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miércoles, 21 de diciembre de 2016

SOMOS SENSACIONALISTAS

He comprobado que los uruguayos somos sensacionalistas. No es que haya aplicado un método científico para arribar a tal conclusión, pero tengo una impresión de que no le erro.
Empecemos por el principio: qué es el sensacionalismo. Es un término peyorativo que denuncia la tendencia a producir sensación, emoción o impresión. Y nos identifica plenamente. Los uruguayos (no todos, obviamente, en este artículo caigo en la injusticia de la generalización) nos aburren los planteos dónde tenemos que razonar un poco. Queremos acción, ver correr sangre, las imágenes del asalto a La Pasiva, queremos ver la pieza del Pepe y la Lucía en el Edén, y si vamos a discutir acerca del aborto qué mejor que las imágenes de los restos de algún desafortunado feto.
Lo que queremos como sociedad es eso: espectáculo, entretenimiento, emociones. Si puede ser en imágenes, mejor.
Hace un poco más de un año escribí un artículo en referencia a las imágenes difundidas por el INAU de una intervención de sus funcionarios ante un intento de motín en el ex SIRPA. Las mismas se engloban en esta circunstancia que vengo describiendo: show, espectáculo. Y no tardaron quienes salieron enseguida a reclamar la cabeza de los funcionarios, a tratarlos de poco menos que torturadores y asesinos. La ministra de Educación, jefa de los fiscales, manifestó públicamente que quería fuera de la administración pública a Joselo López, a quién trató de matón. Poco después, se supo que el fiscal de la causa pidió el procesamiento por el delito de torturas. Al día de hoy, la justicia sobreseyó a los funcionarios involucrados de tal procesamiento.
Los eventos pasaron, la gente pidió que rodaran cabezas, tal si fueran los dioses de las mitologías antiguas que pedían víctimas para calmar su furia. Ni en aquel momento, ni hoy, hubo un análisis o un debate serio de la situación del SIRPA, de sus funciones, de su eficacia, ni de la vida de los internos, su contexto, familias, etc.
El SIRPA se cerró, se creó el INISA, pero el tema quedó en el limbo. Parece que ya no nos importa la situación de nuestros menores infractores. ¿Acaso alguna vez nos importó? Nunca. Lo único que nos importó fue entretenernos un rato cuando salieron aquellas imágenes.
Esta patología sensacionalista que vive la sociedad está genialmente descripta en el libro “La Civilización del Espectáculo” del ilustre Mario Vargas Llosa. Recomiendo su lectura. Aviso: no es entretenida, es reflexiva.
Pasemos al tema que me convoca hoy.
Hace un tiempo fui a una plaza ubicada en Mateo Vidal e Ignacio Núñez. Lo que viví en esa ocasión lo redacté en una carta que fue publicada en Ecos del Diario El País y en mi blog. Básicamente se trató de la indignación que me causó que en una plaza con juegos infantiles repleta de niños, unos muchachos se pusieran a fumar marihuana (o fumar lo que sea, pero en esa ocasión era marihuana) haciendo que todos los demás nos tengamos que drogar junto con ellos.
El hecho pasó, la carta se publicó en El País y también en Búsqueda, y no pasó mucho más. Nadie en mi Facebook me comentó nada y el tema murió.
Increíblemente, en el día de ayer (20/12/2016) me volvió a ocurrir una situación similar. Me encuentro en la plaza infantil ubicada en la calle Alicante y Profesor Clemente Estable. Nos encontrábamos allí una buena cantidad de padres con niños cuando se instalaron cinco muchachos a fumar porro. La historia se repitió.
Vale aclarar que en ninguna de las dos ocasiones nos estamos refiriendo a personas de mal aspecto, como salidas de un asentamiento, o víctimas de una supuesta exclusión social. Todo lo contrario. Gente bien vestida y de muy buen aspecto. Probablemente jóvenes trabajadores o simplemente nenes de mama y papá que se juntaron a fumarse un fascículo al sol.
Vale aclarar también que si bien personalmente no me drogo ni estoy a favor del consumo, no me molesta lo que cada persona haga con su vida. Eso es asunto de cada uno.
El problema acá no es que fumen, sino en qué lugar y momento lo hacen. La libertad individual tiene el límite de la invasión de la libertad del otro.
Creo que el hecho da para reflexionar acerca de muchas cosas. El uso de los espacios públicos, el ejercicio de la libertad individual, el respeto por el otro, la cortesía, la convivencia.
Recomiendo el artículo que cito en mi nota “Preferiral otro” de Savater.
Llegué a casa ayer y pensé que si volvía a proponer el tema en Facebook de la manera en que siempre lo propongo, no iba a tener mayor efecto, ya que, como dije al principio, somos sensacionalistas. Para proponer la discusión acerca de algo, debemos llamar la atención con algo pomposo. Así que llegué a casa y puse una foto de la plaza con los jóvenes fumando de fondo y el siguiente texto:

“Infaltable el grupo de 4 o 5 MALDITOS FALOPEROS QUE SE LES OCURRE VENIR A FALOPEARSE a una plaza pública y que OJALA DESARROLLEN RAPIDAMENTE UN FULMINANTE CÁNCER DE PULMÓN QUE LOS HAGA MORIR LENTA Y DOLOROSAMENTE.”

Línea seguida de ese texto puse el link a la nota mencionada más arriba.
La reacción que recibí de la mayoría de mis amigos de Facebook confirma la afirmación con la que inicié el presente artículo. Una andanada de juicios en mi contra por haberle deseado la muerte a alguien, por mi calidad de cristiano, y la incompatibilidad de profesar una fe y desear cosas malas a un prójimo. Nadie se ahorró recursos para juzgar mis dichos, y alguno no tuvo prurito alguno en intentar enchastrar mi imagen o desprestigiarme. ¡Incluso hubo quien me sugirió que si me molestaba la fuamasa, que me fuera!
Prácticamente NADIE atacó el tema de fondo, que es la actitud fuera de lugar de estos jóvenes. Hasta hubo quien quiso convencerme de que fumar marihuana no es malo, y que hasta tiene un ritual que supuestamente estos muchachos habrían profanado.
Todos concentrados en el escándalo de las palabras que utilicé, nadie interesado en el tema de fondo.
Somos sensacionalistas. El problema no es que quienes fuman porro lo hagan al lado de nuestros niños. El problema es que Emanuel, el que conocíamos como un buen cristiano, el que predica el amor al prójimo, salió deseándole la muerte a otra persona. Publiqué una especie de aclaración posterior, pero no sé si tuve eco tampoco.

Nadie se tomó la molestia de analizar la actitud de los jóvenes que estaban fumando en la plaza, al lado de niños. Ellos son los desubicados, los que están haciendo un daño, sin embargo lo más escandalizable fueron mis palabras. Esto, para mi, ha sido un diagnóstico clarísimo.
Así nos encuentra como sociedad. Nos preocupa más si el Pepe se pasa mucho tiempo de viaje, cuando va a renunciar al senado, o si la esposa del presidente colgó una balconera navideña en su domicilio.


Quizás, el día que nos dignemos a discutir qué sociedad queremos, cuáles son los valores que cultivaremos, para qué futuro nos prepararemos, quizás ahí, si no es demasiado tarde, progresemos.

Aclaración final: me resulta extraño tener que andar aclarando que, en mi fuero más íntimo, ni le deseo la muerte a nadie, ni soy capaz de ejecutar ningún mal contra nadie. Que sigo creyendo en Dios y que sigo creyendo que Jesús murió por esos jóvenes también y que él los ama.
Lamento tener que hacer esta aclaración o retractación y que el centro del tema haya sido esto y no lo otro, que es lo que nos debería desvelar.
Hubo en algunos una genuina preocupación, en otros una superficial horrorización ante lo que posiblemente eran mis sentimientos de odio hacia estos chicos. No les tengo odio ni a ellos ni a nadie, pero aun si así fuera, mis sentimientos no importan. Ellos se quedan conmigo. Acá lo que importa es que nos estamos acostumbrando a este tipo de atropellos pasivamente. Pero eso no lo queremos discutir. Me ha resultado extraño que la reacción de muchos haya sido ¡QUÉ HORROR LOS SENTIMIENTOS DE EMANUEL! y no ¡QUÉ HORROR ESTE ATROPELLO!

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