Adviento 2017 – Semana #2: Paz. Reflexión #2
El Regalo de Dios es VIDA ETERNA en Cristo Jesús nuestro Señor.
Romanos 6:23
Todo bien y todo regalo perfecto vienen de arriba, del Padre de las luces.
Santiago 1:17
Estamos en las semanas previas a la navidad y no parece lógico que hablemos de la muerte de Jesús; eso quedaría para pascuas. Pero resulta imposible: Jesús nació para morir. Ese era su cometido. Dar su vida por un determinado propósito. Por eso quizás los sabios del oriente (los reyes magos) le obsequiaron mirra a María. Ellos obsequiaron oro (presente para un rey) proclamando a Jesús como Rey, obsequiaron incienso (usado para rituales de adoración divina) proclamando a Jesús como Dios, y mirra (sustancia resinosa aromática usada para embalsamar a los muertos) proclamando que este niño que acababa de nacer, iría a morir. Bueno, en definitiva, todos vamos a morir.
Ya se sabe que todo niño cuando nace, algún día va a morir. ¿Cuál es la necesidad de resaltar ese hecho, que siempre es triste, en un momento tan feliz, como el de un nacimiento? Es que la muerte de Jesús sería algo especial.
La ley de Dios indica que los padres no pagarán por el pecado de los hijos, ni viceversa, sino que cada uno dará cuenta de sus propios actos. No es que hoy estemos pagando el pecado de Adán, sino que todos somos pecadores y merecemos castigo por nuestras propias malas acciones.
Sí, es cierto que gracias a Adán nuestra naturaleza es pecaminosa, no parece racional que ante cada acto malo de nosotros, escapemos al son de: “ah bueno, culpa de Adán”. El castigo que merecemos no es el castigo por los actos de Adán, sino por nuestros malos actos. Y como se detalló en la reflexión anterior, en la medida en que cada ser humano tiene la potencialidad de cometer actos atroces, viviremos en un mundo rodeado de maldad.
La buena noticia es que Jesús nació y se convirtió en PRÍNCIPE DE PAZ. Y lo es porqué sufrió lo peor que la humanidad le puede hacer a una persona. Él venció a la muerte y es quien puede derrotar el mal en nosotros. Gracias a su muerte, Él pagó el castigo que deberíamos pagar nosotros y nos da la posibilidad de acercarnos a Él y entregarle nuestra humanidad para que Él ponga paz en nuestros pensamientos e impulsos.
Hubo un tiempo cuando el rostro de la humanidad era hermoso y agradable. Pero eso era antes de la maldición, antes que las sombras cayeran sobre Adán. A partir de ese día, hemos sido diferentes. Bestiales. Feos. Despreciables. Cascarrabias. Hacemos las cosas que sabemos que no debemos hacer y después nos preguntamos por qué las hicimos. Momentos después, comienza el remordimiento.
"¿Por qué habré hecho eso?"
La Biblia nos lo explica: No hago lo que quiero, sino lo que no quiero, eso hago (Romanos 7:15). La maldad en su máxima expresión se manifestó cuando Jesús fue azotado, torturado y escupido, para luego ser crucificado, sin haber cometido pecado alguno. Los soldados romanos sometieron a Jesús a un tratamiento indigno, infrahumano. Solamente odio salía de cada golpe, de cada insulto, y del escupitajo que le propinaron a un ya medio muerto Jesús. Un inexplicable placer en ver el dolor y la desgracia ajenas. Una ausencia total de empatía.
No es agradable escribir acerca de estas cosas, pero debemos enfrentar el hecho que hay algo bestial dentro de cada uno de nosotros. Alguien que nos hace hacer cosas que aun a nosotros nos sorprenden.
"¿Qué hay dentro de mí?"
Para esa pregunta, la Biblia tiene una respuesta de seis letras: P-E-C-A-D-O. Hay algo malo -bestial- dentro de cada uno de nosotros. El pecado. No es que no podamos hacer lo bueno. Lo hacemos. Lo que pasa es que no podemos dejar de hacer lo malo. Nuestras obras son feas. Nuestros actos, rudos. No hacemos lo que queremos, no nos gusta lo que hacemos y, lo que es peor (si hay algo aun peor), no podemos cambiar. Tratamos de hacerlo, sí. Pero:
¿Mudará el etíope su piel, y el leopardo sus manchas? Así también, ¿podréis vosotros hacer bien, estando habituados a hacer mal?
Jeremías 13:23
Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden.
Romanos 8:7
Para confirmar la eficacia de esta afirmación, se propone el siguiente reto: durante las siguientes 24 horas debes intentar vivir una vida sin pecado. ¿No puedes? ¿Una hora? ¿Cinco minutos? Esto significa que tenemos un problema. Somos pecadores. Y esto es lo que nos merecemos por ser pecadores:
La paga del pecado es muerte (Romanos 6:23)
Sin santidad nadie verá al Señor (Hebreos 12:14)
La ganancia del impío es castigo (Proverbios 10:16)
Jesucristo llevó toda esa maldad a la cruz. Cargó sobre sus hombros toda la maldad de la humanidad representada en los actos atroces de los que fue víctima. Y al cargar toda la maldad del hombre y llevarla a la cruz, literalmente mató la maldad. Venció al mal. Lo clavó en la cruz junto con Él.
Isaías 50:6: no escondí mi rostro de injurias y de escupitajos.
Esto significa, concretamente, que cada día podemos acercarnos en oración a Jesús y pedirle que tome nuestra humanidad y la crucifique junto con él. De esta manera, nuestros impulsos quedan sometidos voluntariamente al señorío de Cristo y podremos desarrollar un carácter pacífico.
Si tan solamente todas las personas sometieran sus impulsos al dominio de Cristo, tendríamos cada vez menos actos de maldad, y tendríamos un mundo de paz.
Jesús es el Príncipe de Paz, quien sufrió en sí mismo el castigo que era para nosotros y quien tiene todo el poder de intervenir nuestro carácter, para que tengamos un mundo más pacífico.
Romanos 6:23. Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.
En cada oportunidad de recordar el nacimiento de Jesús, recordemos que su nacimiento también es el comienzo de una nueva oportunidad para la paz.
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