Las diaconisas de Jesús
No era fácil la vida para las personas en la época en la que Jesús estuvo en la tierra. En particular, la vida en Galilea, una provincia del imperio romano, era dura. La mayoría de las personas vivía de su trabajo como agricultores en el campo, o pescadores.
Pero el sistema de impuestos era sumamente opresivo. Podía llegar hasta la mitad de lo cosechado. Esto hacía que las familias no pudieran llegar con lo necesario a la siguiente cosecha, por lo cual, recurrían a la deuda.
Si no eran capaces de pagar la deuda, perdían su campo y se convertían en jornaleros. Si aún así no lograban saldar sus cuentas, perdían sus casas y acababan por ser esclavos. Muchos hombres no encontraban otra salida que la mendicidad, el delito, y las mujeres, el meretricio.
Jesús andaba principalmente entre las personas más despreciadas de la sociedad, los menos privilegiados. Siempre los vio como víctimas y se preocupó por acercarles el Reino de los Cielos. La Biblia cuenta que Jesús era la alegría en cada reunión. Era conocido como un comedor y bebedor de vino. Se juntaba con publicanos y pecadores.
Para estas personas, el hecho de que alguien tendiera una mesa y quisiera compartir un tiempo de amistad con ellos era algo que sencillamente no ocurría. Tocaba sus corazones. Que alguien quisiera compartir el pan con ellos, no se daba todos los días. Y ese era el mensaje del Reino de los Cielos.
Esto es el Reino de los Cielos: una mesa donde todos tenemos un lugar para celebrar un banquete con el Señor. Están todos invitados. Vengan, pasen.
De hecho, hay una parábola en la que un señor quería celebrar un banquete y no le viene ningún invitado, entonces le dice a su criado que fuera a buscar a los más despreciados de la sociedad, y que los forzara a entrar. No se refiere a forzarlos a entrar en contra de su voluntad, sino a que iba a ser necesarios forzarlos a entrar porque solos no vendrían porque no podrían creer que de veras alguien los estuviera invitando a un banquete. Pensarían que se trataba de una broma de mal gusto, o sentirían mucha vergüenza como para aceptar el convite. Pero el señor le dice: hacelos venir. Este banquete es para ellos y quiero que lo degusten.
Esta circunstancia en la que tenemos personas oprimidas y despreciadas, viviendo mal, no es otra cosa que el fruto del perverso amor al dinero que gobierna nuestra sociedad. Vean nada más el caso del meretricio. ¿Qué es eso sino un hombre al que le sobra plata y que la usa para su satisfacción personal abusándose de la necesidad de una mujer? No le pidas a ese hombre que done su dinero a la caridad. No lo hará. Aprovechará ese dinero para satisfacerse, aun a costa de pasar por encima de la dignidad de los demás.
Pero para que Jesús pudiera llevar a cabo ese ministerio itinerante, de ir por las ciudades y aldeas sirviendo un banquete a las personas menos privilegiadas, necesitaba apoyos materiales y la Biblia nos dice que contaba con el apoyo de un grupo de diaconisas que lo financiaban.
¿Conocía usted a las diaconisas de Jesús?
Se las presento.
Están en el capítulo 8 de Lucas.
Aconteció después, que Jesús iba por todas las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios, y los doce con él, y algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades: María, que se llamaba Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Chuza intendente de Herodes, y Susana, y otras muchas que le servían de sus bienes.
Aquí estamos en presencia de mujeres de la alta sociedad, que manejaban su propio dinero. No es que a las mujeres de la baja sociedad no se les permitiera manejar su propio dinero, es que directamente no tenían dinero. Así que si estas mujeres tenían dinero y lo podían manejar, es porque eran mujeres de la alta sociedad.
Resalta una, llamada Juana, mujer de Chuza, intendente de Herodes, es decir, integrante de la corte del rey, o administrador del rey.
Y aquí se nos dice que servían al señor con sus bienes. El término “servían” proviene del griego diakoneo, de donde deriva la palabra latina diácono.
Estas eran las diaconisas del maestro, es decir, las que ejercían el diaconado para sostener la obra de Jesús.
Pero antes de prestar atención al hecho de que servían al Señor con sus bienes, veamos la motivación que hay detrás de esto. El por qué lo hacían.
Dice el pasaje que estas mujeres habían sido sanadas por Jesús tanto de enfermedades físicas como de ataduras espirituales. Imagínate. Años en las que estas mujeres, teniendo todo el dinero del mundo, no habrían podido ser libres de sus enfermedades y problemas. De pronto, llega Jesús y las sana sin más, y sin pedirles nada a cambio.
Estas mujeres inmediatamente razonaron que, si el dinero no había podido sanarlas, pero Jesús sí, qué sentido tenía seguir aferradas a sus bienes. Cuando más necesitaron de su dinero, el dinero las traicionó. No les sirvió para nada.
Hay un poder muy superior al del dinero que puede cambiar vidas. ¿Qué mejor que acompañar a Jesús poniendo sus bienes a disposición para que cada vez más personas puedan conocer a Jesús y ser liberados de sus problemas?
Estas mujeres acompañaron a Jesús desde Galilea hasta Jerusalen, estuvieron a los pies de la cruz, y fueron las primeras en recibir la noticia de la resurrección.
De la misma manera que estas mujeres, nosotros también hemos sido sanados por Jesús, liberados por Jesús, bendecidos por él.
Por eso traemos nuestros diezmos y ofrendas. No por obligación, no porque una organización nos lo exige. Jesús nunca pidió ofrendas. Las personas se veían impulsadas a ofrendar como gratitud a él.
Así también nosotros hoy tenemos la oportunidad de ser diáconos del maestro con nuestros bienes, porque tenemos el deseo de que cada vez más personas puedan experimentar lo que nosotros hemos vivido.
Cuando una persona ama a otra, va a querer hacer todo lo que la otra persona anhela, para satisfacerla. Así también nosotros, si amamos a Dios, vamos a querer hacer lo que él anhela, y ¿qué otra cosa anhela más nuestro Señor que poder alcanzar a cada persona con el evangelio?
Es el anhelo del corazón de nuestro amado: alcanzar a todos.
¿Cuál es nuestro anhelo? Poder cumplir el anhelo de él.
No era fácil la vida para las personas en la época en la que Jesús estuvo en la tierra. En particular, la vida en Galilea, una provincia del imperio romano, era dura. La mayoría de las personas vivía de su trabajo como agricultores en el campo, o pescadores.
Pero el sistema de impuestos era sumamente opresivo. Podía llegar hasta la mitad de lo cosechado. Esto hacía que las familias no pudieran llegar con lo necesario a la siguiente cosecha, por lo cual, recurrían a la deuda.
Si no eran capaces de pagar la deuda, perdían su campo y se convertían en jornaleros. Si aún así no lograban saldar sus cuentas, perdían sus casas y acababan por ser esclavos. Muchos hombres no encontraban otra salida que la mendicidad, el delito, y las mujeres, el meretricio.
Jesús andaba principalmente entre las personas más despreciadas de la sociedad, los menos privilegiados. Siempre los vio como víctimas y se preocupó por acercarles el Reino de los Cielos. La Biblia cuenta que Jesús era la alegría en cada reunión. Era conocido como un comedor y bebedor de vino. Se juntaba con publicanos y pecadores.
Para estas personas, el hecho de que alguien tendiera una mesa y quisiera compartir un tiempo de amistad con ellos era algo que sencillamente no ocurría. Tocaba sus corazones. Que alguien quisiera compartir el pan con ellos, no se daba todos los días. Y ese era el mensaje del Reino de los Cielos.
Esto es el Reino de los Cielos: una mesa donde todos tenemos un lugar para celebrar un banquete con el Señor. Están todos invitados. Vengan, pasen.
De hecho, hay una parábola en la que un señor quería celebrar un banquete y no le viene ningún invitado, entonces le dice a su criado que fuera a buscar a los más despreciados de la sociedad, y que los forzara a entrar. No se refiere a forzarlos a entrar en contra de su voluntad, sino a que iba a ser necesarios forzarlos a entrar porque solos no vendrían porque no podrían creer que de veras alguien los estuviera invitando a un banquete. Pensarían que se trataba de una broma de mal gusto, o sentirían mucha vergüenza como para aceptar el convite. Pero el señor le dice: hacelos venir. Este banquete es para ellos y quiero que lo degusten.
Esta circunstancia en la que tenemos personas oprimidas y despreciadas, viviendo mal, no es otra cosa que el fruto del perverso amor al dinero que gobierna nuestra sociedad. Vean nada más el caso del meretricio. ¿Qué es eso sino un hombre al que le sobra plata y que la usa para su satisfacción personal abusándose de la necesidad de una mujer? No le pidas a ese hombre que done su dinero a la caridad. No lo hará. Aprovechará ese dinero para satisfacerse, aun a costa de pasar por encima de la dignidad de los demás.
Pero para que Jesús pudiera llevar a cabo ese ministerio itinerante, de ir por las ciudades y aldeas sirviendo un banquete a las personas menos privilegiadas, necesitaba apoyos materiales y la Biblia nos dice que contaba con el apoyo de un grupo de diaconisas que lo financiaban.
¿Conocía usted a las diaconisas de Jesús?
Se las presento.
Están en el capítulo 8 de Lucas.
Aconteció después, que Jesús iba por todas las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios, y los doce con él, y algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades: María, que se llamaba Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Chuza intendente de Herodes, y Susana, y otras muchas que le servían de sus bienes.
Lucas 8:1-3
Aquí estamos en presencia de mujeres de la alta sociedad, que manejaban su propio dinero. No es que a las mujeres de la baja sociedad no se les permitiera manejar su propio dinero, es que directamente no tenían dinero. Así que si estas mujeres tenían dinero y lo podían manejar, es porque eran mujeres de la alta sociedad.
Resalta una, llamada Juana, mujer de Chuza, intendente de Herodes, es decir, integrante de la corte del rey, o administrador del rey.
Y aquí se nos dice que servían al señor con sus bienes. El término “servían” proviene del griego diakoneo, de donde deriva la palabra latina diácono.
Estas eran las diaconisas del maestro, es decir, las que ejercían el diaconado para sostener la obra de Jesús.
Pero antes de prestar atención al hecho de que servían al Señor con sus bienes, veamos la motivación que hay detrás de esto. El por qué lo hacían.
Dice el pasaje que estas mujeres habían sido sanadas por Jesús tanto de enfermedades físicas como de ataduras espirituales. Imagínate. Años en las que estas mujeres, teniendo todo el dinero del mundo, no habrían podido ser libres de sus enfermedades y problemas. De pronto, llega Jesús y las sana sin más, y sin pedirles nada a cambio.
Estas mujeres inmediatamente razonaron que, si el dinero no había podido sanarlas, pero Jesús sí, qué sentido tenía seguir aferradas a sus bienes. Cuando más necesitaron de su dinero, el dinero las traicionó. No les sirvió para nada.
Hay un poder muy superior al del dinero que puede cambiar vidas. ¿Qué mejor que acompañar a Jesús poniendo sus bienes a disposición para que cada vez más personas puedan conocer a Jesús y ser liberados de sus problemas?
Estas mujeres acompañaron a Jesús desde Galilea hasta Jerusalen, estuvieron a los pies de la cruz, y fueron las primeras en recibir la noticia de la resurrección.
De la misma manera que estas mujeres, nosotros también hemos sido sanados por Jesús, liberados por Jesús, bendecidos por él.
Por eso traemos nuestros diezmos y ofrendas. No por obligación, no porque una organización nos lo exige. Jesús nunca pidió ofrendas. Las personas se veían impulsadas a ofrendar como gratitud a él.
Así también nosotros hoy tenemos la oportunidad de ser diáconos del maestro con nuestros bienes, porque tenemos el deseo de que cada vez más personas puedan experimentar lo que nosotros hemos vivido.
Cuando una persona ama a otra, va a querer hacer todo lo que la otra persona anhela, para satisfacerla. Así también nosotros, si amamos a Dios, vamos a querer hacer lo que él anhela, y ¿qué otra cosa anhela más nuestro Señor que poder alcanzar a cada persona con el evangelio?
Es el anhelo del corazón de nuestro amado: alcanzar a todos.
¿Cuál es nuestro anhelo? Poder cumplir el anhelo de él.
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