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lunes, 31 de octubre de 2016

Mi opinión acera de Halloween

Discrepo con la tendencia de andar criticando las cosas porque sí, sin analizarlas un poco.
El caso de Halloween me interesa especialmente porque, como cristiano, doy un significado especial a los símbolos y a los ritos, y esta festividad está cargada de ellos.
No obstante, para no polemizar, he querido fundar mi opinión acerca de Halloween sobre tres razones de sentido común.

1.- Halloween celebra conceptos oscuros.
Se la conoce como la noche de las brujas (sin tomar en cuenta el trasfondo cultural de la celebración celta original). Si bien puede parecer inocente o de cuento de hadas (tal vez así sea) la brujería en sí misma no representa nada agradable. Sus símbolos representan conceptos que son oscuros, que envuelven maldad, que (al menos a mi) no me simpatiza que se promueva entre los niños.
Esta celebración de la muerte no exalta ningún concepto agradable. No promueve el amor al prójimo, la solidaridad, el altruismo, etc.

2.- Halloween no promueve el respeto.
La propuesta de "dulce o travesura" básicamente promueve que el niño está en condiciones de exigir golosinas a un adulto, y que si este no accede a su exigencia, el niño queda librado a cometer una travesura para castigar la actitud del adulto. Dicha travesura implicará, obviamente, un acto de molestia para el otro. Esto enseña al niño que, por lo menos un día al año, parece que puede faltar a todas las normas de respeto y convivencia, y que todas las personas que se le crucen deberán estar disponibles para servir sus caprichos.
No parece algo bueno inculcarle al niño como una gracia que tiene derecho de molestar a una persona si ésta no ha accedido a un petitorio suyo.
Se crea en el niño la idea de que puede obtener todo lo que desee. Esta idea del consentimiento permanente es muy dañina.
Más bien deberíamos instruir a nuestros niños en que si alguien no puede o no quiere acceder a sus pedidos, eso no les habilita a tomar represalias.
Recuerdo hace más de 10 años estar saliendo de mi casa junto con quien en aquel momento era mi novia, con planes de ir al cine. Termino de cerrar la puerta y se nos aparece un niño pidiendo golosinas. Como era de esperar, no teníamos golosinas encima para darle, a lo que automáticamente nos roció con agua de una pistola de juguete que tenía como represalia. Nosotros (que estábamos vestidos para salir) inmediatamente pronunciamos una exclamación de molestia, algo así como "pará, nene! qué te pasa?"
Lo más grave fue la madre de la criatura, que viendo todo a escasos metros, nos increpó nuestra "mala onda".

3.- Halloween no promueve la prudencia.
Solemos enseñarle a nuestros niños que no acepten dádivas de extraños por razones de seguridad. Recibir dádivas de adultos puede ser peligroso básicamente por dos razones, aunque pueden ser mas.
La primera es que nunca se está libre de inescrupulosos malnacidos que quieran hacer daño dando a un niño un alimento adulterado para dañarlos, con una intoxicación, o hasta con la muerte. 
La segunda es que no es prudente que nuestros niños se acostumbren a pedir cosas a los extraños, ni a aceptar cosas de ellos, ya que muchos adultos, con intenciones de hacer maldad, saben que pueden inducir conductas en los niños bajo el condicionamiento de la dádiva, impulsándolos a hacer cosas perjudiciales que los niños aceptarán hacer a cambio del objeto que desean y que se halla en poder del adulto.

En suma, no parece que Halloween promueva nada rescatable. El hecho de que sea algo divertido no implica una razón per se. Divertido y bueno no necesariamente son sinónimos. 
Pienso que lo que le falta a nuestra sociedad, no solo en este tema, sino en una decena de asuntos, es debatir seriamente e intercambiar argumentos, sin fanatismos ni razones extremas (del tipo "en Halloween secuestran niños para sacrificarlos al diablo") que lo único que hacen es ahuyentar el intercambio.
Ojo, no tengo porqué dudar de que exista algún ritual en alguna parte del mundo (y en Uruguay, ¿porqué no?) dónde se sacrifiquen seres humanos (de cualquier edad), pero no creo que evocando tales inmundicias vaya a convencer a nadie; y además, por otro lado, no pretendo convencer a nadie con un relato de miedo, sino con argumentos.

domingo, 23 de octubre de 2016

Buscando el modelo

Publicado en mi Facebook el 21 de octubre de 2015 (con mínimas modificaciones para su publicación aquí un año después)

Corría el año 2001 y estaba en 4º de liceo. Se iba a estrenar una materia en la currícula que no se había tenido hasta el momento: filosofía. La profesora nos introdujo a los objetivos de la materia diciéndonos que la idea consistía en desarrollar el pensamiento crítico, que consiste en analizar los conocimientos y especialmente aquellos que se aceptan como verdaderos en la vida cotidiana. Nos invitó a cuestionar todo para encontrarle el sentido como resultado de un razonamiento y no como fruto de la imposición cultural, social o intelectual. Es decir, cuestionar todo aquello que considerábamos como absoluto para que le encontráramos el sentido por nuestra cuenta, y se nos instó a que no aceptáramos tales postulados simplemente porque sí. Al principio la propuesta no me simpatizó. Yo me sentía muy a gusto con mi vida y mis principios, y cuánto más leía y aprendía la Biblia, más a gusto me sentía. No tenía ninguna necesidad de cuestionar nada de lo que había aprendido hasta el momento, y tampoco sentía la inquietud de encontrarle mayor sentido. Para mí era sencillo: si la Biblia lo dice así, así será. 

Con el tiempo aprendí que no es malo cuestionarse las cosas y encontrarles el sentido. El mismo apóstol Pablo nos dice “examinadlo todo, retened lo bueno” (1 Tesalonicenses 5:21). También aprendí que “donde no hay visión, el pueblo se extravía” (Proverbios 29:18), y la observación del profeta Oseas que afirmó que su pueblo pereció por falta de conocimiento (Oseas 4:6). 

Los pueblos, así como los individuos, necesitamos tener algunos conceptos y valores que debemos aceptar como absolutos, porque ellos nos sirven de ancla y permiten saber dónde estamos parados y hacia donde vamos. Rechazando toda posibilidad de que algo se pueda aceptar como cierto per se, tanto los individuos como los pueblos quedan a la deriva. Hay cosas en las que más o menos estamos todos de acuerdo. Por ejemplo en el respeto por las personas y sus propiedades. Asumimos como válido que robar está mal, lastimar al prójimo está mal, matar está mal, engañar a otra persona, etc. 

Pero hay otros conceptos que en su momento fueron absolutos, los paradigmas reinantes de nuestra cultura occidental judeocristiana, y que en las última décadas han sido profundamente cuestionados, y como resultado de ese cuestionamiento, nuestra sociedad se encuentra ahora en estado de transición entre lo que se ha identificado por la intelectualidad actual (con notoria mala intención) como un modelo pacato y conservador, hacia un modelo nuevo, pero que claramente aun no está definido y esa indefinición le está haciendo mal a la sociedad. La sociedad parece ir hacia algún lugar, más motivada por desprecio al modelo antiguo, que por tener claro a donde quiere ir. Parece que en ese despecho, cualquier concepto que esté en el punto diametralmente opuesto a los conceptos del modelo antiguo viene bien. Es un momento donde lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer. Antes se daba como válido que el estereotipo de sociedad consistía en estudiar, conseguirse un buen trabajo, casarse, tener hijos, de ser posible comprarse una casa y un auto. Era una suerte de medida del éxito. Se respetaban ciertos valores, como ser el pudor, la privacidad, etc. 

Pero de un tiempo a esta parte, el modelo viene cambiando. 

Un estudio que consulté hace poco se pregunta “¿Por qué los jovenes ya no quieren comprar automóviles y vivienda?” y concluye que los jóvenes de ahora son bien diferentes a sus padres; tienen otra idea de la vida. Para ellos, la vida no es conseguirse una buena pareja, casarse, tener hijos, comprar una casa, tener un auto y una mascota. “Los jovenes han revalorado la definicion de éxito. Antes se decia que alguien exitoso era aquel dueño de su propia vivienda y al menos un automóvil, pero ahora se valora a quienes han invertido su dinero en experiencias, viajes y aventuras. (...) desde el punto de vista de la felicidad y la sensación de bienestar es mucho mejor gastar el dinero para adquirir una nueva experiencia y no cosas nuevas”

“Tal parece que la gente no quiere escuchar historias acerca de dónde compraste una casa sino que prefieren escuchar lo fantástico que lo pasaste el fin de semana. Incluso una mala experiencia puede ser al final una historia fascinante. La interacción social entre las personas juega un papel muy importante en si serán o no felices. Así pues, ellos deben hablar con otras personas y tener muchos amigos. Obviamente los demás les gustará más escuchar acerca de un viaje loco e inesperado o cómo alguien vivió en un país desconocido, que oír cuántas casas ha podido comprar una persona en especifico” 

Y hay algo más. 

"Lo que sucede es que las cosas que poseemos, especialmente si son muy costosas nos obligan a preocuparnos por ellas. (…). En cambio, las experiencias y aventuras vividas estarán ahí siempre"

El citado estudio termina diciendo una gran verdad: “Lo importante es que las experiencias no se devalúan y no es posible robárselas.” 

Es notorio que esta generación es bien distinta a la de nuestros padres, pero igual de notorio es que no tenemos el nuevo paradigma definido aun, y algunas consecuencias de ese nuevo paradigma son notorias. Hay personas que no consideran que las propiedades de los demás sean inviolables, incluso hay gente que está convencida (claramente porque fueron así manipuladas) de que tienen derecho de sustraerles bienes materiales a quienes tienen, porque quienes tienen serían los culpables de que ellos no tengan. No valoramos nuestra salud, y así tenemos altos índices de vidas destruidas por las drogas, pero también por el sedentarismo y la mala alimentación. Embarazos no deseados y muchos de ellos interrumpidos, nuevos conceptos de familia, etc. No es el objetivo del presente artículo juzgar el nuevo modelo, si está bien o mal, sencillamente porque creo que no hay nuevo modelo aun, y no lo hay porque la cultura que está predominando es precisamente la que afirma que no es necesario un modelo. Es una cultura que nos invita a vivir a la deriva, a priorizar “experiencias”, a vivir con la adrenalina de las inseguridades, etc. Es una cultura que promueve que cada vez hayan menos valores absolutos. Es una cultura que parece que no puede vivir si no tiene constantemente experiencias que le proporcionen emociones fuertes. Tenemos personas que van todo el tiempo en busca de emociones. Son emocionalmente dependientes. No son capaces de tomar decisiones y encarar proyectos que sean permanentes o de largo plazo por razones de argumentos, sino que cuando algo ya no les genera emoción, lo descartan, o antes de descartarlo buscan darle la emoción que supo tener.

Relaciones de pareja que acaban porque sus integrantes "ya no sienten" lo que sentían antes, o porque la pareja ya no le genera los mismos sentimientos que cuando se conocieron, y que nos lleva a plantearnos: ¿sobre la base de qué se forman las relaciones de pareja de hoy? ¿Se forman sobre la base de ciertas razones que nos llevan a convencernos de que la otra persona es la ideal para acompañarnos en la vida? ¿Se forman por el convencimiento de que hay valores y objetivos comunes que cohesionan? ¿O se forman pura y exclusivamente "porque hay química"?

Lo mismo en todos los ámbitos de la vida. Personas que encaran una carrera universitaria porque les apasiona, pero luego de pasado el tiempo les aburre y encaran otra, y otra, y otra, para finalmente tener muchas carreras a la mitad, ninguna concluida, porque son personas inestables.

Personalmente creo que el más grave daño que tiene nuestra sociedad no es tanto el nuevo paradigma, que no acaba de tomar forma, sino la idea de eliminar la posibilidad de que la sociedad se base en principios inviolables, sagrados para todos, aceptados como tal con amplios consensos. Creo que de una buena vez deberíamos de terminar de ponernos de acuerdo y migrar hacia el nuevo modelo, pero seguir viviendo a la deriva no parece ser la mejor manera de vivir.

viernes, 21 de octubre de 2016

Acerca del ajuste fiscal

Durante este año fue muy debatido el asunto del ajuste fiscal o “consolidación fiscal” como el gobierno insiste en llamarle. La discusión acerca del nombre ha quedado laudada rápidamente. Si fuera una consolidación fiscal o una profundización de la reforma fiscal iniciada en 2007, estas medidas se hubieran tomado en cualquier circunstancia, pero todos saben que si la situación económica del país no fuera la que es, y si los números no fueran rojos, el gobierno habría propuesto la rebaja de impuestos que prometió en campaña electoral.

Todos los gobernantes sueñan con un mundo en el que puedan bajar impuestos. Las reducciones de la carga fiscal son un excelente fidelizador político. Por tal razón, nadie puede negar que nuestro presidente y su equipo  verdaderamente querían poder bajar impuestos, y cuando lo propusieron en la campaña, estaban haciendo una legítima expresión de deseo. Pero, la realidad (porfiada ella) no se los permitió.

Para que un país avance se necesita dinero que sea invertido. En los últimos años, Uruguay ha sido un destino interesante de inversiones por un montón de razones. Pero una de las razones fundamentales es que Uruguay tiene algo llamado “grado inversor”. El grado inversor es una calificación de deuda que hacen las calificadoras internacionales, aquellas a las que el presidente del Banco Central dijo que eran un mal necesario.

Son necesarias porque los inversores (las compañías que manejan fortunas) a la hora de invertir se fijan si el país tiene grado inversor; de lo contrario, descartan la posibilidad de inversión de plano. En muchos casos, esas compañías tienen establecido en sus estatutos la prohibición de invertir en países sin grado inversor.

Son un mal porque en el caso en que le quiten el grado inversor a un país, éste país dejará de recibir inversiones y eso hace daño.

El caso argentino es elocuente. Tras el cambió de gobierno, asumió el Ing. Macri, visto por muchos como un gobernante con un perfil amigable hacia el mercado y las inversiones, pagó todo lo que Argentina debía (para lo cual tuvo que endeudarse lindo) y aún sigue sin recibir el volumen de inversiones que esperaban, y la razón es simple: no tienen grado inversor.

¿Qué tiene que ver esto del grado inversor y las calificadoras de riesgo con el ajuste fiscal? Todo. El ajuste fiscal se hace para que algunos indicadores (inflación, deuda, déficit) se encausen en términos adecuados para que las calificadoras de riesgo no nos saquen el grado inversor.

El gobierno, por más frenteamplista que sea, por más izquierdista que se proclame, no le queda otra que hacer los deberes frente a las calificadoras de riesgo porque las consecuencias para toda la población serían muy graves si perdemos el grado inversor. Mucho más graves que pagar un poco más de impuestos.

Y para lograr encausar esos indicadores, el gobierno usó la única receta que se puede usar en casos como los nuestros, dónde tenemos déficit fiscal: aumentar los ingresos por impuestos y recortar los gastos. Se propuso aumentar las alícuotas de algunas franjas del IRPF, creación de nuevas franjas, y modificación del régimen deducciones. Por el lado de los gastos, el gobierno insiste en decir que es una postergación, que lo que se gastaría en este año, se gastará más adelante, pero en la práctica es un recorte.

Cómo es típico en los últimos tiempos, toda la discusión pública transcurrió sobre el nombre del engendro, sobre si se cumplió o no las promesas de campaña, sobre si uno es mentiroso o el otro no, etc. Las pocas voces, todas técnicas, que advirtieron de los efectos del ajuste, por alguna razón que no logro digerir, no logran tomar la misma dimensión en la opinión pública y las redes sociales qué si toman expresiones del tipo: “mentirosos”, “fachos, ¿qué les cuesta pagar 100 pesitos más de impuestos?”, “la mayoría de los trabajadores que ganan menos de $50.000 no pagan” etc.

Lo que voy a tratar de hacer a continuación en estas líneas es tratar de ilustrar las consecuencias que tendrá el ajuste fiscal, es decir, las consecuencias que algunos veamos reducidos nuestros ingresos y como esto no afecta a unos pocos, sino a todos.
Supongamos una familia que tiene ingresos que serán afectados por el aumento de impuestos y que entre sus gastos tienen:

  • servicio de cable tv HD con paquetes de futbol, cine y dibujitos animados.
  • son socios del club de sus amores.
  • servicio de internet en el hogar de la mayor cuota que ofrece ANTEL.
  • todos en la familia tienen Smartphone con contratos caros.
  • salen a comer afuera todos los viernes, sábados y domingos.
  • ahorran una x cantidad de dinero mensual.


Ahora que van a ver sus ingresos reducidos por el aumento de impuestos y por efecto de la inflación, empezarán a tomar algunas decisiones

  • servicio de cable tv: sacarán el HD, dejarán el futbol, y sacarán los otros paquetes.
  • Dejarán de ser socios del club de sus amores.
  • Se pasarán al servicio de internet más barato que ofrece Antel.
  • Están desperdiciando mucho paquete de datos que al final no usan en sus smartphones. Se pasarán a un contrato más barato y aprovecharán el wifi de la casa.
  • Dejarán de salir a comer los viernes.
  • Ahorrarán menos.
Todas estas decisiones de economía familiar son las que nadie advierte cuando dicen “che, se quejan de llenos, qué les hace pagar un poco más de impuestos, con todo lo que ganan”.

Desde el gobierno (y su ejército de fieles seguidores carentes de espíritu crítico que repiten consignas como loros) se ufanan que la mayoría de los trabajadores, como ganan menos de $50.000, no sentirán los efectos del ajuste. Esta afirmación no solo es falsa, sino que es vergonzosa. En primer lugar, significa que el gobierno festeja que haya gente que gane tan poco. Pero por otro lado, es falsa por lo que voy a exponer a continuación.

La mayoría de los empleados que no verán modificadas las cantidades de IRPF que pagan, por lo general son empleados de la compañía de cable, tercerizados de ANTEL, o el mozo del bar de la esquina. Esta familia, como otras, ha tomado la decisión de dejar de hacer ciertos gastos y las empresas que sufrirán esa baja de recaudación también comenzarán a tomar decisiones de recorte. De esa manera, si una empresa no mantiene su nivel de negocios, o si no puede crecer lo que tenía pensado crecer, no solo no aumentará su plantilla de trabajadores (se frena la creación de empleos), sino que posiblemente entre a despedir a algunos. De esta manera, algunos de aquellos que supuestamente no se iban a ver afectados por el aumento de impuestos, se verán gravemente afectados, porque perderán el 100% de sus ingresos.

Y los puestos de trabajo que más expuestos están a perderse, son los más vulnerables: limpiadores, serenos, porteros, domésticas, paseadores de perros, etc.

Lo otro que se ha dicho desde el gobierno es que el ajuste no afectará más que la capacidad de ahorro de los que más ganan. Eso es otro sofisma, ya que nadie en el gobierno sabe a ciencia cierta qué decisión tomará cada familia para afrontar el ajuste. De pronto no están dispuestos a dejar de ahorrar, y concentrarán sus decisiones en recortar otros gastos.
Pero por otro lado, ¿cuál es el mensaje del gobierno? ¿Está mal ahorrar? ¿Por qué el gobierno pretende financiar sus gastos con la confiscación del ahorro nacional?

Más bien, el ahorro sería la base del crecimiento sostenido y sano de la sociedad, pero éste no parece fomentarse, sino atacarse (en una futura entrega hablaré de lo bueno de ahorrar y lo malo de comprar a crédito).

Vamos a poner el ejemplo bien concreto de una familia que como gana bien, tienen contratado servicio doméstico y le pagan a un muchacho para que le pasee los perros, todo lo cual es sumamente ineficiente, porque tranquilamente son tareas que las pueden cumplir los propios integrantes de la familia; pero en épocas de bonanza y holgura, solemos tomar decisiones de ineficiencia, porque la plata sobra.

Ante una situación de crisis, es esperable que empiecen a sacar al perro ellos mismos, y que al servicio doméstico lo hagan trabajar menos horas o directamente lo recorten. Esta familia, de pronto, no está dispuesta a ahorrar menos, ya que el ahorro y la acumulación de capital es lo que ofrece seguridad financiera y una mayor independencia a los individuos. Todos podemos limpiar nuestra casa y pasear nuestros perros. Hay puestos de trabajo en la sociedad que existen, pero que no son del todo necesarios, y son los fusibles.

De esta manera (en este ejemplo concreto), el paseador de perros o la empleada doméstica que el gobierno decía que no iban a ser afectados porque no pagarían más impuestos, habrán perdido el 100% de sus ingresos. Quizás hubieran estado dispuestos a pagar algo de impuestos a perder buena parte o la totalidad de sus ingresos.

Y aquí se inicia una discusión filosófica. Hay quienes acusarán de insensibilidad y falta de solidaridad a la familia que a la hora de recortar lo hizo por el lado del ingreso y sustento de otro ser humano, su empleada doméstica. La familia se defenderá por el lado de que no tienen ninguna obligación de mantener su empleada doméstica, sino que tienen el derecho de dejar de contratar el servicio que ya no consideran necesario.

La discusión es un tanto maniquea porque si en lugar de despedir a su servicio doméstico, suspendieran el servicio de cable, y si otras familias van en la misma dirección, se los felicitaría por mantener a sus empleadas domésticas, pero nadie les criticaría que muy probablemente habrán dejado sin empleo a alguno de la empresa de cable. Si estaban ahorrando para comprar una casa y dejan de ahorrar para mantener a su empleada doméstica, lo felicitarán por esto, pero nadie verá que por no comprar la casa, posiblemente algún empleado de la inmobiliaria habría sido despedido.

Pero lo más coleccionable de la discusión es que si quien prescinde del servicio doméstico es una familia de clase media que lo que está haciendo es ahorrar para comprar una casa propia porque quieren dejar de alquilar, no habría condena por despedir a su empleada doméstica; estaría justificada porque está bien que quieran tener su casa propia.

Pero si quien prescinde del servicio doméstico es una familia de clase adinerada que no está dispuesta a dejar de ahorrar para comprarse su quinta propiedad para ponerla a alquilar, la condena sería inmediata.

La pregunta es: ¿a partir de cuánto patrimonio es moralmente aceptable que una familia despida a su servicio doméstico para enfrentar una crisis? Y, ¿por qué a partir de ese patrimonio y no más? ¿o menos? ¿con qué criterio estableceríamos ese monto?

Más allá de esa discusión, lo que parece no tener claro quienes dicen “¿qué te hace pagar 100 pesitos más de impuestos?” es que las decisiones que a diario tomamos en materia de gastos generan repercusiones que no somos capaces de visualizar. Todo recorte de gastos que hagamos, y que haga el vecino, y el otro, y el otro, va a terminar repercutiendo siempre en aquellos más vulnerables; justamente en aquellos que el gobierno dice que protege porque sus medidas no les aumentan los impuestos a ellos.

Seguir sosteniendo que el ajuste fiscal no afectará a los más vulnerables porque estos no pagarán impuestos, o da cuenta de la incompetencia de nuestros gobernantes (me consta que no) o simplemente es una burda falacia de la más baja calaña pero que la gente no solo no la advierte, sino que, además, la repiten.