Mayormente, el milagro que Dios nos da es el que nosotros no queremos porque hay milagros que nadie quiere.
Seguramente te preguntarás: pero si es un milagro, ¿cómo es que nadie lo quiere?
Lo que ocurre es que nosotros queremos NUESTRO milagro, y de ser posible que se haga de nuestra manera. Pero, lo cierto es que la base de todo es que nosotros vivimos en un continuo milagro.
Aconteció que el pueblo se quejó a oídos de Jehová; y lo oyó Jehová, y ardió su ira, y se encendió en ellos fuego de Jehová, y consumió uno de los extremos del campamento. Entonces el pueblo clamó a Moisés, y Moisés oró a Jehová, y el fuego se extinguió.
Y llamó a aquel lugar Tabera, porque el fuego de Jehová se encendió en ellos.
Y la gente extranjera que se mezcló con ellos tuvo un vivo deseo, y los hijos de Israel también volvieron a llorar y dijeron: ¡Quién nos diera a comer carne! Nos acordamos del pescado que comíamos en Egipto de balde, de los pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y los ajos; y ahora nuestra alma se seca; pues nada sino este maná ven nuestros ojos.
Números 11:1-6
El maná. Comida caída del cielo. De arriba. En un período de la historia donde por vivir en el desierto y no poder sembrar, ni cosechar, ni intercambiar con más nadie, no había otra manera de comer que esa: milagrosamente.
Es un milagro que la comida te caiga todos los días en tu mesa sin que te tengas que esforzar por nada más que levantarla del suelo. Esa era la comida y el milagro de Dios para su pueblo y para esa etapa.
Pero las cosas marcharon bien un día, dos… Pero al cabo de un buen rato solo comiendo maná, se armó lo que recién leímos. Si lo trajéramos al presente, hoy en día alguien se quejaría y diría: ¿Todos los días arroz blanco? Cuando una persona se queja porque come todos los días arroz blanco, en realidad tiene que reconocer que gracias a Dios tiene ese arroz blanco. Hay gente que no tiene arroz, y ni siquiera tienen agua o cocina a gas para hervirlo.
El maná se convirtió rápidamente en el milagro que nadie quería. No era lo que esperábamos de ese Dios poderoso que nos sacó con mano firme de Egipto. Con todos los prodigios que hizo, ¿no puede de tanto en tanto mandarnos alguna otra cosa de arriba? ¿Maná es lo único que tiene? Es un milagro. Es lo único que nos mantiene alimentados en este desierto, pero no era lo que estábamos esperando.
De esa forma, Moisés pasa 40 años en el desierto con el pueblo hasta que llega el fin de su etapa y entra Josué en la escena y le toca cruzar el río Jordán para introducirse finalmente en la tierra prometida. Y lo que vamos a observar a continuación es que se dieron preparativos y entre esos preparativos estaba el preparar comida.
Pero, hacía 40 años que no preparaban comida. Ellos vienen comiendo maná desde 40 años. ¿Había alguno que se acordara de cómo se hacía para cocinar alguna otra cosa?
Y Josué mandó a los oficiales del pueblo, diciendo: Pasad por en medio del campamento y mandad al pueblo, diciendo: Preparaos comida, porque dentro de tres días pasaréis el Jordán para entrar a poseer la tierra que Jehová vuestro Dios os da en posesión.
Josué 1:10-11
Prepárense comida, les manda. ¿Por qué? Porque una vez que cruzaran el Jordán y estuvieran en la tierra donde fluye leche y miel, se termina el milagro del maná.
Al otro día de la pascua comieron del fruto de la tierra, los panes sin levadura, y en el mismo día espigas nuevas tostadas. Y el maná cesó el día siguiente, desde que comenzaron a comer del fruto de la tierra; y los hijos de Israel nunca más tuvieron maná, sino que comieron de los frutos de la tierra de Canaán aquel año.
Josué 5:11-12
Es como que Dios les dijera: ¿van a entrar en la tierra prometida? Bien, yo les voy a proveer las herramientas, las azadas, las hoces, la tierra ya es buena, pero ahora hay que trabajar. ¿A cuántos les gusta el milagro de trabajar?
Ahora el milagro ya no es el maná. Ahora el milagro es que te doy fuerzas, capacidad, te doy las herramientas, es decir: te doy vida, salud, infraestructura, tierra fértil.
Se terminó el milagro del maná. Ahora viene un nuevo milagro, el de tener las fuerzas de levantarte a las 6 de la mañana e ir a trabajar.
Y seguramente habría quien en su interior habrá pensado: “ya nos acostumbramos a comer maná, sigamos así”. Es más sencillo salir cada mañana a recoger la comida pronta que comenzar a labrar la tierra.
Lo que sigue en el relato del libro de Josué son siete años de batallas contra 31 reyes y allí hay varios milagros sobrenaturales: La caída del muro de Jericó, el sol que se detiene, etc., etc., etc.
Los milagros seguirían, pero maná nunca más.
Hay momentos en nuestras vidas en las que cuando no hay nada que nosotros podamos hacer, Dios lo hace todo. Como cuando Israel estaba en el desierto y no había nada que Israel pudiera hacer: Dios les daba sombra de día, calor de noche y alimento diario. Pero hay otros momentos en la vida donde sí hay algo para hacer, y ahí el milagro es que Dios nos da las fuerzas y la capacidad de hacer. Entonces, hay que ponerse a trabajar.
te dio a comer maná, que ni tú ni tus antepasados conocían, para enseñarte que el ser humano no sólo vive de pan, sino de todo lo que el SEÑOR ordena. Tu ropa no se desgastó y tus pies no se hincharon durante estos 40 años.
Deuteronomio 8:3-4 (PDT)
Cuídate de no olvidarte de Jehová tu Dios, para cumplir sus mandamientos, sus decretos y sus estatutos que yo te ordeno hoy; no suceda que comas y te sacies, y edifiques buenas casas en que habites, y tus vacas y tus ovejas se aumenten, y la plata y el oro se te multipliquen, y todo lo que tuvieres se aumente; y se enorgullezca tu corazón, y te olvides de Jehová tu Dios, que te sacó de tierra de Egipto, de casa de servidumbre; que te hizo caminar por un desierto grande y espantoso, lleno de serpientes ardientes, y de escorpiones, y de sed, donde no había agua, y él te sacó agua de la roca del pedernal; que te sustentó con maná en el desierto, comida que tus padres no habían conocido, afligiéndote y probándote, para a la postre hacerte bien; y digas en tu corazón: Mi poder y la fuerza de mi mano me han traído esta riqueza.
Sino acuérdate de Jehová tu Dios, porque él te da el poder para hacer las riquezas, a fin de confirmar su pacto que juró a tus padres, como en este día.
Deuteronomio 8:11-18
Aquí se ve claramente: hay momentos donde el milagro es el maná, pero luego llega el momento en el que el milagro es darte el poder para hacer.
Otra escena:
Y cuando se hubieron saciado, dijo a sus discípulos: Recoged los pedazos que sobraron, para que no se pierda nada. Recogieron, pues, y llenaron doce cestas de pedazos, que de los cinco panes de cebada sobraron a los que habían comido.
Juan 6:12-13
Multiplicación de los panes y los peces. Gran milagro. Pero el milagro no se agotó ahí. Cuando todos se hubieron saciado, sobró alimento, y ahí surge otro milagro. Milagro raro. Jesús les manda a los discípulos a recoger los pedazos que sobraron. Y esto nos da la pauta de que literalmente la gente comió y lo que sobró luego de estar llenos lo tiraron para un costado. Y eso es lo que nadie comía. Pedazos duros de pan, restos de pescado con espinas, etc.
El problema es que cuando hay abundancia, se tiende a desperdiciar. Muchas veces, lo que se recibe de arriba, sin esfuerzo, no se cuida. Pero al Señor no le gusta que nada de lo que él hace se pierda.
La referencia de que se juntaron doce cestas nos da la pauta de que esos sobrantes irían a ser la cena que iban a comer los apóstoles de regreso. Por eso dice doce cestas, es decir, cada discípulo andaba con una cesta encima (mostrar la cesta), o más modernamente: el tupper.
¿Alguien querría cenar sobras teniendo al maestro con toda la unción fresca para hacer otro milagro?
Luego de haber alimentado a la multitud con semejante milagro, los discípulos podrían haber esperado que Jesús les hiciera un milagro para ellos y que pudieran darse un buen festín de cena, pero no. A comer las sobras. Porque a pesar de que eran sobrantes y pedazos de descarte, a nadie se le ocurrió pensar que eso no era un milagro de Dios. Eso era también parte del milagro que Jesús acababa de hacer. Eso que cenaron los apóstoles, era milagro de Dios.
Otra escena:
Pero el centurión, queriendo salvar a Pablo, les impidió este intento, y mandó que los que pudiesen nadar se echasen los primeros, y saliesen a tierra; y los demás, parte en tablas, parte en cosas de la nave. Y así aconteció que todos se salvaron saliendo a tierra.
Hechos 27:43-44
Pablo viaja como recluso en una nave que tenía destino Roma. La nave donde va Pablo empezó a tener problemas y naufraga. El barco se deshace en mil pedazos. Allí los soldados procuran matar a todos los presos (entre los cuales está Pablo), porque si los presos se escapaban aprovechando la situación, al llegar a Roma sin los presos los que iban a morir eran ellos. Pero como Pablo contaba con el favor del centurión, éste mandó que no se matase a ninguno.
¿Dónde está el milagro? En que supieran nadar, porque donde no supieran nadar, se mueren.
Ahora, habiendo Jesucristo calmado tantas tempestades, vemos aquí que en esta ocasión no la calmó, sino que la tempestad seguía. Todos hubiesen esperado al Jesús de las tempestades calmadas, que apareciera y calmara la tempestad. O hubiéramos esperado que Pablo se levantara y calmara él la tempestad. Después de todo, era Pablo, y “mayores cosas que yo haréis”. Pero no.
¿Y los que no sabían nadar? Parte en tablas, parte en cosas de la nave. A lo escena final de Titanic. Salvavidas para todos. ¿No es un milagro? Claro que es un milagro, sino pregúntenle a Jack que no encontró lugar en la tabla con Rose y se murió.
A unos Dios le dio la capacidad de nadar, y a otros les dio salvavidas.
La clave aquí es entender que todo el tiempo estamos viviendo un milagro de Dios. Si se termina un milagro, arranca otro. Como el maná: se terminó, pero arrancó el milagro de la fertilidad y la abundancia. Y aun así, a veces nos quejamos de nuestra vida.
Nos levantamos y:
Pero qué día caluroso, está insoportable, ay! Esto me descompone!
Mirá qué feo día, hoy va a llover.
Y precisamente de lluvia viene el siguiente ejemplo. Del día en que cuando empezó a llover, se terminó un milagro.
Vino luego a él palabra de Jehová, diciendo: Levántate, vete a Sarepta de Sidón, y mora allí; he aquí yo he dado orden allí a una mujer viuda que te sustente.
Entonces él se levantó y se fue a Sarepta. Y cuando llegó a la puerta de la ciudad, he aquí una mujer viuda que estaba allí recogiendo leña; y él la llamó, y le dijo: Te ruego que me traigas un poco de agua en un vaso, para que beba.
Y yendo ella para traérsela, él la volvió a llamar, y le dijo: Te ruego que me traigas también un bocado de pan en tu mano. Y ella respondió: Vive Jehová tu Dios, que no tengo pan cocido; solamente un puñado de harina tengo en la tinaja, y un poco de aceite en una vasija; y ahora recogía dos leños, para entrar y prepararlo para mí y para mi hijo, para que lo comamos, y nos dejemos morir.
Elías le dijo: No tengas temor; ve, haz como has dicho; pero hazme a mí primero de ello una pequeña torta cocida debajo de la ceniza, y tráemela; y después harás para ti y para tu hijo. Porque Jehová Dios de Israel ha dicho así: La harina de la tinaja no escaseará, ni el aceite de la vasija disminuirá, hasta el día en que Jehová haga llover sobre la faz de la tierra.
I Reyes 17:8-14
Todos creemos que Dios es un Dios de milagros. De hecho, si no fuera por Dios, no estaríamos aquí. Y milagro es milagro si no se puede explicar. Si se puede explicar, no es milagro.
Acá pasó algo sobrenatural, y pasó porque todos fueron obedientes. Primero Elías, al ir a Sarepta. También la mujer, al hacer primer la torta para Elías.
Pero el milagro duraría hasta el día en que Jehová haga llover sobre la tierra.
Hay que tener mucha fe, digo de parte de la viuda, para creerle a un desconocido que viene y le dice: haceme primero a mi y luego vas a ver que de aquí a que llueva, va a haber mucha harina y aceite.
Y así fue durante los tres años y medio de sequía, porque en el arroyo de Querit estuvo algunos días, nada más.
Luego de eso, viene el milagro de la lluvia, de la salud para poder agacharse para trabajar, la azada, la pala de diente, etc.
¿Qué pasa cuando atravesamos crisis, escasez? Bueno, ahí Dios dice: mirá, si no hay agua, si no hay manera de trabajar y producir, yo me encargo. Yo te suplo. Pero el día que vuelva a haber agua, el día que se pueda producir, yo me encargo, sí, pero de darte la salud, las fuerzas, la inteligencia para que te levantes y trabajes.
Dios prometió que la harina de la tinaja no escasearía. Esto es lo que quisiéramos siempre. Abrir la tinaja y que siempre salga harina. Volcar la vasija y que siempre salga aceite.
Seguramente, más de uno no quiso el milagro de que empezara a llover, porque era más fácil golpearle la puerta a la viuda y pedirle prestado una tacita de harina…
Empezó a llover. Ahora sí va a escasear la harina de la tinaja. Se termina el milagro de la harina, pero empieza el milagro de la lluvia. Y créanme que luego de tres años de sequía, si llueve, es un milagro.
Ahora viene el turno del milagro del esfuerzo, de la fuerza que Dios te da. El esfuerzo al que le escapamos porque da fatiga.
Da fatiga leer, ¿no? Da fatiga estudiar. Es una cosa con la que luchamos con nuestros hijos. Como nos cuesta que agarren un libro. Es también una cosa con la que luchamos en la iglesia. Como nos cuesta que la gente agarre una Biblia y la lea, la estudie, y deje de usarla como Bibliomancia.
No dimensionamos el milagro que es que tengamos un libro en la mano, y el milagro enorme que es tener el conocimiento tal cual lo tenemos hoy. Para dimensionar esto, me gustaría hacer un breve repaso de la historia de los libros.
En la antigüedad, no había imprenta, los libros se copiaban a mano y no era un trabajo fácil. No existían las comodidades ni la ergonomía de hoy en día. Imagina la labor de una persona que debía copiar y copiar libros para conservar el conocimiento. Copiaban y copiaban
Los libros antes eran rollos. Rollos de papiros. A eso se refiere la Biblia cada vez que habla de rollos. Por ejemplo, cuando en Lucas 4 dice que a Jesús se le dio el rollo del profeta Isaías para leer. Era un rollo de papiro. El papiro era una planta, principalmente proveniente de Egipto. Más adelante, surge un invento para ayudar a los copistas. Vino a ayudarlos el pergamino. El pergamino se hace con piel de cordero y los libros ya no fueron rollos, sino ya más parecidos a los que conocemos nosotros, con hojas que se dan vuelta: se llamaron Codex. Y era un poco más fácil trabajar sobre la piel del cordero que sobre un papiro.
Pero el pergamino era más caro. Se necesitaba un cordero para hacer cuatro hojas.
Eso ya nos da una noción de lo que pesaban los pergaminos. De ahí que los libros eran caros. Carísimos. Eran caros por la cantidad de corderos y por el tiempo que le llevaba al copista hacer un libro. Como ejemplo, una Biblia llevaba un año. UNA BIBLIA, UN AÑO.
A eso hay que sumar que no era solo copiar, sino también encuadernar. Y eso también era caro. Llevaba trabajo. Los trabajos más sofisticados eran de encuadernaciones en madera con incrustaciones de piedras preciosas.
Esto hace que además del copista, trabajaban otros oficios. Incluso el rubricador. La rubricación era todo un oficio.
Y aquí viene donde nace la sacralización de libro. El libro era sagrado por su valor espiritual y por su valor material. Por el contenido, pero por lo que costaba hacerlo.
Luego llegó la imprenta, y copiar libros fue mucho más fácil, y por eso su valor ahora no es tan caro. Un libro es barato. Se hace enseguida. El valor espiritual o intelectual de lo que está dentro sigue siendo valioso, pero su valor material ha caído estrepitosamente. Antes, Pedro Valdo usaba su fortuna para copiar algunas pocas promesas y repartirlas. Hoy se regalan Biblias enteras.
El avance de la tecnología siempre hace eso, abarata las cosas.
Al punto tal de que el libro está perdiendo valor. Tanto que ya las casas no tienen Bibliotecas, como las tenían antes. Ahora los libros están en internet, en la nube. Ya nadie quiere un libro impreso.
Pero lo cierto es que la gente no quiere disfrutar del milagro de leer y aprender. La gente quiere haber leído. Haber leído es bueno. A usted le preguntan: ud. leyó la Biblia?
Sí, la leí.
Lo que quizás para algunos no es tan bueno es pasarse, digamos, un mes todas las noches, desvelado, leyendo la Biblia a la luz de una portatil.
La gente de hoy es muy ansiosa, que busca las rápidas satisfacciones, que no espera por los placeres, dice: cuánto me falta, tiene chiquisientas páginas, y encima me cuesta entender, y recién voy por Génesis 15 y hace dos meses que la empecé a leer. Y te da la sensación de que nunca vas a terminar de leer la Biblia, pero te gustaría haber leído la Biblia para poder decir a sus amistades: me leí la Biblia entera.
O Don Quijote
O para los adolescentes: Harry Potter.
Y debe ser cierto esto de que la gente quiere haber leído y no leer por el éxito que en su momento tenían los libros de bolsillo, o libros condensados, que se les llamó.
Por ejemplo: libro condensado de Don Quijote de la Mancha: un gallego que de tantos libros de caballería que se leyó, se creyó uno, agarró a su caballo, se estrelló contra unos molinos de viento. Fin.
A la gente le hubiera encantado que alguien hubiese inventado una pastilla para leer. Ud se come esta pastilla y listo, ya leyó la Biblia. Se come esta otra pastilla y listo, ya leyó Don Quijote.
Imagínese: las librerías desaparecerán y uno no tendrá más que ir al supermercado. Y allí llegas y pedís 20 pastillas de libros, y ahí entrás: La Biblia, La República de Platón, Don Quijote de la Mancha, El nombre de la Rosa, La Divina Comedia.
Y te acuerdas todo, como si lo hubieras leído, ni mejor ni peor que el tipo que se lo leyó todo a la antigua usanza.
Bueno, afortunadamente eso no va a llegar, porque eso sería algo nefasto. Por que más que el saber que un libro nos deja, lo que nos bendice es el esfuerzo de la lectura. El esfuerzo de la mente y del corazón por apropiarse de lo que el libro me ofrece. Ese esfuerzo es lo que nos edifica, y no tanto el mero conocimiento. La letra mata, recuerden.
Es como tocar un instrumento. Cualquier instrumento requiere un esfuerzo de varios años para poder tocarlo bien. Mucho más fácil es poner música en youtube y va a sonar mucho mejor que lo que a usted le puede llegar a salir su música favorita. Pero, sin embargo, la gente sigue comprándose guitarras, u órganos, y eso es porque algo de bueno debe haber en el camino y en el esfuerzo para que la gente lo desee.
Y eso es lo que tiene de buena la lectura, las horas de desvelo, el debatirse uno para ver si entiendo lo que el autor le quiso decir, y finalmente el placer enorme de haber aprendido a disfrutar un libro.
Esto es el mensaje de hoy. ¿O acaso no da más placer disfrutar de una buena comida hecha con nuestras manos? No da más placer la casa que te pudiste construir vos. El auto que juntaste y juntaste y lo pudiste comprar. El ajuar de tu hogar hecho con el fruto de tu trabajo.
El trabajar es un milagro. El poder esforzarnos es un milagro. No va a importar el valor económico de la casa que le vas a dejar a tus hijos. Va a valer que les vas a dejar todos tus años de esfuerzo.
A mí me cuesta concebir la vida si todo me hubiese venido de arriba, sin esfuerzo. Porque, como lo mencioné más temprano, cuando hay abundancia, cuando hay de sobra, tendemos a desperdiciar. Y ahí viene Jesús y dice: nada se debe desperdiciar, todo se debe valorar, que nada se pierda.
La vida no se compra hecha. Hay que hacerla a mano. No viene en pastillas. Y eso… eso también es un milagro.
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