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jueves, 31 de marzo de 2022

Canción de cuna: Un adelanto del fin de los tiempos

Canción de cuna: Un adelanto del fin de los tiempos
Por Emanuel Seropián
Miércoles 30 de marzo
2022



La visita se estiró bastante. Es tarde y hay que irse. Sebastián se despide de su primo y de sus tíos, y junto a sus padres se mete en el auto. Está agotado. Jugó como nunca. No bien el auto comenzó a marchar, arrimó la cabecita a la ventanilla y se durmió. El viaje era largo, como una hora. 

Llegaron a casa y el papá de Sebastián lo tomó en sus brazos, entró en la casa, subió las escaleras, entró en el dormitorio de su hijo y lo dejó en su cama. Lo arropó, lo besó y se fue a dormir. 

Al día siguiente, al oír la voz de su padre llamando, Sebastián se levantó. “¡Qué curioso!”, pensó. “Lo último que recuerdo es que estaba en el auto, y ahora estoy aquí, en mi cama. Pero, ¿cuántas horas pasaron?”.

Cuando dormimos no somos conscientes del tiempo que pasa. Muchas veces me ha pasado de levantarme de madrugada sin estar consciente de la hora que es, ver el reloj y alegrarme de que aún puedo dormir unas horas más. A veces pasa lo contrario. Duermo de más y cuando me despierto, ¡pasaron muchas horas más de lo que tenía previsto dormir!

La muerte es igual al dormir. El que muere, duerme. Y el dormido (es decir, el muerto) no es consciente de que el tiempo sigue pasando en la tierra. 

Pero así como nos pasaba de chicos, que nos despertaba la voz de nuestros padres llamando a nuestro nombre, así despertará la voz de Cristo a los muertos. “¡Despertate, Julieta! Es hora de ir a la escuela” es la voz con la que cada mañana despertamos a mi hija. Y podemos suponer que con una voz similar despertará Cristo a todos los muertos. 

“¡Vamos, despierten! ¡Es hora!”

¡Qué glorioso va a ser escuchar esa voz!

Pero, ¿cómo será la experiencia para el muerto? Como el sueño. Escuchará la voz de Cristo levantándolo y se despertará del sueño de la muerte. Para el muerto, será como si hubiese pasado un segundo entre su último recuerdo en la tierra y el despertar. Aunque aquí, en el mundo, hayan pasado miles de años. 

Jesús bajará del cielo con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, y cuando los muertos oigan esa trompeta, resucitarán. Pero, ¿con qué cuerpo? ¿Acaso no se descompuso y fue comido por los gusanos? Claro que sí. Entonces es lógico que te preguntes cómo resucitarán esos muertos que ya no tienen cuerpo. 

Pasará igual que ocurrió con Cristo. El cuerpo de Cristo quedó mutilado y completamente inutilizado luego de la crucifixión. Sin embargo, resucitó con un cuerpo tan apto para interactuar con este mundo como para interactuar en el cielo. Ese cuerpo le permitía aparecer y desaparecer en un instante. Era un cuerpo que se podía tocar. Juan afirma que lo tocó. Tomás puso sus dedos en los agujeros de las manos. Parece que Cristo quiso conservar algunas cicatrices de su pasaje por esta tierra. 

Cristo fue el primero en resucitar y eso nos asegura que todos lo haremos. Y, al hacerlo, ya no resucitaremos con nuestro cuerpo, si es que queda algo de él, sino con uno nuevo. 

Cuando el cuerpo muere y se lo entierra, se echa a perder; pero lo que resucita, no se corromperá jamás. El cuerpo que resucite será glorioso. Al morir sembramos un cuerpo material, pero cuando resucite será espiritual. Así como hay cuerpos físicos, hay cuerpos espirituales.  Entonces, primero tenemos cuerpo humano y después Dios nos da un cuerpo espiritual.

Sigamos. 

Los creyentes muertos van a resucitar cuando Cristo los llame, y recibirán un nuevo cuerpo. Y nosotros, los que estemos vivos, seremos transformados, recibiremos también un cuerpo nuevo, y todos juntos, nos iremos. Ocurrirá en un abrir y cerrar de ojos. En un átomo de tiempo.

Sebastián se durmió en el auto y despertó en su cuarto. Nosotros moriremos donde nos toque morir, y despertaremos, pero… ¿dónde?

En la fiesta. 

Como el ladrón que estaba al lado de Jesús en la cruz. Cuando clamó por misericordia, Jesús le dio su palabra que hoy estaría en el paraíso. Para nosotros, hace dos mil años que el ladrón está muerto y durmiendo, pero cuando llegue la hora de que todos despierten, ese ladrón lo hará, pero para él habrá sido como si hubiesen pasado algunos minutos. Sorprendido, dirá: “¡Caramba! ¡Pero si recién estaba clavado con Cristo en una cruz!”. Tal como Sebastián, que se durmió en el auto pero se levantó en su cuarto. 

¿Cuál es la fiesta que nos espera? Las Bodas del Cordero. ¿Quién se casa? Cristo. ¿Con quién? Con todos nosotros. El momento en el que todos los muertos se levanten y se eleven al cielo, junto a los que estaremos vivos, es el momento en el que Cristo, con su cuerpo glorificado, finalmente se encontrará con nosotros, con nuestros cuerpos glorificados. Finalmente, todos los obstáculos y las barreras de este mundo físico van a caer y vamos a poder estar con él. Jesús se lo había anunciado a sus discípulos: me voy a preparar lugar, para que donde yo estoy, ustedes también estén.  

Las antiguas bodas judías solían durar una semana. Esta boda también va a durar siete días. Pero mientras nosotros estaremos con Cristo esos siete días, aquí en la tierra pasarán siete años, y no serán agradables. Son los años conocidos como “La Tribulación” o “Semana Setenta de Daniel”. Por momentos, todo parecerá en calma, pero sobre el final, la cosa se va a complicar.

Justo cuando el mundo esté en su momento de mayor violencia e Israel esté por ser aniquilada, en el cielo la boda estará llegando a su fin y Jesús vendrá de regreso, una vez más, a la tierra, intervendrá en esa guerra, salvará a Israel y reinará por mil años como lo que es: el rey de Israel. ¿Y todos nosotros? Reinaremos con él.

Reinaremos en esta tierra con él, por mil años. Durante ese tiempo, el diablo estará encadenado sin poder hacer nada y Cristo mostrará los resultados en paz, armonía y belleza que redundan del hecho de que él está reinando. Finalizado ese tiempo, ocurrirán dos cosas. La primera: el diablo será liberado para ser luego condenado a pasar la eternidad en el lago de fuego. La segunda: van a resucitar los muertos que aún no habían resucitado, es decir, los muertos que en vida rechazaron a Jesús y no creyeron en él. Los que no hayan resucitado en la resurrección primera, lo harán luego del milenio. Pero su destino no será tan lindo como los primeros resucitados. Los que nunca creyeron en Cristo y lo rechazaron, resucitarán al final de los tiempos para ser juzgados y arrojados al lago de fuego. 

Luego de eso, con el diablo, la muerte y el infierno sirviendo de combustible del lago de fuego, vendrá un cielo nuevo y una tierra nueva en la que la humanidad convivirá con Cristo eternamente.
Va a ser algo sencillamente increíble. ¿Te lo vas a perder?


(Para referencias bíblicas, leer I Corintios 15, I Tesalonicenses 4:16-17, Apocalipsis 19).



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