Carta publicada en el Semanario Búsqueda, en la sección Ecos de El País (Uruguay) y en el portal de En Perspectiva.
La pregunta del periodista tenía un presupuesto muy claro: el axioma de que la entrega o la garra es patrimonio exclusivo de los uruguayos.
El maestro Tabarez, en otra lectio magistralis de las que nos tiene acostumbrados, le responde: “Yo me permito decir que tenemos que tener cuidado con considerarnos únicos en algunas cosas. Me parece que es una posición poco humilde. Todos los equipos tienen jugadores que se brindan …”. Luego de desarrollar un poco más la idea, concluyó con la frase que resaltó más en el fin de semana: “cuando se tiene la suerte de ganar, hay que ganar sin estridencias; y cuando nos toque perder, perder con dignidad, con humildad”. El mensaje del maestro Tabarez resultó diáfano. Huelga la necesidad de comentarlo o explicarlo.
Sin embargo, el pasado martes 3 de julio, apenas pasadas algo más de 48 horas después de la conferencia de prensa, se le realizan varias preguntas a Luis Suárez y resalto la que hacía referencia al delantero del seleccionado francés, Antoine Griezmann, y su sentimiento de simpatía y cercacnía con el Uruguay, producto de sus amistades con Carlos Bueno, Diego Ifrán, Gonzalo Castro, Cristian Rodriguez, Diego Godín y José María Gímenez (sumado a su cercanía con Martín Lasarte y Pablo Balbi cuando lo dirigieron y con su actual preparador físico en el Atlético de Madrid, Oscar Ortega).
Suárez respondió: “por más que diga que es medio uruguayo, es francés y no sabe en realidad lo que es el sentimiento de un uruguayo. Él no sabe la entrega y el esfuerzo que hacemos los uruguayos desde chicos para poder triunfar en el futbol, con tan pocas personas que somos. Y eso lo sentimos nosotros. Tendrá sus costumbres, su forma de hablar y todo eso de uruguayo, pero el sentimiento nosotros lo sentimos de otra manera”.
Suárez se ubica, con estas declaraciones, en las antípodas del pensamiento del maestro Tabarez y lo ubica en una posición penosa a juicio de quien suscribe. Cuando deberíamos estar orgullosos como uruguayos de que un extranjero abrace nuestros valores y costumbres como propios solo por el simple hecho de haber tenido algunas amistades uruguayas (lo cual habla muy bien de esos amigos y de los uruguayos en general), Luis Suárez le sale al cruce con expresiones despectivas (“por más que diga que es medio uruguayo, es francés” como si fuese malo serlo) que denotan un rasgo de su personalidad que evidencia una actitud típica del resentido que se victimiza por las dificultades de su pasado y que por más que haya llegado lejos y triunfado en la vida profesional y familiar, acumulando enormes sumas de dinero y fama, siempre tiene algo que envidiar o reprochar en el otro.
Pero por otro lado, parece que Suárez no se enteró que Francia tuvo que levantarse del polvo al ser devastada por dos guerras mundiales que la dejaron como un muladar. Si bien Griezmann no es hijo directo e esa generación, ningún uruguayo lleva en sus genes la información que se transmite de generación a generación conteniendo la noción intrínseca de la supervivencia y la superación, que en el caso de los galos, proviene de una época difícil para ellos pero muy dulce para nosotros, ya que mientras Europa se consumía en el horror bélico, Uruguay florecía como una nación próspera e igualitaria, dónde se ganaban torneos Sudamericanos y Copas Mundiales más seguido que ahora. Hasta estoy empezando a creer que por eso ganábamos tanto: porque nuestros rivales estaban diezmados.
Afortunadamente, estoy convencido de que a la mayoría de los uruguayos nos representan ampliamente más las palabras que día a día con tanta generosidad nos regala el maestro Tabarez, que las puerilidades de Suárez.
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