Han pasado tres semanas desde la muerte de Fidel
Castro y me he tomado el tiempo para analizar, no solo su vida y obra, sino la
opinión de todos los que he podido leer hasta ahora. Como todo personaje
controversial, las opiniones parecen dividirse en dos bandos. Quienes miran con
simpatía los regímenes de simiente marxista le admiraron. Los demás le
consideran un déspota, tirano y dictador.
Para nosotros, los uruguayos, que estamos
acostumbrados a vivir en una democracia republicana y liberal, la figura de
Fidel, al menos, nos hace ruido. Un individuo que se mantuvo en el poder por
más de 50 años mínimamente nos llama la atención. En Uruguay no estamos
acostumbrados a tener líderes que permanecieran en la presidencia por más de 10
años, y siempre con un período interrumpido en el medio (exceptuando los
presidentes del Cerrito y la Defensa durante la Guerra Grande que duraron 8
años de corrido). Encima uno le suma las acusaciones que pesan sobre Fidel acerca
de su concentración de poder, de la represión de las expresiones opositoras, el
impedimento de poder salir libremente de la Isla, la imposibilidad de
organizarse políticamente con otras ideas, y la imagen que uno se hace es
profundamente negativa. No faltaron las voces que lo descalificaron por que bajo
su mando murieron muchísimas personas. En ese respecto, me afilio a lo opinado por el Ing. Juan Grompone: “si vamos a
juzgar a un jefe de Estado por la cantidad de cadáveres que cosechó, ¿qué
dejaríamos para Harry Truman y sus bombas nucleares y tantos otros que no son
calificados así?”
Pero cabe preguntarse: ¿el Uruguay fue siempre
una república democrática y liberal que permitía el más amplio y libre
ejercicio de opinión y proselitismo político?
Repasemos el régimen de nuestro prócer José
Artigas, Jefe de los Orientales y Protector de los Pueblos Libres. Lo que voy a
desarrollar a continuación está extraído del libro “PURIFICACIÓN. Sede del protectorado de los pueblos libres 1815 – 1818”
del historiador Juan Antonio Rebella, al que se puede acceder haciendo click
aquí.
Advierto al amable lector que el desarrollo
será extenso porque quiero fundamentar detalladamente mi posición.
En 1814, los españoles que dominaban Montevideo
son derrotados por las fuerzas de Buenos Aires. Artigas encomendó al Coronel Fernando
Otorgués solicitar el dominio de Montevideo, pero la gestión fracasó en junio de
ese año, cuando fue atacado por las fuerzas bonaerenses. Este hecho desató una
lucha entre Artigas y Buenos Aires por el dominio de Montevideo. Sobre octubre
de ese año, Otorgués vuelve a perder, esta vez frente al Coronel Manuel
Dorrego.
Al año
siguiente, las fuerzas leales a Artigas al mando del Gral. Fructuoso Rivera
derrotan a las fuerzas de Dorrego en la Batalla de Guayabos (10 de enero de
1815). En febrero, los leales a Buenos Aires desalojan Montevideo. Se establece
un nuevo cabildo el 4 de marzo y el 21 se hizo cargo de la ciudad el Gobernador
Militar (así lo nombró Artigas) Fernando Otorgués.
El 26 de marzo, Otorgués enarboló su tan famosa
bandera, la que hoy el Frente Amplio usa como símbolo.
Estos son los hechos que enmarcan la entrada de
Montevideo en la esfera de la política artiguista.
Pero, no todo es tan fácil como se cuenta;
mantener un enclave de poder como ese, implica necesariamente reducir al
mínimo, incluso hacer desaparecer de ser posible, cualquier germen opositor
contrario al ideario artiguista. No solo hay que resistir los ataques externos,
las invasiones probables, sino que no hay que permitir que desde dentro surjan
células malignas que ataquen al cuerpo desde su interior.
Eso lo sabía Fernando VII quien, tras expulsar
al gobierno intruso de José Bonaparte (hermano del petiso), dispuso decretos
destinados a castigar a los que habían servido al gobierno de Bonaparte, dónde
se establecía el cese de todos los empleados nombrados por aquel y otra medidas
tendientes a la purificación de la población.
En Chile, recibida la noticia de las medidas
tomadas por Fernando VII, se aprestaron a imitarlas.
En Córdoba residía el sacerdote José Benito
Monterroso (hermano de Ana, esposa de Juan Antonio), quien al radicarse en la
Banda Oriental, será el secretario más cercano a Artigas, y ejerce especial
influencia sobre el caudillo. Monterroso muy probablemente le transfirió a
Artigas el conocimiento de lo que en Chile se estaba aplicando, en inspiración
con los hechos de la península ibérica, que rápidamente habían llegado a oídos
de la población en Córdoba.
Como sea que Artigas haya concluido su
decisión, resultó lógico y razonable para aquellos tiempos, que el Jefe de los
Orientales no podía permitirse tener dentro de sus dominios personas que
pudieran ser germen de una contrarrevolución.
Ni lento, ni perezoso, Otorgués emitió una
orden dirigida a “los hombres enemigos
del sistema patrocinados de dudas maliciosas” que “han infundido ideas incendiarias, sin otro objeto que introducir una
perjudicial desunión de ánimo entre los ciudadanos de un mismo país”. En
dicha orden, dispuso que “ningún
individuo español podrá mezclarse pública o privadamente en los negocios
públicos de esta provincia, esparciendo ideas contrarias a su libertad con el
finjido (sic) pretexto de hacer la felicidad del país ni con otro alguno. El
que a ello contraviniere, será a las veinticuatro horas inmediatamente
fusilado, incurriendo en la misma pena el que lo supiere y no lo delate”.
Al tiempo que esto ocurría, en España el Rey
Fernando VII aprontó un ejército de 10.000 soldados con el fin de recuperar el
domino sobre el Río de la Plata. Dicha noticia llegó a la Banda Oriental. Sin
embargo, la expedición cambió de rumbo y nunca llegó al Río de la Plata. Pero esto
no fue conocido en la Banda Oriental, sino mucho tiempo después.
Teniendo entonces la convicción de que una
invasión española se avecinaba, Artigas no quería que personas contrarias a sus
ideas y/o que simpatizaran con la corona, se sumaran a la invasión luchando a
favor de ésta, desde dentro.
Así lo comunica Artigas al gobernador de
Corrientes José de Silva: “Desde que
hemos enarbolado el estandarte de la libertad, no nos resta otra esperanza que
destrozar tiranos, o ser infelices para siempre. En esa virtud, manifiesta Ud.
al pueblo el próximo peligro de ser invadidos nuevamente por los Españoles y la
parte activa que por una consecuencia deben tomar los Portugueses en este
empeño. De nosotros depende dejar burladas sus esperanzas, preparándonos a una
común defensa. Si los europeos existentes entre nosotros nos perjudican,
como creo, obligarlos a salir fuera de la provincia o ponerlos en punto de
seguridad donde no puedan perjudicarnos. Esto mismo estoy practicando en mi provincia, haciendo
trascendental el orden a todos los demás. Es, pues, de necesidad que lo ponga
en ejecución con la mayor escrupulosidad”.
Finalmente, en Montevideo, luego de idas y
venidas entre el Gobernador Militar Fernando Otorgués y el Cabildo (que se
oponía inicialmente a estas medidas, pero que luego las ejecuta no sin antes
mediar la destitución de Tomás García de Zúñiga y Felipe Santiago Cardoso) se
comienzan a ejecutar las medidas de seguridad para defender al país de la
presunta invasión peninsular. Se crea una Junta de Vigilancia presidida por
Juan María Pérez y dos vocales (Gerónimo Pío Bianqui y Lorenzo Justiniano
Pérez). El Dr. Lucas Obes fue consultor de la misma y su secretario Eusebio
Ferrada.
La Junta emitió un decreto en el que se
suspendía la seguridad individual dándose como fundamento de ello, el peligro
que comportaba la próxima invasión peninsular (un equivalente al Estado de
Guerra Interno votado por el parlamento en abril de 1972). Todos los europeos
debían presentarse perentoriamente ante el Tribunal de vigilancia dentro del
segundo o tercer día de la publicación del decreto, según fueran solteros o
casados y establecidos, para dar sus nombres, patria y ejercicio. El Tribunal
se limitaría a juzgar a los españoles cuya adhesión a la “causa de América” no fuera conocida y resolver quienes entre ellos
podían permanecer en la ciudad y quienes debían ser expulsados de ella.
¿Qué reglas limitaban y condicionaban la
actividad del Tribunal para dar por probados o no los extremos de adhesión a la
“causa de América” y de que esa
adhesión fuera conocida, y en el caso de no serlo, para resolver o no la expulsión?
NINGUNA. Todo quedaba librado a la discrecionalidad, no existiendo posibilidad
alguna de recurso de alzada.
Y si alguien se ocultase o de cualquier otro
modo intentara eludir la resolución, se le confiscarían ipso facto y por vía
administrativa, todos sus bienes, debiendo sufrir, además, la pena corporal que
en su caso (es decir, discrecionalmente), se le decretase, sin más recurso que
ser oído de un modo sumario por el Tribunal.
Respecto a los encubridores, se prescribía que
por el solo hecho de no delatar la ocultación o fuga de los comprendidos en
este decreto, se les juzgaría por el Tribunal criminales de lesa patria.
Además, se ordenó a todo habitante de
Montevideo y su extramuro a informar al Excelentísimo Ayuntamiento dentro del
plazo de tres días, el detalle de todos los granos, menestras, carnes saladas y
otros víveres que hubiere o sepa que se hallen acopiados, sea cual fuera su
oriunda clase.
Finalmente, cómo esto se trataba de estar
preparados para la invasión, se le dio instrucciones a la población para que
estuvieran listos para abandonar sus fincas.
Para financiar todas estas actividades, se
resolvió confiscar los bienes de todos los españoles expulsados o fugados por
la vía del empréstito forzoso.
Pero esto no bastaba: los expulsados seguirían
representando un peligro latente. Era esperable que una vez expulsados emigraran
para las provincias vecinas y desde allí, exacerbados aún más sus ánimos por
las medidas contra ellos adoptadas, trabajaran activamente en favor de la
expedición que había de venir. Por lo tanto, no era seguro tan solamente obligar
a los españoles a salir de la provincia sin controlar su derrotero.
Artigas pensó en la conveniencia de
concentrarlos a todos en un lugar donde fuera posible su fácil vigilancia. Así lo expresa en su nota del 1º de junio de
1815 al gobernador de Corrientes, cuando dice (ya la cité más arriba y la
repito aquí): “Si los europeos
existentes entre nosotros nos perjudican, como creo, obligarlos a salir fuera
de la provincia o ponerlos en punto de
seguridad donde no puedan perjudicarnos.”
Evidentemente, su vigilancia sería más segura
en las inmediaciones donde estaba acampado el ejército patriota. Así, Artigas
pensó en fundar, con los expulsados, un pueblo en la región dónde tenía
establecido su campamento militar. En oficio firmado por el Jefe de los
Orientales dirigido al Cabildo de Montevideo, solicita que se tomen las
providencias “sobre los Europeos que se
hallan en esos destinos para reunirlos con los demás que están formando un pueblo por mi orden”.
En dicho oficio, no solamente se ordena la
remisión de los españoles sospechosos, sino también de cualquier americano que
por su obstinación o por otro motivo, fuese perturbador del orden social y
sosiego público.
Pasada la amenaza de la invasión española, y
confirmado que la expedición tomó otros rumbos y otra misión, Artigas insistirá
en este plan de purgar a la sociedad de los elementos que le pudieran hacer
frente, ya que consideraba esto como una razón de seguridad interior, no tan
solo una contingencia en caso de una invasión.
Es así que los españoles y americanos que
fueron remitidos al pueblo que Artigas estaba fundando, deberían allí purgar
sus crímenes, no teniendo esta purga un sentido de apremio físico ni de
castigos incruentos, sino que se trataba de una purga de las ideas contrarias
al sistema artiguista, por lo tanto, se trataba más bien de una purga
espiritual. Estos expulsados experimentarían allí una catarsis moral y
psicológica que les quite todos los que son conceptos perniciosos (a entender
del pensamiento de Artigas).
De ahí que esa villa formada se conoció con el
nombre de PURIFICACIÓN.
“Este es el lugar
destinado para su purificación”.
Oficio de Artigas al Cabildo de Montevideo, 9
de octubre de 1815.
Artigas insiste en que se le remitieran únicamente
personas que por su capacidad de influencia en la sociedad, pudieran ser
(llegado el caso) “núcleos de reacción y
de lucha” y que no le enviaran “pobres
diablos y ganapanes, incapaces de producir un mal”.
Es decir, en síntesis, Artigas como líder de la
Provincia Oriental y como Protector de los Pueblos Libres, entendía que debía
asegurar su poder y dominio reprimiendo toda manifestación de oposición que
debilitara su posición. Para eso, deportó a todos los que eran juzgados como
posibles insurgentes, sin proceso ni garantía alguna, como ya se vio. Estas
personas eran despojadas de sus bienes, de sus estilos de vida, de sus lugares,
y enviadas por la fuerza a una nueva villa (en aquel entonces a un par de días
de distancia de Montevideo) a iniciar una nueva vida dónde serían sometidos a
un lavado de cerebro para que se les fueran las ideas anti artiguistas que
pudieran albergar. Y a todos, se los concentraba en un mismo lugar, bajo
vigilancia.
Un acto así en nuestro país, hoy en día, sería
escandaloso, y además, violatorio de los derechos humanos, de nuestra
constitución, y de prácticamente todo el cuerpo legislativo de la república.
Es como si el Frente Amplio quisiera hacer
abuso del poder que tiene al ser gobierno y tomara a todos los que opinamos
contrariamente a sus principios y nos concentraran en alguna dependencia
militar del interior de la república hasta que “se nos pase la locura”.
Afortunadamente, en el Uruguay supimos
construir una república democrática y liberal (liberal en el sentido político).
No es la república perfecta, pero sí hemos conformado una sociedad muy
evolucionada en estos tres valores, que repito: república, democracia, y
libertad.
En la actualidad, en Uruguay cualquier persona
puede elevar su voz en una opinión contraria al gobierno de turno, y aún más,
puede hacer proselitismo de sus ideas, e incluso adoptar medidas y acciones
concretar tendientes a debilitar al gobierno y ganar las próximas elecciones,
sin que esto implique una represalia por parte de quienes ejercen el poder. No
somos una república perfecta, posiblemente alguna acción fuera de lugar pueda
siempre detectarse por parte de quienes, ostentando el poder, se vean
amenazados, pero son siempre acciones menores y excepcionales. No hay acciones
masivas, como los fue Purificación.
¿Pero acaso esto nos habilita a juzgar a
Artigas? Si lo hemos de juzgar, hagámoslo en su justa medida, poniendo a
Artigas en su contexto político y temporal. En la época de Artigas no había la
conciencia de los derechos humanos que hay hoy (aun cuando ya se habían
proclamado los derechos del hombre y el ciudadano, unos 25 años antes de 1815);
no había una estructura de País que pudiera conferir derechos y darles garantías
a los pobladores. No había tres poderes independientes. El poder era
concentrado en el líder militar y todas las discrepancias se resolvían por
imperio del más fuerte, militarmente. Esa era la regla en aquel momento.
Si alguna insurrección pudiera surgir, los
insurrectos no respetarían normativa alguna, se alzarían en armas en contra del
poder establecido. En esa lógica, era entendible que el poder establecido usara
la fuerza para prevenir insurrecciones, sin respetar las normas que para
nosotros hoy son claras y sagradas, pero que para aquel entonces no estaban ni
cerca de ser internalizadas, ni individual ni colectivamente.
Es, por tanto, Artigas un hombre de su época; de
una época en que las diferencias se dirimían por la vía armada.
Esa época se continuó extendiendo aun luego de
fundado el Estado Oriental del Uruguay: Guerra Grande, la revolución de las
lanzas, la revolución del Quebracho, Aparicio Saravia (por citar algunas).
Muy probablemente, el fin de la revolución de Aparicio
Saravia marcó un inicio nuevo para la sociedad. Los que con Aparicio lucharon,
luego de vencidos, pasarán a la vida política, y el Uruguay no conocería más
levantamientos armados de entidad, sino hasta el surgimiento del Movimiento de
Liberación Nacional, en la década del 60.
Se puede, por tanto, decir que el Uruguay fue
evolucionando, lentamente, de ser una sociedad que resolvía sus diferencias por
la vía armada, a ser una sociedad como la que conocemos hoy. Dicha evolución no
fue automática, llevó su tiempo de maduración, y la aparición de los Tupamaros
ocurre cuando esa maduración aun no era tal, y aun se concebía esa vía como
válida para la consecución de una causa. Los Tupamaros se levantaron en armas,
y en armas fueron combatidos, y bajo la misma lógica, los militares pretendieron
imponer sus ideales por la fuerza.
Pasado ese período negro de la historia
reciente, podemos afirmar que nuestra sociedad ya se encuentra hoy en un estado
de madurez tal que no soporta más el uso de la violencia para alcanzar ningún fin.
Hemos evolucionado y no queremos volver a ser la sociedad de antes.
Por tanto, sería injusto juzgar a un líder militar
del siglo 19 con la lógica que nuestra sociedad ha creado hoy, en pleno siglo
21.
Ahora bien, volvamos a Fidel. ¿Qué ha hecho, en
esencia, Fidel en Cuba sino lo mismo que Artigas en Purificación? Al igual que
Artigas, Fidel se preocupó de que no hubiera en su población individuos subversivos
que pudieran alzarse contra su revolución. Para tal fin, apresó a cualquiera
que se manifestara en contra y no les permitió salir de la Isla, para evitar
que estando fuera vayan a organizar una contrarrevolución. Artigas entendía que
su causa era la causa de la Libertad y la felicidad de las Provincias. ¿De
dónde sacó Artigas que su causa estaba justificada en sí misma? Se le ocurrió a
él. Fidel ha creído toda su vida que su revolución es la causa de la felicidad
de los cubanos. ¿De dónde sacó Fidel que su causa estaba justificada en sí
misma? También se le ocurrió a él.
Artigas concentró y ejerció todo el poder
mientras lo tuvo. Era el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. Fidel
también.
¿Qué conclusión saco con todo esto? Que Fidel
fue un líder con 200 años de atraso. La lógica que inspiró sus convicciones y
acciones responden a una lógica antigua, que responde a una cultura aceptada
hace 200 años. ¿Fue Fidel el único líder atrasado del mundo? Para nada. La
mayoría de los habitantes de planeta NO viven en un régimen republicano,
democrático y liberal como el nuestro. Basta pensar en algunos países asiáticos
(China), los países árabes, algunos africanos, para concluir que el mayor
núcleo de habitantes del mundo está aún viviendo bajo regímenes atrasados prácticamente 200 años.
Nuestra sociedad actual, la uruguaya, ha
evolucionado y ya no abarca aquellas lógicas. El régmien que somete a la sociedad cubana, evidentemente
no ha evolucionado en la misma velocidad que la nuestra. Nuestra sociedad
evolucionó pero no lo hizo de un día para otro. Le llevó doscientos años, y
mucho enfrentamiento en el medio. Tuvo altas y bajas, avances y retrocesos,
pero evolucionó.
La situación cubana respecto de la democracia y la libertad sin dudas evolucionará y traerá un renacer de progreso y bienestar como nunca antes esa isla vivió. Tal
vez más lento, o quizás la muerte de Fidel cataliza procesos. Lo cierto es que
me ha quedado la impresión de que con la muerte de Fidel se va un líder funcional
a una sociedad a la que se le ha impedido avanzar en los últimos dos siglos. Un hombre que si se lo
ve desde el lente de nuestra realidad, está fuera de época, pero que para su
sociedad posiblemente era él u otro con su misma impronta. Intentar imponer regímenes
democráticos liberales en sociedades que han estado tanto tiempo sometidas y que no tienen incorporados culturalmente estos valores
ha sido un fracaso rotundo (basta ver las experiencias de Estados Unidos en
Medio Oriente). Cada sociedad evolucionará a su ritmo. Los cubanos NUNCA
supieron lo que es un régimen republicano democrático y liberal. Vivieron
siempre o bien bajo la intervención directa de España primero, de Estados
Unidos después, con la dictadura de Machado, o la de Batista, y
siempre de levantamiento en levantamiento, de revolución en revolución, hasta
que la última, la de Castro, puso fin al hecho de que, cada tanto, un
levantamiento derrocaba a otro; se estableció con mano dura y trajo
estabilidad.
Entonces, estudiado Castro en su contexto, comparándolo
con las lógicas de nuestros tan mentados héroes, para mí no será ni un líder digno
de veneración (puesto que me siento muy a gusto con mi sociedad liberal,
democrática y republicana) ni tampoco un malvado tirano (ya que si así lo
calificara, tendría que hacer lo mismo con Artigas). Fue un hombre producto de
un pensamiento atrasado 200 años. En el acierto, o en el
error, le doy el crédito de que dedicó su vida a lo que pensó que era lo mejor
para su pueblo. Resistió más de 50 años. Resistió cientos de intentos de
asesinato. Y en comparación con sus antecesores, no lo derrocó nadie.
¿Llegará Cuba a ser una sociedad moderna,
libre, democrática? No lo podemos saber. Pero lo que sí sé es que Uruguay llegó
a eso no sin pasar por períodos de sangre y enfrentamientos. Y, hasta dónde he
estudiado, ninguna sociedad evolucionó sin someterse a procesos similares y
prolongados.
Quienes nacimos en la década del 80 hacia
adelante, seremos testigos privilegiados (si Dios nos concede vida suficiente)
para ver qué será de esta Cuba sin su líder.
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