Adviento 2017 – Semana #4: Esperanza. Reflexión final.
Esta navidad será, sin dudas, muy especial para la familia. Desde hace poco más de 10 años, cuando murió el hermano mayor de mi abuela, comencé a darme cuenta que esa generación se estaba comenzando a ir. Luego de la partida de ese tío abuelo, al año siguiente falleció un cuñado de mi abuela; más adelante, un mes luego de nacida Julieta, partió el hermano menor de mi abuela; finalmente murió mi abuela hace 4 años, para un par de años luego morir otro de sus hermanos. Por el lado de ella, solamente quedan dos hermanas: la más grande y la más chica.
Hoy es 24 de diciembre. Anoche nos enteramos de que otro tío abuelo de esa generación se había ido. Otro cuñado de mi abuela. Curiosamente, partió el mismo día que una de sus hijas cumplía 53 años.
Qué coincidencia. El mismo día que se celebraban 53 años de una llegada, ocurrió una partida. A 48hs. de que el mundo recuerde la llegada del Salvador, nuestra familia sufre una partida.
Los fallecimientos siempre son momentos de reflexión. Nos ponen de frente a un hecho inevitable de la vida. Nos enfrenta a lo único seguro que tenemos, puesto que la muerte es lo único en esta vida que tiene probabilidad 1 de ocurrir.
Ocurre, sí o sí.
Nada en esta vida te asegura felicidad, prosperidad, un buen pasar, etc., pero puedes estar seguro de que no te vas a quedar aquí para siempre. En algún momento te vas a ir.
Nos vamos a ir.
Llegados estos momentos nos hacemos la pregunta: ¿qué viene después? ¿Acaso el final del proceso biológico es el final definitivo? Si consideramos que somos el resultado de millones de años de evolución de azarosas interacciones entre partículas que asombrosamente vencieron la tendencia al desorden del universo y se comenzaron a ordenar para dar lugar a la vida, cabe preguntarse: ¿millones de años de evolución para que todo se acabe en 80 años?
Es una cuestión que al ser humano no le cierra. No puede ser que todo acabe así, abruptamente, cuando el corazón deja de latir. Y lo que es peor, como seres humanos no podemos voluntariamente hacer que nuestro corazón dé un latido: los latidos del corazón son automáticos. Son como un motor en ralentí, una vez que se le dio el chispazo inicial, andará hasta que se apague, pero una vez apagado, ya no se lo puede prender. Ninguno de nosotros puede evitar que, llegado el momento, el corazón se detenga. Y no podemos hacer que siga latiendo. Es tal vez por eso que el ser humano busca trascender su propia existencia.
El primer acto de trascendencia son los hijos. Cuando en ellos vemos reflejados nuestros modismos, nuestra forma de hablar, el parecido en sus rostros, nuestras posturas, inmediatamente apreciamos que allí está nuestra continuidad. Algún día nosotros no estaremos más, pero nuestros hijos harán que nuestra mirada, nuestras posturas, o la forma en que nos reímos a carcajadas, continúen estando.
Puede parecer torpe esto que voy a escribir ahora, pero cada vez que subo a Facebook una foto de mi abuela Felicia, Facebook etiqueta automáticamente a mi tío Ricardo (su hijo). Todos somos capaces de ver el parecido entre mi tío y su madre, pero para Facebook son idénticos. Y siempre que esto ocurre, es como que Facebook nos recuerda que mi abuela sigue estando. De alguna forma sigue estando.
Trascender es evitar la muerte. Por eso muchas personas trascienden a través de la obra que han hecho, si le hicieron algún aporte a la sociedad, si se destacaron en el terreno de las letras, el arte o el deporte, etc.
¿Por qué buscamos trascender? En el fondo tenemos esa sensación de que esto no acaba acá. No puede ser que acabe acá. ¿De dónde proviene esa noción?
La Biblia nos dice que Dios ha puesto eternidad en el corazón de los hombres (Eclesiastes 3:11). Tenemos dentro de nosotros la noción de la eternidad, de algo que trasciende el mundo material. Sabemos, tal vez inconscientemente, que estamos de paso aquí, y que, por ende, no pertenecemos a aquí.
La Navidad es el tiempo de meditación en nuestra Esperanza. Jesucristo es nuestra esperanza, pues es quien nos trazó el camino que nos lleva al Hogar. Su nacimiento y obra nos regaló la entrada al cielo. Es Jesús quien nos ofrece la alegría del reencuentro con quienes se nos adelantaron.
Mi mamá escribió así de su madre cuando murió: “Me quedo una última charla porque no quería hablarte de una eminente partida. Me quedo una última charla y no me atreví, por que te vi pegadita a la vida, Pero lo bueno, en definitiva, es que tenemos una charla pendiente para cuando nos volvamos a encontrar, amiga querida”
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