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sábado, 12 de agosto de 2017

¿Cuánto conocemos a Dios?

El conocimiento envanece, pero el amor edifica. 
1º Corintios 8:1 

Se pueden escribir ríos de tinta acerca de Dios. Se puede hacer mucha erudición acerca de Dios. Yo mismo llevo 15 años ininterrumpidos estudiando acerca de Dios, leyendo la Biblia y libros afines, concurriendo domingo a domingo a la iglesia, viendo videos, concurriendo a conferencias, etc.

Pero como dice el versículo con el que comencé el presente: el conocimiento, por sí solo, envanece. Sirve para hinchar el orgullo, lucirnos, hacernos sentir importantes: “Cómo sabe Fulanito de la Biblia. Si tenés dudas de algo de Dios, preguntale a él”. Produce soberbia, vanidad, altivez, suntuosidad, pompa.

El conocimiento, por sí solo, envanece. Lo decía el apóstol Pablo y lo aprendió de Salomón. El heredero del trono de David fue, después de Jesús, el hombre más sabio que pisó este planeta. Y todos quienes estudiaron la vida de Salomón sabe que para poco le sirvió tanta sabiduría. Se alejó de Dios, adoró a dioses paganos, tuvo mil mujeres (así como lo lee, mil: 1 0 0 0), no logró educar a su heredero adecuadamente a resultas de lo cual, al asumir el reino, se generó el cisma que partió en dos a la nación. Su mucha sabiduría poco le sirvió a él (ver Eclesiastés 9), aunque si mucho nos sirve a nosotros, porque su cosecha nos ha dejado consejos invalorables para aplicar en la vida.

Puedo conocer mucho de Dios, pero aun así conocer poco a Dios. El conocimiento por sí solo envanece, pero el amor edifica, construye, fortalece. Y Dios es amor. No es solo acumular conocimiento acerca de Dios, sino unir al conocimiento, el amor. O sea, Dios. Es decir, lograr que Dios esté presente en mi vida. Si Dios, que es amor, está presente en mi vida, el conocimiento que pueda tener de él, será constructivo. Sin Dios, el conocimiento, por sí solo, apenas sirve para alimentar el monstruo del ego.

Puedo conocer mucho de Dios, pero conocer poco a Dios.

La presencia de Dios 

Por lo general, solemos ignorar a las personas que significan poco para nosotros. Podemos subirnos a un ómnibus y no saludar a nadie, porque ninguna de esas personas significa algo para nosotros. Ahora, si en el ómnibus vemos a un amigo o a un pariente, ignorarlo sería una falta de respeto que podría llegar incluso a la ofensa.

Ignoramos a las personas que tenemos cerca en la medida en que esas personas no signifiquen nada para nosotros, pero no solemos ignorar al que tenemos a la vista si es un ser cercano.

Dios está presente en nuestras vidas, a nuestro lado, en cada momento. Pero no lo vemos; no podemos tocarle, y eso nos complica el partido. Intelectualmente sabemos que Dios está en todas partes, pero aun sabiéndolo, no somos conscientes de esa Presencia.

Sabemos mucho de Dios, pero conocemos poco a Dios.

El salmo 100:4 me invita a entrar “por sus puertas con acción de gracias” y “por sus atrios con alabanza”. Es decir, la puerta está abierta, por eso agradezco. Estando en el atrio, le alabo. Si Dios está presente cuando concurrimos a su casa, entonces le alabamos, cantamos, y danzamos. No es que nosotros atraemos a Dios con nuestras acciones y ritualidad. No es que hacemos rituales para que se manifieste algo sobrenatural, extraño o místico. Nosotros respondemos a la presencia de Dios con nuestros gestos, dichos, etc., siempre que estemos convencidos de que Dios está presente.

 La Biblia nos enseña que podemos “entrar confiadamente” al trono de Dios (Hebreos 4:16). Ahora, ¿por qué podemos acercarnos confiadamente a Dios? ¿Quién abrió la puerta para llegar a Dios? ¿Acaso somos nosotros que con nuestros méritos, con nuestros gestos, ritos, cantos y voces logramos estar en presencia del Rey? No, sino que es gracias a nuestro sumo sacerdote, Jesús (Hebreos 4:14), quién rompió el velo que nos separaba de la presencia de Dios (Mateo 27:51).

Sabemos mucho de Dios, pero conocemos poco a Dios.

Sí conociera a Dios, sería consciente de su presencia y cuando estoy en su casa (en el templo, en la iglesia) reaccionaría de acuerdo a esa conciencia, y me alegraría, saltaría, cantaría, no pretendiendo que por mis acciones Dios “va a aparecer”, sino al contrario: como ya está, entonces me comporto así.

A Dios no lo vemos ni lo tocamos y eso nos complica. Nos es fácil ignorar a Dios, que está presente ahí mismo.

En 2º de Samuel capítulo 6, el rey David recupera el Arca de Dios (elemento que simboliza Su presencia) que había estado secuestrada en la nación enemiga durante años. En el momento en que la mismísima presencia de Dios estaba de nuevo en Israel, la esposa de David (Mical), en lugar de alegrarse y celebrar que Dios estaba presente nuevamente, se puso a juzgar y criticar las acciones de los demás. Precisamente, los demás estaban alegres y celebrando que Dios estaba presente en ese lugar.

Cuando concurrimos a una iglesia o a un evento religioso y nos ponemos a juzgar la actitud de los presentes, es síntoma de que estamos absolutamente desconectados de la realidad de que Dios está ahí mismo. ¿Qué es más importante? ¿Qué Dios está presente ahí, o lo que hacen los demás? Sin embargo, ignorando la presencia de Dios, solemos mirar, juzgar y criticar a los demás por cómo cantan, saltan, tiemblan, danzan, etc.

Conozco poco a Dios, y eso se manifiesta en la manera en que me comporto día a día

Dios y mi situación material. 

Cuídate de no olvidarte de Jehová tu Dios, para cumplir sus mandamientos, sus decretos y sus estatutos que yo te ordeno hoy; no suceda que comas y te sacies, y edifiques buenas casas en que habites, y tus vacas y tus ovejas se aumenten, y la plata y el oro se te multipliquen, y todo lo que tuvieres se aumente; y se enorgullezca tu corazón, y te olvides de Jehová tu Dios, (…) y digas en tu corazón: Mi poder y la fuerza de mi mano me han traído esta riqueza. Sino acuérdate de Jehová tu Dios, porque él te da el poder para hacer las riquezas, a fin de confirmar su pacto que juró a tus padres, como en este día. 
Deuteronomio 8:11-14, 17-18. 

Esto que luce en el párrafo anterior es Dios hablando. Le promete a su pueblo que tendrán riqueza, que comerán hasta saciarse, que edificarán buenas casas, que tendrán ganado y tesoros. Pero les da una advertencia: es altamente probable que el día que sean ricos en extremo, sus corazones se enaltezcan y crean que han logrado todo eso, en lugar de reconocer que Dios lo dio. Para evitar caer en ese error, en el error de olvidarte de Dios, Él mismo te recomienda que cumplas con sus mandamientos, decretos y estatutos todos los días. 

Es tu responsabilidad. Dios te va a enriquecer, pero tú debes mantenerte en su camino. 

NO ES CIERTO que Dios nos mantiene pobres o con lo justo, para que de esa manera tengamos necesidad de pedirle todos los días. Dios no nos mantiene con lo justo para obligarnos a que diariamente le pidamos y, entonces, estar orando y congregándonos siempre. No es que Dios nos mantiene con lo justo para que no nos dejemos de congregar. Tampoco es cierta esa imagen de ese Dios Cuco que si yo dejo de orar o si dejo de congregarme, entonces voy a perder mi empleo, mi mujer se va a ir con otro y me voy a morir de SIDA. 

¿En qué momento nos enseñaron que nuestro vínculo con Dios debía ser un vínculo asentado en el miedo? Durante mucho tiempo hemos creído en un vínculo de tipo coactivo con Dios, dónde si yo no me porto como él dice, me van a venir todas las malarias juntas. 

No somos los únicos. 

¡no me des pobreza ni riqueza! Dame solo lo suficiente para satisfacer mis necesidades. Pues si me hago rico, podría negarte y decir: «¿Quién es el Señor?». Y si soy demasiado pobre, podría robar y así ofender el santo nombre de Dios. 
Proverbios 30:8-9 (NTV) 

Fíjense la debilidad de carácter de quién escribió este proverbio. Es una persona que no va a mantener una conducta correcta sólo por el hecho de que debe mantener la conducta correcta. Si es muy pobre, no va a tener buena conducta, sino que probablemente robe. Y dónde sea muy rico, tampoco tendrá buena conducta, sino que se va a olvidar de Dios. Cuando una persona dice: prefiero no ser rico porque sino ya sé que voy a dejar el buen camino, esa persona tiene un problema AHORA; no va a tener un problema si llega a ser rico, lo tiene ahora. No entendió nada de su relación con Dios. Y no entendió nada de su deber como persona. Nuestro deber como persona es comportarnos de la manera correcta y guardar nuestros principios SIN IMPORTAR NUESTRA SITUACIÓN ECONÓMICA O LAS EXPERIENCIAS DE LA VIDA. 

Los principios son universales y absolutos. Robar está mal. No importa si soy rico o pobre, no va a dejar de estar mal. De la misma manera, apartarnos del camino del Señor está mal, no importa si lo hacemos por resentimiento de nuestra mala situación material, o por la pérdida de un ser querido, o por engreírnos a causa de que nos ha ido bien en la vida. Lo que está mal, está mal sin importar en qué situación nos hallamos. 

No hay ningún lugar en la Biblia dónde Dios prometa hacernos pobres. Todo lo contrario. La Biblia abunda en promesas de prosperidad. El problema somos nosotros que por alguna razón hemos confundido prosperidad con la obscena ostentación, y por tanto, hemos rechazado la idea de bienestar. Hemos confundido la postura favorable de Dios hacia los pobres con que la voluntad de Dios es que todos seamos pobres. 

Dios quiere enriquecernos. Dios no aborrece a los ricos. Dios lo que no soporta es la gente que vive opulentamente sin atender al pobre, sin ayudar al prójimo, al insensible. Pero si nos mantenemos en el camino del Señor, respetando sus mandamientos todos los días, sin importar nuestra situación material, no hay chance de que una vez que seamos ricos nos volvamos insensibles, ostentosos y que olvidemos de ayudar a los demás, porque precisamente el mantenernos en Su Camino nos previene de eso. Haremos el correcto uso de la riqueza que Dios pone en nuestras manos, que no es para sostener un estilo de vida opulento y exclusivo, sino que es para tenderle la mano al necesitado. 


Deshaciendo el concepto del Dios Cuco 

Ahora, retomemos ese concepto del vínculo coactivo con Dios; ese Dios que si yo no hago lo que me manda, me va a castigar. Es falso que nos vayan a venir cosas malas si nos apartamos de Dios. Y, además, no es en base al miedo que Dios quiere establecer su relación con nosotros. 

Sabemos mucho de Dios, pero conocemos poco a Dios. 

Un VÍNCULO GENUINO con Dios se da sobre la base del amor y de nuestra elección libre y voluntaria. No sobre la base de una elección condicionada o coercitiva. Eso no se llama relación. Eso se llama chantaje. Durante mucho tiempo, en muchos lugares, se ha predicado a Dios como un chantajista, no como un Padre. 

He llegado al extremo de escuchar gente reconocer que Dios le envía cosas malas: “Esta enfermedad que Dios me mandó” o “Me alejé de Dios, por eso perdí mi empleo y ahora estoy en bancarrota”

Yo hago la siguiente pregunta: si de pronto mis hijas crecen y se van a vivir solas y se olvidan de mi, ¿yo voy a hacer que pierdan su trabajo para obligarlas a venir a visitarme? Prefiero saber que están bien y que no les falta nada (aunque ni se acuerden de mi), a que estén pasando mal. 

Si mis hijas se alejan de mi, ¿sería yo capaz de inocularles una enfermedad para que se acuerden de mi? 

Ahora, si yo siendo un ser humano malo (porque no hay bueno sino uno solo, que es Dios) me comportaría así con mis hijas, ¿de dónde saco que Dios (que es bueno) se comportaría de una manera tan cruel? 

Claro, hay quien podría cuestionar las razones de cómo se entienden los hechos desagradables de la vida. Mucha gente podría decir que sí, que por haberse apartado de Dios le fue mal. Pero eso es un error. Lo cierto es que dio la casualidad que te fue mal en el mismo momento en que estabas apartado de Dios, pero NUNCA que Dios te haya mandado un mal. Dios no hace males. 

El sabio tiene sus ojos en su cabeza, mas el necio anda en tinieblas; pero también entendí yo que un mismo suceso acontecerá al uno como al otro. 
Eclesiastés 2:14 

Todo acontece de la misma manera a todos; un mismo suceso ocurre al justo y al impío; al bueno, al limpio y al no limpio; al que sacrifica, y al que no sacrifica; como al bueno, así al que peca; al que jura, como al que teme el juramento. Este mal hay entre todo lo que se hace debajo del sol, que un mismo suceso acontece a todos. 
Eclesiastés 9:2-3 

Tanto da si uno es sabio o necio, si uno se comporta bien o mal, la realidad es que “un mismo suceso acontecerá al uno como al otro”. Es decir, si perdiste el trabajo cuando estabas apartado de Dios, lo hubieras perdido aun estando cerca de Dios. Si te vino una enfermedad estando apartado de Dios, te hubiera venido la enfermedad aun estando en el camino de Dios. 

Lamentablemente esto es así. No es agradable. Es una desgracia. El versículo lo dice: “Este mal hay entre todo lo que se hace debajo del sol”. Es un mal. Esto de que lo mismo le acontece al bueno y al malo, al justo y al injusto, es una desgracia, es un mal. Es la consecuencia de un mundo que fue consagrado al pecado. 

Entonces, alguien puede preguntarse: si de todas formas me van a pasar cosas desagradables, ¿qué diferencia hace estar cerca de Dios? Pues, la respuesta es: TODA. Estar cerca de Dios hace toda la diferencia, ya que si de todas formas me van a tocar malas en la vida, prefiero que esas malas me toquen cerca de Dios, y no lejos de él. Prefiero ser bueno, justo y sabio para enfrentar las dificultades, que tener que pasar por las tormentas siendo malo y necio, y alejado de la protección y del favor de Dios. 

Y esto pone a prueba nuestro amor a Dios. Debemos amar a Dios y permanecer en su camino en todo tiempo, en la alegría y en el dolor; porque Dios nos amó siempre. Jesús nunca abandonó su objetivo de dar su vida por nosotros, aun en los momentos de mayor dolor. Dios nos ama y está a nuestro lado, portándonos nosotros bien o mal. 

En Mateo capítulo 7 Jesús enseña que aquellas personas que siguen su camino son como el que hace una casa edificada sobre cimientos firmes. Tales casas resisten tormentas y no se vienen abajo, porque tienen cimientos firmes. Pero aquellas personas que no siguen su camino son como el que hace una casa edificada sobre la arena. Tales casas se vienen abajo ante la primera tormenta. En este ejemplo, Jesús nos enseña que tormentas le vienen a todos, al que está en su camino como al que no, al prudente como al insensato, al bueno como al malo. La diferencia es que podemos resistir la tormenta y salir airosos de ella si somos prudentes, buenos y estamos en Su Camino. 

Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo. 
Juan 16:33 

Durante mucho tiempo se enseñó un Dios lejano y tirano, que no se bancaba que haya gente que no quisiera obedecerlo y a los tales les enviaba toda clase de males. En realidad era todo lo contrario. El hombre eligió el mal, y desde ese entonces, Dios está cerca y atento, listo para ayudarnos en cada circunstancia. 

Haber enseñado mal a Dios es lo que ha hecho que mucha gente se alejara de él, aun antes de conocerlo adecuadamente. Y es lo más lógico. El ser humano reacciona con resistencia ante la imposición. Ante el “hacé lo que te dijo sino te pego” el hombre reacciona inmediatamente desconociendo tal posibilidad: “hago lo que yo quiero, no lo que vos me diga. ¿Quién te crees que sos?”; y más si esa imposición viene de un ser que no se puede ver ni oir, y con el cual no se puede supuestamente interactuar en forma directa y clara. 

Siempre fue al revés. Todo lo contrario. Dios no está esperando nuestra desobediencia para castigarnos. Dios está esperando que le demos lugar en nuestra vida para ayudarnos. 

La Biblia nos dice que el ángel de Jehová acampa alrededor de los que le temen, y los defiende (Salmo 34:7). Siempre, absolutamente siempre, hay un ángel de Dios acampado a mi lado. Es el único que tiene derecho a acampar a mi lado. Cuando siento que los problemas o las circunstancias vinieron para quedarse, que acamparon en mi vida, recuerdo: sólo el ángel de Dios tiene derecho de acampar a mi lado. De hecho, está a mi lado. Y a los problemas y circunstancias les doy carta de desalojo: el único que tiene derecho de estar a mi lado es Dios. 

Yo soy tu socorro, dice Jehová; el Santo de Israel es tu Redentor. He aquí que yo te he puesto por trillo, trillo nuevo, lleno de dientes; trillarás montes y los molerás, y collados reducirás a tamo. Los aventarás, y los llevará el viento, y los esparcirá el torbellino. 
 Isaías 41:14-16 

Dios te hace esta promesa: vas a despedazar todo problema y toda situación que se haya levantado en tu contra, al punto que se los llevará el viento. 


Conclusión 

Podemos escribir y hablar mucho de Dios. Podemos hacerlo acertada o equivocadamente. Pero, ¿cuánto conocemos a Dios? 

Cada día que amanece es una nueva oportunidad de conocer a Dios, de darle lugar en nuestra vida, de permitirle que nos ayude en nuestras situaciones. No pases un día más de tu vida ignorando a Aquel que está a tu lado, aun cuando no lo ves; que te habla, aun cuando no le escuchas; que te toca, aun cuando no lo sientes.

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