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Desordenado y vacío

“Y la tierra estaba desordenada y vacía…” . Génesis 1:2. La Biblia dice que cuando Dios creó los cielos y la tierra, la tierra estaba d...

martes, 26 de diciembre de 2017

La historia de la Navidad, nunca mejor contada.

En el principio ya existía la Palabra […] 
Aquel que es la Palabra se hizo hombre, y vivió entre nosotros. 
Juan 1.1, 14 

El Autor de la vida 

SENTADO ANTE el gran escritorio, el Autor abre el gran libro. No contiene palabras. No contiene palabras porque estas no existen. Y no existen porque no se necesitan. No hay oídos para oírlas, ni ojos para leerlas. El Autor está solo.

Toma el gran bolígrafo y empieza a escribir. Como el artista combina los colores y el tallador sus herramientas, el Autor une las palabras.

Hay tres. Tres únicas palabras. De esas tres surgirá un millón de pensamientos. Pero la historia pende de esas tres palabras.

Toma su bolígrafo y escribe la primera. T-i-e-m-p-o.

El tiempo no existía hasta que Él lo escribe. Él, Él mismo, es sin tiempo, pero su narración se encerrará en el tiempo. La obra que comienza a escribir tendrá un primer amanecer, un primer movimiento de la arena. Un comienzo… y un término. Un capítulo final. Él lo sabe antes de escribirlo.

Tiempo. La distancia de un paso en el sendero de la eternidad. Despacio, tiernamente, el Autor escribe la segunda palabra. Es un nombre. A-d-á-n.

Mientras escribe, lo ve. El primer Adán. Luego ve a los demás. En mil eras, en mil tierras, el Autor los ve a todos. A cada Adán. A cada hijo. Los ama al instante. Los ama para siempre. A cada uno le asigna un tiempo. A cada uno le señala un lugar. No hay accidentes. No hay coincidencias. Sólo designio.

El Autor les promete a los que aún no han nacido: Los haré a mi imagen. Serán como yo. Reirán. Crearán. Nunca morirán. Y escribirán.

Tendrán que hacerlo, porque cada vida es un libro, no para leerse, sino para escribirse. El Autor comienza la narración de cada vida, pero cada vida escribirá su propio final.

¡Qué riesgosa libertad! Habría sido más seguro haber terminado la historia de cada Adán. Escribir cada alternativa. Pudo haber sido más simple. Más seguro. Pero no habría sido amor. Amor es amor sólo si se escoge.

Así es que el Autor decidió dar a cada hijo un bolígrafo. <<Escriban con cuidado>>, susurró.

Con todo amor, deliberadamente, escribió la tercera palabra, sintiendo ya el dolor. E-m-a-n-u-e-l.

La más grande mente en el universo imaginó el tiempo. El juez más justo concedió a Adán una elección. Pero el amor fue el que dio a Emanuel. Dios con nosotros.

El Autor entraría en su historia.

El Verbo se haría carne. Él, también, nacería. Él, también llegaría a ser humano. Él, también tendría pies y manos. Él, también tendría lágrimas y pruebas.

Y, lo más importante, también tendría que hacer una elección. Emanuel se erguiría en la encrucijada de la vida y la muerte, y haría una decisión.

El Autor conoce bien el peso de esa decisión. Hace una pausa y escribe la página de su propio dolor. Pudo haberse detenido allí. Hasta el Autor tiene que hacer una decisión. Pero, ¿cómo podría el Creador no crear? ¿Cómo podría un Escritor no escribir? ¿Y cómo podría el Amor no amar? Así es que Él elige la vida, aunque esta signifique la muerte, con la esperanza que sus hijos hagan lo mismo.

Y así, el Autor de la Vida completa su historia. Clava el clavo en la carne y rueda la piedra sobre la tumba. Sabiendo la elección que va a hacer, conociendo la elección que todos los Adanes van a hacer, escribe: <<Fín>>. Cierra el libro y anuncia el principio- <<¡Hágase la luz!>>

Video  

Lucado, M., (1996), El trueno apacible, Nashville, TN (EE.UU), Editorial Caribe. Páginas 21-25.

domingo, 24 de diciembre de 2017

Adviento 2017 – Semana #4: Esperanza. Reflexión final.

Adviento 2017 – Semana #4: Esperanza. Reflexión final. 

Esta navidad será, sin dudas, muy especial para la familia. Desde hace poco más de 10 años, cuando murió el hermano mayor de mi abuela, comencé a darme cuenta que esa generación se estaba comenzando a ir. Luego de la partida de ese tío abuelo, al año siguiente falleció un cuñado de mi abuela; más adelante, un mes luego de nacida Julieta, partió el hermano menor de mi abuela; finalmente murió mi abuela hace 4 años, para un par de años luego morir otro de sus hermanos. Por el lado de ella, solamente quedan dos hermanas: la más grande y la más chica. 

Hoy es 24 de diciembre. Anoche nos enteramos de que otro tío abuelo de esa generación se había ido. Otro cuñado de mi abuela. Curiosamente, partió el mismo día que una de sus hijas cumplía 53 años. Qué coincidencia. El mismo día que se celebraban 53 años de una llegada, ocurrió una partida. A 48hs. de que el mundo recuerde la llegada del Salvador, nuestra familia sufre una partida. 

Los fallecimientos siempre son momentos de reflexión. Nos ponen de frente a un hecho inevitable de la vida. Nos enfrenta a lo único seguro que tenemos, puesto que la muerte es lo único en esta vida que tiene probabilidad 1 de ocurrir. 

Ocurre, sí o sí. 

Nada en esta vida te asegura felicidad, prosperidad, un buen pasar, etc., pero puedes estar seguro de que no te vas a quedar aquí para siempre. En algún momento te vas a ir. 

Nos vamos a ir. 

Llegados estos momentos nos hacemos la pregunta: ¿qué viene después? ¿Acaso el final del proceso biológico es el final definitivo? Si consideramos que somos el resultado de millones de años de evolución de azarosas interacciones entre partículas que asombrosamente vencieron la tendencia al desorden del universo y se comenzaron a ordenar para dar lugar a la vida, cabe preguntarse: ¿millones de años de evolución para que todo se acabe en 80 años? Es una cuestión que al ser humano no le cierra. No puede ser que todo acabe así, abruptamente, cuando el corazón deja de latir. Y lo que es peor, como seres humanos no podemos voluntariamente hacer que nuestro corazón dé un latido: los latidos del corazón son automáticos. Son como un motor en ralentí, una vez que se le dio el chispazo inicial, andará hasta que se apague, pero una vez apagado, ya no se lo puede prender. Ninguno de nosotros puede evitar que, llegado el momento, el corazón se detenga. Y no podemos hacer que siga latiendo. Es tal vez por eso que el ser humano busca trascender su propia existencia. 

El primer acto de trascendencia son los hijos. Cuando en ellos vemos reflejados nuestros modismos, nuestra forma de hablar, el parecido en sus rostros, nuestras posturas, inmediatamente apreciamos que allí está nuestra continuidad. Algún día nosotros no estaremos más, pero nuestros hijos harán que nuestra mirada, nuestras posturas, o la forma en que nos reímos a carcajadas, continúen estando. Puede parecer torpe esto que voy a escribir ahora, pero cada vez que subo a Facebook una foto de mi abuela Felicia, Facebook etiqueta automáticamente a mi tío Ricardo (su hijo). Todos somos capaces de ver el parecido entre mi tío y su madre, pero para Facebook son idénticos. Y siempre que esto ocurre, es como que Facebook nos recuerda que mi abuela sigue estando. De alguna forma sigue estando. 

Trascender es evitar la muerte. Por eso muchas personas trascienden a través de la obra que han hecho, si le hicieron algún aporte a la sociedad, si se destacaron en el terreno de las letras, el arte o el deporte, etc. ¿Por qué buscamos trascender? En el fondo tenemos esa sensación de que esto no acaba acá. No puede ser que acabe acá. ¿De dónde proviene esa noción? La Biblia nos dice que Dios ha puesto eternidad en el corazón de los hombres (Eclesiastes 3:11). Tenemos dentro de nosotros la noción de la eternidad, de algo que trasciende el mundo material. Sabemos, tal vez inconscientemente, que estamos de paso aquí, y que, por ende, no pertenecemos a aquí. 

Hace poco escuché una canción. Enfoca la noción de Cielo como un lugar en el que ya estuvimos y al cual vamos a regresar, y no ir por primera vez. Materialmente, para nosotros, todo comenzó cuando salimos del vientre de nuestra madre. No tenemos una nítida memoria de ningún momento anterior. Sin embargo, dentro de nosotros sabemos que estuvimos allí y que hacia allí vamos. Esa noción de saber que no pertenecemos aquí y que nuestro hogar definitivo nos está esperando, que este período acá es tan solamente una parada en la ruta al lugar a dónde nos dirigimos, de que ese Hogar será un lugar de paz, dónde no habrá más llanto ni clamor ni dolor, se llama ESPERANZA

La Navidad es el tiempo de meditación en nuestra Esperanza. Jesucristo es nuestra esperanza, pues es quien nos trazó el camino que nos lleva al Hogar. Su nacimiento y obra nos regaló la entrada al cielo. Es Jesús quien nos ofrece la alegría del reencuentro con quienes se nos adelantaron. 

Mi mamá escribió así de su madre cuando murió: “Me quedo una última charla porque no quería hablarte de una eminente partida. Me quedo una última charla y no me atreví, por que te vi pegadita a la vida, Pero lo bueno, en definitiva, es que tenemos una charla pendiente para cuando nos volvamos a encontrar, amiga querida”

lunes, 18 de diciembre de 2017

Adviento 2017 – Semana #3: Abnegación. Reflexión #1

Adviento 2017 – Semana #3: Abnegación. Reflexión #1 

Abnegación: Renuncia voluntaria a los propios deseos, afectos o intereses en beneficio de otras personas.

Se acerca la Navidad y si hay un ejemplo de abnegación admirable es el de María, la madre de Jesus.

Nada más imagínate la vida de María. Era una jovencita comprometida para casarse, virgen, y de buena familia. Sus planes eran esos: casarse y formar su familia, ser una buena esposa para José y una buena madre para sus hijos. De la noche a la mañana todos sus planes se ponen en riesgo.

Un ángel del Señor se le presenta y le anuncia que ella había sido escogida por Dios para llevar en su vientre al Salvador del mundo. “¿Cómo será esto posible si soy virgen? ¿Cómo voy a quedar embarazada?” El ángel le dice que el poder del Altísimo le cubriría y engendraría al niño en su interior.

En ese momento, María podría haber pensado mil cosas y haber calculado los riesgos de tal situación. Decir que había quedado embarazada sin que José la haya tocado aun iba a ser interpretado por el resto del pueblo como que María anduvo con otro, engañando a su futuro marido y teniendo intimidad con un hombre sin estar casada: le esperaba la muerte por lapidación. En concreto, la hubieran apedreado. Se quedaría sin su sueño de ser esposa y madre. Se quedaría sin nada, y además, muerta. ¿ Todo por decir que sí a un loco plan de Dios?

Al decir que sí al ángel, María asumía un montón de riesgos y una incertidumbre enorme. No sabía cómo José iba a reaccionar. Incluso la primera reacción de José fue mala, la quiso repudiar. Imagínate la noche que habrá pasado María luego de que José le dijo que la iba a repudiar. Pero para su fortuna, Dios habló con José y le confirmó el asunto, y éste no la repudió.

María podrían haberle dicho al ángel: “Mirá, yo ya tengo planes y los quiero llevar adelante con tranquilidad, no me compliques, búscate a otra”. “Me arriesgo mucho, no; gracias”. Pero María sabía quién le hablaba. Era el mismísimo mensajero de Dios. María sabía que Dios no haría nunca algo para su mal. En el fondo tenía la plena convicción de que podía entregarse confiadamente a las manos de Dios para que Su plan se cumpliera. María dijo sí. Y Dios cuidó de cada detalle para que ningún sueño de María cayera por la borda. María se casó, fue esposa y madre y sin dudas la mujer más privilegiada de la historia de la humanidad.

 ¿Y tú? ¿Aceptarías el llamado de Dios sin medir las consecuencias? ¿Te entregarías por completo a él?

Dios es abnegación y entrega. Se entregó por completo, no escatimó nada. Ni siquiera a su propio hijo. Para cumplir su plan, necesitó de María, otra abnegada; otro ejemplo de entrega.

Dios busca personas con su mismo carácter. Si en una semana vamos a estar celebrando la navidad, es gracias a que hubo una mujer abnegada, llena de fe y confianza en Dios, que aceptó ser un instrumento en manos del Creador.

viernes, 15 de diciembre de 2017

Adviento 2017 – Semana #2: Paz. Reflexión #2

Adviento 2017 – Semana #2: Paz. Reflexión #2 

El Regalo de Dios es VIDA ETERNA en Cristo Jesús nuestro Señor. 
Romanos 6:23 
Todo bien y todo regalo perfecto vienen de arriba, del Padre de las luces. 
Santiago 1:17 

Estamos en las semanas previas a la navidad y no parece lógico que hablemos de la muerte de Jesús; eso quedaría para pascuas. Pero resulta imposible: Jesús nació para morir. Ese era su cometido. Dar su vida por un determinado propósito. Por eso quizás los sabios del oriente (los reyes magos) le obsequiaron mirra a María. Ellos obsequiaron oro (presente para un rey) proclamando a Jesús como Rey, obsequiaron incienso (usado para rituales de adoración divina) proclamando a Jesús como Dios, y mirra (sustancia resinosa aromática usada para embalsamar a los muertos) proclamando que este niño que acababa de nacer, iría a morir. Bueno, en definitiva, todos vamos a morir. 

Ya se sabe que todo niño cuando nace, algún día va a morir. ¿Cuál es la necesidad de resaltar ese hecho, que siempre es triste, en un momento tan feliz, como el de un nacimiento? Es que la muerte de Jesús sería algo especial. 

La ley de Dios indica que los padres no pagarán por el pecado de los hijos, ni viceversa, sino que cada uno dará cuenta de sus propios actos. No es que hoy estemos pagando el pecado de Adán, sino que todos somos pecadores y merecemos castigo por nuestras propias malas acciones. 

Sí, es cierto que gracias a Adán nuestra naturaleza es pecaminosa, no parece racional que ante cada acto malo de nosotros, escapemos al son de: “ah bueno, culpa de Adán”. El castigo que merecemos no es el castigo por los actos de Adán, sino por nuestros malos actos. Y como se detalló en la reflexión anterior, en la medida en que cada ser humano tiene la potencialidad de cometer actos atroces, viviremos en un mundo rodeado de maldad. 

La buena noticia es que Jesús nació y se convirtió en PRÍNCIPE DE PAZ. Y lo es porqué sufrió lo peor que la humanidad le puede hacer a una persona. Él venció a la muerte y es quien puede derrotar el mal en nosotros. Gracias a su muerte, Él pagó el castigo que deberíamos pagar nosotros y nos da la posibilidad de acercarnos a Él y entregarle nuestra humanidad para que Él ponga paz en nuestros pensamientos e impulsos. 

Hubo un tiempo cuando el rostro de la humanidad era hermoso y agradable. Pero eso era antes de la maldición, antes que las sombras cayeran sobre Adán. A partir de ese día, hemos sido diferentes. Bestiales. Feos. Despreciables. Cascarrabias. Hacemos las cosas que sabemos que no debemos hacer y después nos preguntamos por qué las hicimos. Momentos después, comienza el remordimiento. 

"¿Por qué habré hecho eso?" 

La Biblia nos lo explica: No hago lo que quiero, sino lo que no quiero, eso hago (Romanos 7:15). La maldad en su máxima expresión se manifestó cuando Jesús fue azotado, torturado y escupido, para luego ser crucificado, sin haber cometido pecado alguno. Los soldados romanos sometieron a Jesús a un tratamiento indigno, infrahumano. Solamente odio salía de cada golpe, de cada insulto, y del escupitajo que le propinaron a un ya medio muerto Jesús. Un inexplicable placer en ver el dolor y la desgracia ajenas. Una ausencia total de empatía. 

No es agradable escribir acerca de estas cosas, pero debemos enfrentar el hecho que hay algo bestial dentro de cada uno de nosotros. Alguien que nos hace hacer cosas que aun a nosotros nos sorprenden. 

"¿Qué hay dentro de mí?" 

Para esa pregunta, la Biblia tiene una respuesta de seis letras: P-E-C-A-D-O. Hay algo malo -bestial- dentro de cada uno de nosotros. El pecado. No es que no podamos hacer lo bueno. Lo hacemos. Lo que pasa es que no podemos dejar de hacer lo malo. Nuestras obras son feas. Nuestros actos, rudos. No hacemos lo que queremos, no nos gusta lo que hacemos y, lo que es peor (si hay algo aun peor), no podemos cambiar. Tratamos de hacerlo, sí. Pero: 

¿Mudará el etíope su piel, y el leopardo sus manchas? Así también, ¿podréis vosotros hacer bien, estando habituados a hacer mal? 
Jeremías 13:23 

Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden. 
Romanos 8:7 

Para confirmar la eficacia de esta afirmación, se propone el siguiente reto: durante las siguientes 24 horas debes intentar vivir una vida sin pecado. ¿No puedes? ¿Una hora? ¿Cinco minutos? Esto significa que tenemos un problema. Somos pecadores. Y esto es lo que nos merecemos por ser pecadores: 

La paga del pecado es muerte (Romanos 6:23) 
Sin santidad nadie verá al Señor (Hebreos 12:14) 
La ganancia del impío es castigo (Proverbios 10:16) 

Jesucristo llevó toda esa maldad a la cruz. Cargó sobre sus hombros toda la maldad de la humanidad representada en los actos atroces de los que fue víctima. Y al cargar toda la maldad del hombre y llevarla a la cruz, literalmente mató la maldad. Venció al mal. Lo clavó en la cruz junto con Él. 

Isaías 50:6: no escondí mi rostro de injurias y de escupitajos. 

Esto significa, concretamente, que cada día podemos acercarnos en oración a Jesús y pedirle que tome nuestra humanidad y la crucifique junto con él. De esta manera, nuestros impulsos quedan sometidos voluntariamente al señorío de Cristo y podremos desarrollar un carácter pacífico. 

Si tan solamente todas las personas sometieran sus impulsos al dominio de Cristo, tendríamos cada vez menos actos de maldad, y tendríamos un mundo de paz. 

Jesús es el Príncipe de Paz, quien sufrió en sí mismo el castigo que era para nosotros y quien tiene todo el poder de intervenir nuestro carácter, para que tengamos un mundo más pacífico. 

Romanos 6:23. Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro. 

 En cada oportunidad de recordar el nacimiento de Jesús, recordemos que su nacimiento también es el comienzo de una nueva oportunidad para la paz.

domingo, 10 de diciembre de 2017

Adviento 2017 – Semana #2: Paz. Reflexión #1 

Desde el momento en que Adán y Eva comieron del fruto prohibido, abrieron la puerta al mundo a un elemento que hasta ese momento estaba excluido: el mal. Dios puso a la tierra bajo el mando de Adán y una vez que éste pecó, su pecado tuvo efectos sobre esa tierra que tenía a su cargo. Desde ese momento, el mundo pasó a tener el combo competo: el bien y el mal. 

Hoy en día vivimos en un mundo donde abundan tanto las obras de bien como las de mal. Pero las obras malignas son las que más nos impactan y nos duelen. Muchas veces nos hacen sentir la percepción de que es mayor el mal que hay sobre la tierra, que el bien. De hecho, no estamos muy equivocados. Jesús, refiriéndose a los últimos tiempos, dijo: “por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará” (Mateo 24:12). 

A menudo vemos actos atroces, cometidos por personas a las que rápidamente nos apuramos a juzgar y condenar. Pero el detalle está en que, en realidad, cada uno de nosotros, en tanto somos hijos de Adán, tenemos la posibilidad de cometer maldad. Desde que Adán comió del fruto prohibido, ingresó un personaje a la escena, que pasó a formar parte de nuestra naturaleza. Su nombre: PECADO. El pecado que habita en nosotros nos conduce a hacer cosas malas. Algunos tenemos más o menos capacidad de refrenar nuestra maldad, pero todos, en mayor o menor grado, hemos cometido alguna maldad alguna vez, y las seguimos cometiendo. 

Ya sea una acto cruel, inhumano, o una pequeña maldad, todas tienen un mismo origen: el pecado que habita en nosotros. Nuestros impulsos humanos están siempre enemistados con el bien, porque no pueden someterse a la ley divina, ni tampoco pueden (Romanos 8:7). Por más que nos esforcemos, no podemos hacer siempre el bien. El Apóstol Pablo nos enseñó que hacemos el mal que no queremos hacer. 

La buena noticia es que Jesús nació. Él es el PRÍNCIPE DE PAZ. Y lo es, porqué sufrió lo peor que la humanidad le puede hacer a una persona. Él venció a la muerte y es quien puede derrotar el mal en nosotros. Pero sobre eso reflexionaremos en la próxima entrega.

martes, 5 de diciembre de 2017

Adviento 2017 – Semana #1: Amor. Reflexión #2

Adviento 2017 – Semana #1: Amor. Reflexión #2

¿Qué es el amor? Es una decisión racional que implica dar la vida por el otro. No tiene nada que ver con las emociones, y ni siquiera es romántico. El amor es una decisión personal que se toma y se sostiene SIN IMPORTAR CÓMO LOS DEMÁS RESPONDEN.

Dios decidió amarnos desde antes de crearnos, por tanto, la decisión de amor de Dios se hizo sin esperar nuestra respuesta. Nuestra decisión de apartarnos de Dios (el pecado) nos mereció la muerte, el castigo. Pero Dios se levanta por encima de eso y nos obsequia la vida eterna a través de Jesús. Sólo tenemos que querer aceptar ese regalo.

Pero lo importante es que Dios nos ofrece ese regalo sin importar nuestra respuesta ante su gesto. Él no se sentó a esperar a ver si el hombre quería ser salvado. Nos salvó igual, porque el amor impulsa a tomar decisiones sin esperar la acción del otro. Si algo ha de hacerse por amor, ha de hacerse, no importa cómo actúe el otro.

Ese concepto de amor de Dios, incondicional, desinteresado, y muchas veces no correspondido, es muy distinto al concepto de amor que tenemos los humanos. Nosotros solemos hacer cosas buenas por los demás, en la medida en que los demás luego respondan adecuadamente a nuestros actos, o hacemos buenos actos en respuesta a buenas acciones recibidas. Pero nos cuesta enormemente hacer actos buenos para con aquellas personas que ignoran nuestra existencia, o que responden hostilmente a nuestras acciones.

Dios nos enseña que el amor no tiene porqué ser recíproco. Las Escrituras nos muestran precisamente esto: Dios nos amó primero y nosotros respondemos a su amor (1º Jn. 4:19). No al revés. No es que Dios nos amó luego de ver nuestra acción de amor hacia Él.

Esto nos conduce a un punto importante: Dios no te echa en cara el regalo que ha logrado para ti. Nosotros, sin Dios, no somos nada; pero Dios sin nosotros sigue siendo Dios. Él ha dado la muestra más grande de amor que se puede dar.

Y lo hizo para que, en el marco de la libertad, tu elijas.

domingo, 3 de diciembre de 2017

Adviento 2017 – Semana #1: Amor. Reflexión #1

Adviento 2017 – Semana #1: Amor. Reflexión #1 

Introducción previa: ¿Qué es el Adviento? Es un período aproximado de cuatro semanas antes de la Navidad, en el que los cristianos se preparan espiritualmente para celebrar la venida de Jesús. La palabra “Adviento” proviene en latín del verbo advenir que significa venir o llegar. El adviento es el tiempo de la espera de la llegada del Señor. Las fechas del Adviento se fijan entorno a las fechas de la Navidad. Siempre cuenta con cuatro domingos, aunque las semanas no sean completas. Empieza el domingo cuarto anterior a la Navidad, que en 2017 será desde el domingo 3 de diciembre hasta el domingo 24 de diciembre. En cada semana previa se reflexiona acerca de un tema. Para este 2017, he elegido los siguientes temas, en orden: Amor, Paz, Abnegación, Esperanza.


Un vínculo de amor genuino es aquel que se da en un marco de libertad: libertad para elegirse entre las personas que se vinculan. Y, sobre todo, libertad para que una de las dos partes decida finalizar el vínculo. Cuando Dios crea al hombre, lo hizo con la intención de generar un vínculo de amor entre Él y su creación. Pero para que ese vínculo fuera genuino, el hombre debería tener la oportunidad de poder rechazarlo, para que el amor entre Dios y el hombre se sustentara en una decisión libre y voluntaria de éste último, y no en el resultado de la existencia de una única e inevitable opción.

Eden. By Ron DiCianni


Es por esa razón que Dios pone en medio del jardín al árbol del bien y del mal, para que el hombre tenga la oportunidad de rechazar a Dios. Y lo hace.

Pero así como el vínculo genuino del amor implica la libertad para que una de las partes finalice el vínculo, también implica el derecho de la otra parte de no querer resignarse a que el vínculo finalice y tender un puente en caso de que la parte que rompe el vínculo se arrepienta y quiera volver. Siempre en el marco de la libertad. Y precisamente, Dios no hizo al hombre para perderlo. Dios necesitaba, no solamente crear al hombre, sino planificar de qué manera iba a lograr que el hombre, en caso de rechazarlo, tuviera un camino de regreso, si deseara volverse a Dios.

Ese camino de regreso no sería fácil. La consecuencia de alejarse de Dios es la muerte y desde que Adán y Eva decidieron alejarse de Dios, todos estamos destituidos de su Gloria. Solo la muerte del Hijo de Dios, de Jesúcristo, Hombre sin pecado alguno, podía pagar el precio para nuestra salvación. Por causa de nuestro pecado, nosotros solo merecemos castigo, pero Jesús se puso en nuestro lugar y recibió ese castigo sobre sí mismo, pagó el precio, y se convirtió, de esa manera, en el camino de regreso al Padre.

Todos nosotros tenemos la oportunidad de decidir, si queremos, volver al Padre; volver a nuestro creador. El camino está hecho. Solo hay que querer transitarlo (Ap.3:8.).

Pero lo más maravilloso de esto es que Dios sabía que, en caso de que el hombre decidiera rechazarlo, su Hijo debería ser entregado para salvación del hombre. Y eso lo sabía ANTES DE CREAR AL HOMBRE. No es que Dios creó al hombre, el hombre lo rechazó, y recién ahí Dios dijo: “Uia! Y ahora, ¿como arreglo esto?” No. Dios tenía todo planificado previamente: la creación del hombre y la fórmula para recuperarlo en caso de que se perdiera.

Y aun así, sabiendo de antemano que el precio que iba a tener que pagar para recueprar al hombre iba a ser la tortura, el sufrimiento y la muerte de su Hijo Unigénito, aun así, creó al hombre.

¿Cuántos de nosotros haríamos algo sabiendo que de antemano nos va a costar la vida de uno de nuestros hijos? Pues Dios lo hizo. Nos creó aun a riesgo de tener que dar la vida de su Hijo Amado. Esa es la magnitud del amor de Dios por nosotros.

“Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro”.

Romanos 6:23 (RVR1960)