, dada la holgura. Crean puestos de trabajo u otras ampliaciones que luego, en un ciclo de enlentecimiento de la economía, se deben recortar.
Pero por otro lado, ha faltado en Uruguay el fomento al ahorro familiar. Ahorrar es sumamente bueno y sano en una economía, porque el que ahorra se priva del consumo inmediato para consumir luego, y consumir mejor. El consumo pasa a reflejar una genuina capacidad y el crecimiento de la economía en esas circunstancias es más lento pero sustentable y duradero.
Ahora, hagamos un pequeño ejercicio matemático y monetario. Una familia logra juntar U$S 20.000. Tiene la opción de comprarme un auto 0km. Por ese valor, paga $22.000 de patente al año y de seguro total andan en los $40.000. En total, para tener el auto parado, por año, gastará $62.000, que con el dólar a $28,5 por dólar, se tiene USD 2.175 dólares por año de gastos. Por mes, a esta familia le tendría que sobrar USD 181 ($5.167).
O sea que si una familia logró juntar U$S 20.000 y decide comprar un auto 0km, se compra un gasto anual extra que debe poner de su bolsillo por U$S 2.175 para mantenerlo (sin contar los servicios y mantenimiento). Eso se llama costo de capital. U$S 2.175 es el costo anual de U$S 20.000 de capital invertidos en un auto.
Si en lugar de comprar un auto, esta familia invirtiera su dinero en algo que le ofrezca, digamos, 5% de interés efectivo anual, ganaría U$S 1.000 por año.
Entre tener que gastar U$S 2175 por año y ganar U$S 1.000 por año, la diferencia son U$S 3.175 anuales que se componen de esos U$S 2.175 que tenían para gastar y lo ahorrarían, más los intereses de la inversión.
En 6 años y tres meses volverían a hacer otros U$S 20.000.
Si fuéramos una sociedad sensata, en lugar de andar comprando tantos autos, podríamos darle nuestro dinero en préstamo al gobierno por un 5% de interés efectivo anual para que el gobierno haga el ferrocarril. De ahí que uno de los beneficios de haber planificado mejor el crecimiento del parque automotor y haber creado instrumentos para la colocación del ahorro nacional, hubiera sido el hecho de tener un país mucho más eficiente con mayores inversiones que nos aseguraran un futuro más venturoso.
El auto es el recurso más mal utilizado de todo el universo. Una persona que se compra un auto lo tiene apagado la mayor parte del día. Si lo usa para ir al trabajo y volver, y eso le insume hasta 1 hr por día, el resto de las 23 hs del día el auto queda apagado.
He dicho que al Uruguay ingresaron, desde 2002 hasta lo que va de 2016, una cantidad aproximada de 460.000 autos, que si hacemos precio y ponemos US$ 20.000 como precio promedio de cada auto, nos da que los uruguayos hemos malgastado U$S 9.200.000.000 (nueve mil doscientos millones de dólares). El Estado precisa solo U$S 1.000.000.000 (mil millones) para hacer el ferrocarril para que UPM concrete su segunda planta. Podría haberle ofrecido a los uruguayos pedirles prestado ese dinero y devolverlo con intereses, pero los uruguayos se han gastado más de nueve veces ese dinero en tener autos. Y no se los puede culpar. Durante años no ha habido negocios atractivos para colocar el dinero. Recién hace poco tiempo empezaron a surgir opciones como las obligaciones negociables de Conaprole, UTE, y las participaciones en los Parques Eólicos, pero poca cosa más.
Ahora, los invito a mirar nada más a qué situación nos ha traído la ausencia de planificación.
Prácticamente todos tienen un auto. La mayoría, de baja cilindrada y consumo, que por su bajo precio, también tributan poca patente y tienen seguro barato. Si alguien recorre hasta 15 km por día para ir y volver del trabajo en un auto de esos, lo que gasta de combustible es más barato que dos boletos urbanos. A su vez, quien recorre ida y vuelta 45 km por día desde alguno de los balnearios de la Ciudad de la Costa para trabajar en Montevideo, le resulta más barato hacerlo en su auto que dos boletos interdepartamentales.
Todo indica que vamos hacia un caos en el que cada uno saldrá con su auto, porque le conviene económicamente y porque puede, y el transporte público tendrá cada vez menos usuarios. En ese contexto, las únicas salidas son seguir subiendo el precio del boleto, reducir el personal abocado al servicio del transporte público, aumentar los subsidios, etc. Eso es a lo que se refieren cuando hablan de reestructura del sistema de transporte público. Reestructura siempre significa reducir puestos de trabajo, o no?
Todo por no haber planificado mejor la política de comercio automotor y transporte público mirando por el bien común y el interés general, con la mira alta, poniendo los objetivos adecuados en prioridad.
Y uno termina pensando que la ausencia de planificación fue intencional. Muchos miden la prosperidad por el hecho de haberse podido comprar un auto, y también miden así como bueno a un gobierno. Uno tras otro consultado me ha dicho que vota al Frente porque durante sus gobiernos pudieron comprarse el auto.
Que todos los que puedan se compren el auto, así nos siguen votando, o así podemos decir “con nosotros se pudieron comprar un auto. ¿Podían comprar un auto en los 90?”.
No cuentan los miles de uruguayos que han muerto en accidentes de tránsito en la última década. De última, los parientes de esos muertos no le echarán la culpa al gobierno de esa muerte, sino al “animal que venía conduciendo”.
El negocio es redondo en votos para el gobierno.
Pero si seguimos así vamos directo al caos. El tema es que corregir esto ahora será traumático y costoso. Los autos que ingresaron no van a salir. Cambiar las reglas de juego para la importación de vehículos poniéndoles más exigencias podría acabar con más de una empresa del rubro y dejar gente sin trabajo. Por eso esto se debió hacer antes, para que no ingresaran tantos autos tan baratos y no se empleara tanta gente en el rubro (gente que la economía la hubiera absorbido en otras áreas).
A su vez, incentivar a la gente a tomar el transporte público una vez que se acostumbraron a la comodidad de su auto y pueden pagarlo será costoso también, porque habría que bajar drásticamente el precio de boleto, para lo cual no hay margen.

La solución al caos al que nos acercamos va a ser dolorosa y costosa, pero va a tener que darse. Lamentablemente, la gente no sabe juzgar a sus gobernantes por si realmente hacen las cosas bien o por su competencia. La gente juzga a sus gobernantes si pudieron comprarse el auto. Así estamos. 

miércoles, 21 de diciembre de 2016

SOMOS SENSACIONALISTAS

He comprobado que los uruguayos somos sensacionalistas. No es que haya aplicado un método científico para arribar a tal conclusión, pero tengo una impresión de que no le erro.
Empecemos por el principio: qué es el sensacionalismo. Es un término peyorativo que denuncia la tendencia a producir sensación, emoción o impresión. Y nos identifica plenamente. Los uruguayos (no todos, obviamente, en este artículo caigo en la injusticia de la generalización) nos aburren los planteos dónde tenemos que razonar un poco. Queremos acción, ver correr sangre, las imágenes del asalto a La Pasiva, queremos ver la pieza del Pepe y la Lucía en el Edén, y si vamos a discutir acerca del aborto qué mejor que las imágenes de los restos de algún desafortunado feto.
Lo que queremos como sociedad es eso: espectáculo, entretenimiento, emociones. Si puede ser en imágenes, mejor.
Hace un poco más de un año escribí un artículo en referencia a las imágenes difundidas por el INAU de una intervención de sus funcionarios ante un intento de motín en el ex SIRPA. Las mismas se engloban en esta circunstancia que vengo describiendo: show, espectáculo. Y no tardaron quienes salieron enseguida a reclamar la cabeza de los funcionarios, a tratarlos de poco menos que torturadores y asesinos. La ministra de Educación, jefa de los fiscales, manifestó públicamente que quería fuera de la administración pública a Joselo López, a quién trató de matón. Poco después, se supo que el fiscal de la causa pidió el procesamiento por el delito de torturas. Al día de hoy, la justicia sobreseyó a los funcionarios involucrados de tal procesamiento.
Los eventos pasaron, la gente pidió que rodaran cabezas, tal si fueran los dioses de las mitologías antiguas que pedían víctimas para calmar su furia. Ni en aquel momento, ni hoy, hubo un análisis o un debate serio de la situación del SIRPA, de sus funciones, de su eficacia, ni de la vida de los internos, su contexto, familias, etc.
El SIRPA se cerró, se creó el INISA, pero el tema quedó en el limbo. Parece que ya no nos importa la situación de nuestros menores infractores. ¿Acaso alguna vez nos importó? Nunca. Lo único que nos importó fue entretenernos un rato cuando salieron aquellas imágenes.
Esta patología sensacionalista que vive la sociedad está genialmente descripta en el libro “La Civilización del Espectáculo” del ilustre Mario Vargas Llosa. Recomiendo su lectura. Aviso: no es entretenida, es reflexiva.
Pasemos al tema que me convoca hoy.
Hace un tiempo fui a una plaza ubicada en Mateo Vidal e Ignacio Núñez. Lo que viví en esa ocasión lo redacté en una carta que fue publicada en Ecos del Diario El País y en mi blog. Básicamente se trató de la indignación que me causó que en una plaza con juegos infantiles repleta de niños, unos muchachos se pusieran a fumar marihuana (o fumar lo que sea, pero en esa ocasión era marihuana) haciendo que todos los demás nos tengamos que drogar junto con ellos.
El hecho pasó, la carta se publicó en El País y también en Búsqueda, y no pasó mucho más. Nadie en mi Facebook me comentó nada y el tema murió.
Increíblemente, en el día de ayer (20/12/2016) me volvió a ocurrir una situación similar. Me encuentro en la plaza infantil ubicada en la calle Alicante y Profesor Clemente Estable. Nos encontrábamos allí una buena cantidad de padres con niños cuando se instalaron cinco muchachos a fumar porro. La historia se repitió.
Vale aclarar que en ninguna de las dos ocasiones nos estamos refiriendo a personas de mal aspecto, como salidas de un asentamiento, o víctimas de una supuesta exclusión social. Todo lo contrario. Gente bien vestida y de muy buen aspecto. Probablemente jóvenes trabajadores o simplemente nenes de mama y papá que se juntaron a fumarse un fascículo al sol.
Vale aclarar también que si bien personalmente no me drogo ni estoy a favor del consumo, no me molesta lo que cada persona haga con su vida. Eso es asunto de cada uno.
El problema acá no es que fumen, sino en qué lugar y momento lo hacen. La libertad individual tiene el límite de la invasión de la libertad del otro.
Creo que el hecho da para reflexionar acerca de muchas cosas. El uso de los espacios públicos, el ejercicio de la libertad individual, el respeto por el otro, la cortesía, la convivencia.
Recomiendo el artículo que cito en mi nota “Preferiral otro” de Savater.
Llegué a casa ayer y pensé que si volvía a proponer el tema en Facebook de la manera en que siempre lo propongo, no iba a tener mayor efecto, ya que, como dije al principio, somos sensacionalistas. Para proponer la discusión acerca de algo, debemos llamar la atención con algo pomposo. Así que llegué a casa y puse una foto de la plaza con los jóvenes fumando de fondo y el siguiente texto:

“Infaltable el grupo de 4 o 5 MALDITOS FALOPEROS QUE SE LES OCURRE VENIR A FALOPEARSE a una plaza pública y que OJALA DESARROLLEN RAPIDAMENTE UN FULMINANTE CÁNCER DE PULMÓN QUE LOS HAGA MORIR LENTA Y DOLOROSAMENTE.”

Línea seguida de ese texto puse el link a la nota mencionada más arriba.
La reacción que recibí de la mayoría de mis amigos de Facebook confirma la afirmación con la que inicié el presente artículo. Una andanada de juicios en mi contra por haberle deseado la muerte a alguien, por mi calidad de cristiano, y la incompatibilidad de profesar una fe y desear cosas malas a un prójimo. Nadie se ahorró recursos para juzgar mis dichos, y alguno no tuvo prurito alguno en intentar enchastrar mi imagen o desprestigiarme. ¡Incluso hubo quien me sugirió que si me molestaba la fuamasa, que me fuera!
Prácticamente NADIE atacó el tema de fondo, que es la actitud fuera de lugar de estos jóvenes. Hasta hubo quien quiso convencerme de que fumar marihuana no es malo, y que hasta tiene un ritual que supuestamente estos muchachos habrían profanado.
Todos concentrados en el escándalo de las palabras que utilicé, nadie interesado en el tema de fondo.
Somos sensacionalistas. El problema no es que quienes fuman porro lo hagan al lado de nuestros niños. El problema es que Emanuel, el que conocíamos como un buen cristiano, el que predica el amor al prójimo, salió deseándole la muerte a otra persona. Publiqué una especie de aclaración posterior, pero no sé si tuve eco tampoco.

Nadie se tomó la molestia de analizar la actitud de los jóvenes que estaban fumando en la plaza, al lado de niños. Ellos son los desubicados, los que están haciendo un daño, sin embargo lo más escandalizable fueron mis palabras. Esto, para mi, ha sido un diagnóstico clarísimo.
Así nos encuentra como sociedad. Nos preocupa más si el Pepe se pasa mucho tiempo de viaje, cuando va a renunciar al senado, o si la esposa del presidente colgó una balconera navideña en su domicilio.


Quizás, el día que nos dignemos a discutir qué sociedad queremos, cuáles son los valores que cultivaremos, para qué futuro nos prepararemos, quizás ahí, si no es demasiado tarde, progresemos.

Aclaración final: me resulta extraño tener que andar aclarando que, en mi fuero más íntimo, ni le deseo la muerte a nadie, ni soy capaz de ejecutar ningún mal contra nadie. Que sigo creyendo en Dios y que sigo creyendo que Jesús murió por esos jóvenes también y que él los ama.
Lamento tener que hacer esta aclaración o retractación y que el centro del tema haya sido esto y no lo otro, que es lo que nos debería desvelar.
Hubo en algunos una genuina preocupación, en otros una superficial horrorización ante lo que posiblemente eran mis sentimientos de odio hacia estos chicos. No les tengo odio ni a ellos ni a nadie, pero aun si así fuera, mis sentimientos no importan. Ellos se quedan conmigo. Acá lo que importa es que nos estamos acostumbrando a este tipo de atropellos pasivamente. Pero eso no lo queremos discutir. Me ha resultado extraño que la reacción de muchos haya sido ¡QUÉ HORROR LOS SENTIMIENTOS DE EMANUEL! y no ¡QUÉ HORROR ESTE ATROPELLO!

domingo, 18 de diciembre de 2016

Mi opinión acerca de Fidel Castro



Han pasado tres semanas desde la muerte de Fidel Castro y me he tomado el tiempo para analizar, no solo su vida y obra, sino la opinión de todos los que he podido leer hasta ahora. Como todo personaje controversial, las opiniones parecen dividirse en dos bandos. Quienes miran con simpatía los regímenes de simiente marxista le admiraron. Los demás le consideran un déspota, tirano y dictador.

Para nosotros, los uruguayos, que estamos acostumbrados a vivir en una democracia republicana y liberal, la figura de Fidel, al menos, nos hace ruido. Un individuo que se mantuvo en el poder por más de 50 años mínimamente nos llama la atención. En Uruguay no estamos acostumbrados a tener líderes que permanecieran en la presidencia por más de 10 años, y siempre con un período interrumpido en el medio (exceptuando los presidentes del Cerrito y la Defensa durante la Guerra Grande que duraron 8 años de corrido). Encima uno le suma las acusaciones que pesan sobre Fidel acerca de su concentración de poder, de la represión de las expresiones opositoras, el impedimento de poder salir libremente de la Isla, la imposibilidad de organizarse políticamente con otras ideas, y la imagen que uno se hace es profundamente negativa. No faltaron las voces que lo descalificaron por que bajo su mando murieron muchísimas personas. En ese respecto, me afilio a lo opinado por el Ing. Juan Grompone: “si vamos a juzgar a un jefe de Estado por la cantidad de cadáveres que cosechó, ¿qué dejaríamos para Harry Truman y sus bombas nucleares y tantos otros que no son calificados así?”

Pero cabe preguntarse: ¿el Uruguay fue siempre una república democrática y liberal que permitía el más amplio y libre ejercicio de opinión y proselitismo político?

Repasemos el régimen de nuestro prócer José Artigas, Jefe de los Orientales y Protector de los Pueblos Libres. Lo que voy a desarrollar a continuación está extraído del libro “PURIFICACIÓN. Sede del protectorado de los pueblos libres 1815 – 1818” del historiador Juan Antonio Rebella, al que se puede acceder haciendo click aquí.

Advierto al amable lector que el desarrollo será extenso porque quiero fundamentar detalladamente mi posición.

En 1814, los españoles que dominaban Montevideo son derrotados por las fuerzas de Buenos Aires. Artigas encomendó al Coronel Fernando Otorgués solicitar el dominio de Montevideo, pero la gestión fracasó en junio de ese año, cuando fue atacado por las fuerzas bonaerenses. Este hecho desató una lucha entre Artigas y Buenos Aires por el dominio de Montevideo. Sobre octubre de ese año, Otorgués vuelve a perder, esta vez frente al Coronel Manuel Dorrego.

 Al año siguiente, las fuerzas leales a Artigas al mando del Gral. Fructuoso Rivera derrotan a las fuerzas de Dorrego en la Batalla de Guayabos (10 de enero de 1815). En febrero, los leales a Buenos Aires desalojan Montevideo. Se establece un nuevo cabildo el 4 de marzo y el 21 se hizo cargo de la ciudad el Gobernador Militar (así lo nombró Artigas) Fernando Otorgués.

El 26 de marzo, Otorgués enarboló su tan famosa bandera, la que hoy el Frente Amplio usa como símbolo.

Estos son los hechos que enmarcan la entrada de Montevideo en la esfera de la política artiguista.

Pero, no todo es tan fácil como se cuenta; mantener un enclave de poder como ese, implica necesariamente reducir al mínimo, incluso hacer desaparecer de ser posible, cualquier germen opositor contrario al ideario artiguista. No solo hay que resistir los ataques externos, las invasiones probables, sino que no hay que permitir que desde dentro surjan células malignas que ataquen al cuerpo desde su interior.

Eso lo sabía Fernando VII quien, tras expulsar al gobierno intruso de José Bonaparte (hermano del petiso), dispuso decretos destinados a castigar a los que habían servido al gobierno de Bonaparte, dónde se establecía el cese de todos los empleados nombrados por aquel y otra medidas tendientes a la purificación de la población.

En Chile, recibida la noticia de las medidas tomadas por Fernando VII, se aprestaron a imitarlas.

En Córdoba residía el sacerdote José Benito Monterroso (hermano de Ana, esposa de Juan Antonio), quien al radicarse en la Banda Oriental, será el secretario más cercano a Artigas, y ejerce especial influencia sobre el caudillo. Monterroso muy probablemente le transfirió a Artigas el conocimiento de lo que en Chile se estaba aplicando, en inspiración con los hechos de la península ibérica, que rápidamente habían llegado a oídos de la población en Córdoba.

Como sea que Artigas haya concluido su decisión, resultó lógico y razonable para aquellos tiempos, que el Jefe de los Orientales no podía permitirse tener dentro de sus dominios personas que pudieran ser germen de una contrarrevolución.

Ni lento, ni perezoso, Otorgués emitió una orden dirigida a “los hombres enemigos del sistema patrocinados de dudas maliciosas” que “han infundido ideas incendiarias, sin otro objeto que introducir una perjudicial desunión de ánimo entre los ciudadanos de un mismo país”. En dicha orden, dispuso que “ningún individuo español podrá mezclarse pública o privadamente en los negocios públicos de esta provincia, esparciendo ideas contrarias a su libertad con el finjido (sic) pretexto de hacer la felicidad del país ni con otro alguno. El que a ello contraviniere, será a las veinticuatro horas inmediatamente fusilado, incurriendo en la misma pena el que lo supiere y no lo delate”.

Al tiempo que esto ocurría, en España el Rey Fernando VII aprontó un ejército de 10.000 soldados con el fin de recuperar el domino sobre el Río de la Plata. Dicha noticia llegó a la Banda Oriental. Sin embargo, la expedición cambió de rumbo y nunca llegó al Río de la Plata. Pero esto no fue conocido en la Banda Oriental, sino mucho tiempo después.

Teniendo entonces la convicción de que una invasión española se avecinaba, Artigas no quería que personas contrarias a sus ideas y/o que simpatizaran con la corona, se sumaran a la invasión luchando a favor de ésta, desde dentro.

Así lo comunica Artigas al gobernador de Corrientes José de Silva: “Desde que hemos enarbolado el estandarte de la libertad, no nos resta otra esperanza que destrozar tiranos, o ser infelices para siempre. En esa virtud, manifiesta Ud. al pueblo el próximo peligro de ser invadidos nuevamente por los Españoles y la parte activa que por una consecuencia deben tomar los Portugueses en este empeño. De nosotros depende dejar burladas sus esperanzas, preparándonos a una común defensa. Si los europeos existentes entre nosotros nos perjudican, como creo, obligarlos a salir fuera de la provincia o ponerlos en punto de seguridad donde no puedan perjudicarnos. Esto mismo estoy practicando en mi provincia, haciendo trascendental el orden a todos los demás. Es, pues, de necesidad que lo ponga en ejecución con la mayor escrupulosidad”.

Finalmente, en Montevideo, luego de idas y venidas entre el Gobernador Militar Fernando Otorgués y el Cabildo (que se oponía inicialmente a estas medidas, pero que luego las ejecuta no sin antes mediar la destitución de Tomás García de Zúñiga y Felipe Santiago Cardoso) se comienzan a ejecutar las medidas de seguridad para defender al país de la presunta invasión peninsular. Se crea una Junta de Vigilancia presidida por Juan María Pérez y dos vocales (Gerónimo Pío Bianqui y Lorenzo Justiniano Pérez). El Dr. Lucas Obes fue consultor de la misma y su secretario Eusebio Ferrada.

La Junta emitió un decreto en el que se suspendía la seguridad individual dándose como fundamento de ello, el peligro que comportaba la próxima invasión peninsular (un equivalente al Estado de Guerra Interno votado por el parlamento en abril de 1972). Todos los europeos debían presentarse perentoriamente ante el Tribunal de vigilancia dentro del segundo o tercer día de la publicación del decreto, según fueran solteros o casados y establecidos, para dar sus nombres, patria y ejercicio. El Tribunal se limitaría a juzgar a los españoles cuya adhesión a la “causa de América” no fuera conocida y resolver quienes entre ellos podían permanecer en la ciudad y quienes debían ser expulsados de ella.

¿Qué reglas limitaban y condicionaban la actividad del Tribunal para dar por probados o no los extremos de adhesión a la “causa de América” y de que esa adhesión fuera conocida, y en el caso de no serlo, para resolver o no la expulsión? NINGUNA. Todo quedaba librado a la discrecionalidad, no existiendo posibilidad alguna de recurso de alzada.

Y si alguien se ocultase o de cualquier otro modo intentara eludir la resolución, se le confiscarían ipso facto y por vía administrativa, todos sus bienes, debiendo sufrir, además, la pena corporal que en su caso (es decir, discrecionalmente), se le decretase, sin más recurso que ser oído de un modo sumario por el Tribunal.

Respecto a los encubridores, se prescribía que por el solo hecho de no delatar la ocultación o fuga de los comprendidos en este decreto, se les juzgaría por el Tribunal criminales de lesa patria.

Además, se ordenó a todo habitante de Montevideo y su extramuro a informar al Excelentísimo Ayuntamiento dentro del plazo de tres días, el detalle de todos los granos, menestras, carnes saladas y otros víveres que hubiere o sepa que se hallen acopiados, sea cual fuera su oriunda clase.

Finalmente, cómo esto se trataba de estar preparados para la invasión, se le dio instrucciones a la población para que estuvieran listos para abandonar sus fincas.

Para financiar todas estas actividades, se resolvió confiscar los bienes de todos los españoles expulsados o fugados por la vía del empréstito forzoso.

Pero esto no bastaba: los expulsados seguirían representando un peligro latente. Era esperable que una vez expulsados emigraran para las provincias vecinas y desde allí, exacerbados aún más sus ánimos por las medidas contra ellos adoptadas, trabajaran activamente en favor de la expedición que había de venir. Por lo tanto, no era seguro tan solamente obligar a los españoles a salir de la provincia sin controlar su derrotero.

Artigas pensó en la conveniencia de concentrarlos a todos en un lugar donde fuera posible su fácil vigilancia.  Así lo expresa en su nota del 1º de junio de 1815 al gobernador de Corrientes, cuando dice (ya la cité más arriba y la repito aquí): “Si los europeos existentes entre nosotros nos perjudican, como creo, obligarlos a salir fuera de la provincia o ponerlos en punto de seguridad donde no puedan perjudicarnos.”

Evidentemente, su vigilancia sería más segura en las inmediaciones donde estaba acampado el ejército patriota. Así, Artigas pensó en fundar, con los expulsados, un pueblo en la región dónde tenía establecido su campamento militar. En oficio firmado por el Jefe de los Orientales dirigido al Cabildo de Montevideo, solicita que se tomen las providencias “sobre los Europeos que se hallan en esos destinos para reunirlos con los demás que están formando un pueblo por mi orden.

En dicho oficio, no solamente se ordena la remisión de los españoles sospechosos, sino también de cualquier americano que por su obstinación o por otro motivo, fuese perturbador del orden social y sosiego público.

Pasada la amenaza de la invasión española, y confirmado que la expedición tomó otros rumbos y otra misión, Artigas insistirá en este plan de purgar a la sociedad de los elementos que le pudieran hacer frente, ya que consideraba esto como una razón de seguridad interior, no tan solo una contingencia en caso de una invasión.

Es así que los españoles y americanos que fueron remitidos al pueblo que Artigas estaba fundando, deberían allí purgar sus crímenes, no teniendo esta purga un sentido de apremio físico ni de castigos incruentos, sino que se trataba de una purga de las ideas contrarias al sistema artiguista, por lo tanto, se trataba más bien de una purga espiritual. Estos expulsados experimentarían allí una catarsis moral y psicológica que les quite todos los que son conceptos perniciosos (a entender del pensamiento de Artigas).

De ahí que esa villa formada se conoció con el nombre de PURIFICACIÓN.



“Este es el lugar destinado para su purificación”.

Oficio de Artigas al Cabildo de Montevideo, 9 de octubre de 1815.



Artigas insiste en que se le remitieran únicamente personas que por su capacidad de influencia en la sociedad, pudieran ser (llegado el caso) “núcleos de reacción y de lucha” y que no le enviaran “pobres diablos y ganapanes, incapaces de producir un mal”.

Es decir, en síntesis, Artigas como líder de la Provincia Oriental y como Protector de los Pueblos Libres, entendía que debía asegurar su poder y dominio reprimiendo toda manifestación de oposición que debilitara su posición. Para eso, deportó a todos los que eran juzgados como posibles insurgentes, sin proceso ni garantía alguna, como ya se vio. Estas personas eran despojadas de sus bienes, de sus estilos de vida, de sus lugares, y enviadas por la fuerza a una nueva villa (en aquel entonces a un par de días de distancia de Montevideo) a iniciar una nueva vida dónde serían sometidos a un lavado de cerebro para que se les fueran las ideas anti artiguistas que pudieran albergar. Y a todos, se los concentraba en un mismo lugar, bajo vigilancia.

Un acto así en nuestro país, hoy en día, sería escandaloso, y además, violatorio de los derechos humanos, de nuestra constitución, y de prácticamente todo el cuerpo legislativo de la república.

Es como si el Frente Amplio quisiera hacer abuso del poder que tiene al ser gobierno y tomara a todos los que opinamos contrariamente a sus principios y nos concentraran en alguna dependencia militar del interior de la república hasta que “se nos pase la locura”.

Afortunadamente, en el Uruguay supimos construir una república democrática y liberal (liberal en el sentido político). No es la república perfecta, pero sí hemos conformado una sociedad muy evolucionada en estos tres valores, que repito: república, democracia, y libertad.

En la actualidad, en Uruguay cualquier persona puede elevar su voz en una opinión contraria al gobierno de turno, y aún más, puede hacer proselitismo de sus ideas, e incluso adoptar medidas y acciones concretar tendientes a debilitar al gobierno y ganar las próximas elecciones, sin que esto implique una represalia por parte de quienes ejercen el poder. No somos una república perfecta, posiblemente alguna acción fuera de lugar pueda siempre detectarse por parte de quienes, ostentando el poder, se vean amenazados, pero son siempre acciones menores y excepcionales. No hay acciones masivas, como los fue Purificación.

¿Pero acaso esto nos habilita a juzgar a Artigas? Si lo hemos de juzgar, hagámoslo en su justa medida, poniendo a Artigas en su contexto político y temporal. En la época de Artigas no había la conciencia de los derechos humanos que hay hoy (aun cuando ya se habían proclamado los derechos del hombre y el ciudadano, unos 25 años antes de 1815); no había una estructura de País que pudiera conferir derechos y darles garantías a los pobladores. No había tres poderes independientes. El poder era concentrado en el líder militar y todas las discrepancias se resolvían por imperio del más fuerte, militarmente. Esa era la regla en aquel momento.

Si alguna insurrección pudiera surgir, los insurrectos no respetarían normativa alguna, se alzarían en armas en contra del poder establecido. En esa lógica, era entendible que el poder establecido usara la fuerza para prevenir insurrecciones, sin respetar las normas que para nosotros hoy son claras y sagradas, pero que para aquel entonces no estaban ni cerca de ser internalizadas, ni individual ni colectivamente.

Es, por tanto, Artigas un hombre de su época; de una época en que las diferencias se dirimían por la vía armada.

Esa época se continuó extendiendo aun luego de fundado el Estado Oriental del Uruguay: Guerra Grande, la revolución de las lanzas, la revolución del Quebracho, Aparicio Saravia (por citar algunas).   

Muy probablemente, el fin de la revolución de Aparicio Saravia marcó un inicio nuevo para la sociedad. Los que con Aparicio lucharon, luego de vencidos, pasarán a la vida política, y el Uruguay no conocería más levantamientos armados de entidad, sino hasta el surgimiento del Movimiento de Liberación Nacional, en la década del 60.

Se puede, por tanto, decir que el Uruguay fue evolucionando, lentamente, de ser una sociedad que resolvía sus diferencias por la vía armada, a ser una sociedad como la que conocemos hoy. Dicha evolución no fue automática, llevó su tiempo de maduración, y la aparición de los Tupamaros ocurre cuando esa maduración aun no era tal, y aun se concebía esa vía como válida para la consecución de una causa. Los Tupamaros se levantaron en armas, y en armas fueron combatidos, y bajo la misma lógica, los militares pretendieron imponer sus ideales por la fuerza.

Pasado ese período negro de la historia reciente, podemos afirmar que nuestra sociedad ya se encuentra hoy en un estado de madurez tal que no soporta más el uso de la violencia para alcanzar ningún fin. Hemos evolucionado y no queremos volver a ser la sociedad de antes.

Por tanto, sería injusto juzgar a un líder militar del siglo 19 con la lógica que nuestra sociedad ha creado hoy, en pleno siglo 21.

Ahora bien, volvamos a Fidel. ¿Qué ha hecho, en esencia, Fidel en Cuba sino lo mismo que Artigas en Purificación? Al igual que Artigas, Fidel se preocupó de que no hubiera en su población individuos subversivos que pudieran alzarse contra su revolución. Para tal fin, apresó a cualquiera que se manifestara en contra y no les permitió salir de la Isla, para evitar que estando fuera vayan a organizar una contrarrevolución. Artigas entendía que su causa era la causa de la Libertad y la felicidad de las Provincias. ¿De dónde sacó Artigas que su causa estaba justificada en sí misma? Se le ocurrió a él. Fidel ha creído toda su vida que su revolución es la causa de la felicidad de los cubanos. ¿De dónde sacó Fidel que su causa estaba justificada en sí misma? También se le ocurrió a él.

Artigas concentró y ejerció todo el poder mientras lo tuvo. Era el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. Fidel también.

¿Qué conclusión saco con todo esto? Que Fidel fue un líder con 200 años de atraso. La lógica que inspiró sus convicciones y acciones responden a una lógica antigua, que responde a una cultura aceptada hace 200 años. ¿Fue Fidel el único líder atrasado del mundo? Para nada. La mayoría de los habitantes de planeta NO viven en un régimen republicano, democrático y liberal como el nuestro. Basta pensar en algunos países asiáticos (China), los países árabes, algunos africanos, para concluir que el mayor núcleo de habitantes del mundo está aún viviendo bajo regímenes atrasados prácticamente 200 años.

Nuestra sociedad actual, la uruguaya, ha evolucionado y ya no abarca aquellas lógicas. El régmien que somete a la sociedad cubana, evidentemente no ha evolucionado en la misma velocidad que la nuestra. Nuestra sociedad evolucionó pero no lo hizo de un día para otro. Le llevó doscientos años, y mucho enfrentamiento en el medio. Tuvo altas y bajas, avances y retrocesos, pero evolucionó.

La situación cubana respecto de la democracia y la libertad sin dudas evolucionará y traerá un renacer de progreso y bienestar como nunca antes esa isla vivió. Tal vez más lento, o quizás la muerte de Fidel cataliza procesos. Lo cierto es que me ha quedado la impresión de que con la muerte de Fidel se va un líder funcional a una sociedad a la que se le ha impedido avanzar en los últimos dos siglos. Un hombre que si se lo ve desde el lente de nuestra realidad, está fuera de época, pero que para su sociedad posiblemente era él u otro con su misma impronta. Intentar imponer regímenes democráticos liberales en sociedades que han estado tanto tiempo sometidas y que no tienen incorporados culturalmente estos valores ha sido un fracaso rotundo (basta ver las experiencias de Estados Unidos en Medio Oriente). Cada sociedad evolucionará a su ritmo. Los cubanos NUNCA supieron lo que es un régimen republicano democrático y liberal. Vivieron siempre o bien bajo la intervención directa de España primero, de Estados Unidos después, con la dictadura de Machado, o la de Batista, y siempre de levantamiento en levantamiento, de revolución en revolución, hasta que la última, la de Castro, puso fin al hecho de que, cada tanto, un levantamiento derrocaba a otro; se estableció con mano dura y trajo estabilidad.

Entonces, estudiado Castro en su contexto, comparándolo con las lógicas de nuestros tan mentados héroes, para mí no será ni un líder digno de veneración (puesto que me siento muy a gusto con mi sociedad liberal, democrática y republicana) ni tampoco un malvado tirano (ya que si así lo calificara, tendría que hacer lo mismo con Artigas). Fue un hombre producto de un pensamiento atrasado 200 años. En el acierto, o en el error, le doy el crédito de que dedicó su vida a lo que pensó que era lo mejor para su pueblo. Resistió más de 50 años. Resistió cientos de intentos de asesinato. Y en comparación con sus antecesores, no lo derrocó nadie.

¿Llegará Cuba a ser una sociedad moderna, libre, democrática? No lo podemos saber. Pero lo que sí sé es que Uruguay llegó a eso no sin pasar por períodos de sangre y enfrentamientos. Y, hasta dónde he estudiado, ninguna sociedad evolucionó sin someterse a procesos similares y prolongados.

Quienes nacimos en la década del 80 hacia adelante, seremos testigos privilegiados (si Dios nos concede vida suficiente) para ver qué será de esta Cuba sin su líder.