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viernes, 7 de agosto de 2020

La maldición del así nomás

Lo atamo' con alambre, lo atamo'

Estaba Eliseo enfermo de la enfermedad de que murió. Y descendió a él Joás rey de Israel, y llorando delante de él, dijo: ¡Padre mío, padre mío, carro de Israel y su gente de a caballo! Y le dijo Eliseo: Toma un arco y unas saetas. Tomó él entonces un arco y unas saetas.
Luego dijo Eliseo al rey de Israel: Pon tu mano sobre el arco. Y puso él su mano sobre el arco. Entonces puso Eliseo sus manos sobre las manos del rey, y dijo: Abre la ventana que da al oriente. Y cuando él la abrió, dijo Eliseo: Tira. Y tirando él, dijo Eliseo: Saeta de salvación de Jehová, y saeta de salvación contra Siria; porque herirás a los sirios en Afec hasta consumirlos.
Y le volvió a decir: Toma las saetas. Y luego que el rey de Israel las hubo tomado, le dijo: Golpea la tierra. Y él la golpeó tres veces, y se detuvo. Entonces el varón de Dios, enojado contra él, le dijo: Al dar cinco o seis golpes, hubieras derrotado a Siria hasta no quedar ninguno; pero ahora sólo tres veces derrotarás a Siria.
II Reyes 13:14-19
Explicación del acto profético y la desidia de Joás. 

Estamos ante una entrevista entre el rey de Israel y el profeta Eliseo, en uno de sus últimos días de vida. Eliseo ya padecía la enfermedad que lo llevaría a la muerte. Joás se preocupa por la situación de Israel frente a los sirios, y la inminente guerra que se estaba por desatar. 
Los actos proféticos eran comunes en la antigüedad, e incluso se recogen algunos en el Nuevo Testamento (Hch 21:11). Los profetas solían dar el mensaje de parte de Dios con un acto profético. 
Los actos proféticos necesariamente deben ser tomados en serio. En ocasiones, parecen una locura, pero su simbolismo es sagrado, y no deben tomarse a la ligera ni en vano. 

Creer que por lanzar una flecha al aire se le va a ganar a un enemigo parece una locura, pero eso es precisamente lo que el profeta hace. Al poner sus manos encima de las manos del rey, le está señalando que es Dios el que le dará tanto la fuerza como la dirección, o la guía. La flecha es lanzada al este, en dirección a Siria, y cuando la flecha sale en su viaje, el profeta realiza una declaración profética: “Saeta de salvación de Jehová, y saeta de salvación contra Siria; porque herirás a los sirios en Afec hasta consumirlos”. No se trataba de una simple flecha lanzada al aire: era un mensaje de parte de Dios, que anunciaba la victoria que Israel tendría sobre los sirios en Afec. 

Pero el rey Joás no le daba la importancia debida al acto profético. Inmediatamente después, Eliseo le manda a Joas a tirar flechas contra el piso. Joás ya parecía algo fastidiado de lo que le pedía el profeta. Quizás estaba apurado, o todo le pareció una pérdida de tiempo. Pero si la primer flecha que lanzó era un anuncio de salvación, las siguientes flechas que el profeta le mandara tirar sin dudas tendrían un buen mensaje. Pero, a juzgar por el enojo posterior del profeta, el rey Joás lanzó apenas tres flechas y las lanzó de mala gana, en lugar de vaciar su aljaba con todas sus flechas contra el piso. 

El profeta dice: Al dar cinco o seis golpes, hubieras derrotado a Siria hasta no quedar ninguno; pero ahora sólo tres veces derrotarás a Siria. 

La propia actitud de Joás limitó la bendición de Dios en su vida. 

Es la maldición del así nomás. 

Se le pidió que haga algo y lo hizo “así nomás”, sin tomarlo en serio, con desidia, con dejadez. Es tremendo, pero es así. Dios tenía una bendición más grande disponible para Joás, pero el no tomarse en serio el acto profético, limitó la bendición. En este caso, solamente tendría tantas batallas ganadas como flechas lanzadas; tres. 

Así ocurrió. Más adelante en el relato, la Biblia describe los hechos tal y como los profetizó Eliseo. 

Hay muchas cosas que deberíamos tomar en serio en nuestra vida y muchas veces no lo hacemos, y eso limita el accionar de Dios en nuestra vida. 
Dios tiene enormes bendiciones para nuestras vidas, pero como dice el dicho, lo bueno es enemigo de lo mejor. Al recibir algunas bendiciones, nos conformamos con ellas y resignamos la posibilidad de seguir creciendo y alcanzar nuestro máximo potencial.

Se ve que cuando Joás supo que iba a derrotar a los sirios en Afec, se conformó con eso, y pensó: así está bien, ¿para qué más?, por eso se vio sorprendido cuando el profeta le pidió que continuara haciendo otro acto profético. Él ya estaba conforme con ganar en Afec. “Ya está, gracias, me quiero ir, nos vemos”.

Un segundito, rey. Ahora lance flechas contra el suelo.


“Uf, qué viejo pesado. Cuánto más viejo, más pesado. Bueno, le tiro unas flechitas para que no me joda más”, habrá pensado el insolente Joás. 

Muchas veces, estamos conformes con lo que tenemos, y cuando alguien nos viene a enseñar o a corregir algo de nuestras vidas para nuestro bien y para nuestro crecimiento, lo rechazamos porque no hace falta, no vemos necesidad de seguir creciendo y mejorando. 

No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.
Romanos 12:2

“Este siglo” es una expresión que se refiere al mundo cotidiano, que nos rodea, con sus costumbres y tradiciones. Es fácil quedarnos conformes con lo que el mundo nos ofrece: un buen trabajo, una buena casa, etc. Muchas personas viven materialmente bien en este mundo y no tienen inquietudes por Dios. No ponen a Dios en primer lugar ni le dan importancia. No toman en cuenta a Jesús cuando arman su agenda o sus objetivos. Lo importante es otra cosa, no lo es ni Dios, ni su Palabra, ni la Iglesia. Como consecuencia de esta actitud, podrán tener una vida bastante conforme, pero no alcanzan la plenitud de la voluntad de Dios para sus vidas: no gozan de todo lo bueno, agradable y perfecto que Dios planificó para ellos.
 
El apóstol Pablo exhorta a la iglesia en Roma, la capital del mundo de aquella época, plagada de cuanta diversión y placeres podía el hombre de aquel siglo imaginar. Era fácil par aun cristiano distraerse con todo lo que Roma tenía para ofrecerle a las personas. 

Lo mismo nos puede pasar a nosotros hoy en día. El mundo tiene muchas cosas para ofrecernos y mantenernos ocupados y entretenidos. Hay mejores cosas para hacer que leer la Biblia. Hay mejores cosas para hacer que ir a la iglesia. Hay mejores cosas para hacer que tomarme un tiempo para orar. 

Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos.
Santiago 1:22

Aun así, quizás algunas personas dedican algún tiempo a oír, puesto que resulta mucho más fácil sólo oír la palabra que poner por obra la voluntad de Dios. Por ejemplo, yo puedo concurrir a la iglesia cada domingo, solo escuchar, y que el resto de mi vida durante la semana sea como si nunca hubiese ido a la iglesia. 

Es necesario oír, sí. Pero en algún momento lo que oigo tiene que necesariamente llevarme a actuar. A cambiar. 

El mundo tiene mucho para ofrecernos para distraernos de prestarle atención a lo importante. Es fácil olvidarnos de tomarnos en serio las cosas de Dios. 
El problema con esto lo describe el apóstol Juan en su primera epístola. 

Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.
I Juan 2:17

Sería trágico que ocupáramos la mayor parte de nuestro tiempo en las cosas del mundo y no en las cosas de Dios, que son eternas. El mundo nos invita peligrosamente a la desidia, la dejadez, el descuido o la negligencia. A hacer las cosas así nomas. 
Imagínate que eres el dueño de tu propia empresa. ¿Cómo te gustaría que tus empleados actúen? ¿Cómo tú lo mandas, o así nomás, como se les ocurre a ellos?

En la vida ocurre lo mismo. No se progresa haciendo las cosas así nomás, o como a nosotros mismos se nos ocurre. Hay cosas que ya están probadas que funcionan de una determinada manera. 

Hay una rebeldía innata en el ser humano que le lleva a querer hacer las cosas como se le cante para llegar a ciertos resultados. Una experiencia así viví en uno de mis trabajos, el de profesor particular. Yo ya tenía claro qué métodos y fórmulas eran las adecuadas para resolver determinados problemas. Aun así, tenía alumnos que insistían en hacer las cosas a su manera. Era curioso. Por hacer las cosas a su manera terminaron en un profesor particular, pero bueno…

Existen muchas maneras de descuidar nuestra vida espiritual. En ocasiones, las necesidades materiales son las que nos obligan. Pasar por momentos de dificultades materiales nos lleva a dedicarnos excesivamente al trabajo y nos quita tiempo para lo importante. 
Mucho trabajo no nos permite organizar nuestro tiempo adecuadamente para leer la Palabra, concurrir a su Casa, etc. Muchas veces, es una combinación de mucho trabajo y de pasar algunas horas preocupándonos. 
Hay valores que sirven para nuestra bendición, aunque muchas veces el aplicarlos en nuestras vidas no muestran un resultado tan inmediato. 
El compromiso y la buena actitud son siempre la evidencia de lo que hay en nuestro corazón. Mostramos compromiso y buena actitud frente a las cosas que son importantes para nosotros. Y aquellas que no son tan relevantes, las solemos atender “así nomás”

Por ejemplo: ser puntuales no nos hace más espirituales. Pero ser puntuales es una característica de los exitosos. ¿Usted imagina una empresa exitosa en la que sus clientes no saben nunca a qué hora abre? ¿Usted imagina un empleado promovido a gerente, llegando tarde todos los días al trabajo? Imagínense un empresario que le deja a uno de sus empleados el encargo de abrir la empresa en el turno de la mañana: “cuento con que vas a tener el negocio abierto a las 9:00”. Pero el empleado llega tarde, y los clientes que llegaron temprano, se van a otro lugar. ¡Adiós encargado!

Muchas veces, la impuntualidad es hija del “no pasa nada”. No pasa nada si hoy llego algo tarde a la célula, los hermanos comprenderán. No pasa nada si llego al culto y ya está empezado. No pasa nada si hoy abro el negocio cinco minutos más tarde. No pasa nada… No pasa nada…

Sí, pasa. 

Y lo que pasa es que es una actitud que retrasa al progreso en tu vida. 

El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel; y el que en lo muy poco es injusto, también en lo más es injusto. Pues si en las riquezas injustas no fuisteis fieles, ¿quién os confiará lo verdadero? Y si en lo ajeno no fuisteis fieles, ¿quién os dará lo que es vuestro?
Lucas 16:10

Es un principio bíblico que uno debe ser fiel y comprometido en los detalles, para que Dios nos confíe cosas mayores. Hasta que no logres ser fiel en lo poco, difícilmente Dios te dará lo mucho. Esa es la razón por la cual para muchas personas, el tiempo pasa y no avanzan.
Algunas personas piensan que el día que tengan su propio negocio entonces van a cambiar de actitud. Ahora que son empleados, hacen las cosas así nomás, total, es la empresa de otro, si fuera mi empresa lo haría distinto. Sin embargo, pensar así es un engaño. Si no obtienes el hábito ahora, que eres empleado, te costará enormemente cuando seas el dueño. 

Ve a la hormiga, oh perezoso, mira sus caminos, y sé sabio; La cual no teniendo capitán, ni gobernador, ni señor, prepara en el verano su comida, y recoge en el tiempo de la siega su mantenimiento.
Perezoso, ¿hasta cuándo has de dormir? ¿Cuándo te levantarás de tu sueño? Un poco de sueño, un poco de dormitar, y cruzar por un poco las manos para reposo; Así vendrá tu necesidad como caminante, y tu pobreza como hombre armado.
Proverbios 6:6-11

La hormiga es un ejemplo notable. No tiene un jefe encima que le dé ordenes, como lo dice el proverbio. No tiene capitán, ni gobernador ni señor, sin embargo, no necesita tener alguien encima que le diga lo qué hacer: sabe lo que tiene que hacer y lo hace. 
Muchas veces nosotros somos como el contrario de la hormiga. Necesitamos tener a alguien encima nuestro que nos esté todo el tiempo marcando lo que ya sabemos que tenemos que hacer. No hay manera de lograr que lo podamos hacer por nosotros mismos. 

Maldito el que hiciere indolentemente la obra de Jehová, y maldito el que detuviere de la sangre su espada.
Jeremías 48:10

Indolentemente: Que no se afecta ni se conmueve, flojo, perezoso, así nomás. 

En otras palabras: Maldito el que hiciere con pereza la obra de Jehová.

Otras versiones de este versículo dicen: 
Maldito el que no haga con gusto el trabajo que el Señor encarga (DHH)
Maldito el que sea negligente para realizar el trabajo del Señor (NVI)
Maldito el que sólo aparenta hacer el trabajo del SEÑOR (PDT)

Es necesario tener en cuenta la concepción teocrática y la propensión a las frases radicales de los orientales para comprender estas expresiones que a nuestra sensibilidad cristiana nos resultan demasiado feroces. No debemos olvidar que cuando estas expresiones se escribieron, los escritores sagrados pertenecían a un estadio muy rudimentario de la revelación divina, donde el amor de Cristo todavía estaba muy lejos de ser el centro de la misma verdad. La expresión “maldito” es una expresión fuerte. En aquel entonces, era una declaración enmarcada en forma preventiva por si acaso el ejército que salía a la guerra no derrotaba totalmente a Moab. Peleaban “así nomás”, con que se rindan está bien, si se escapan dejalos. Dios había determinado la destrucción de Moab, y por ende, emite esta declaración al ejército que la fuera a atacar para que no vaya a hacerlo de forma indolente. 

Pero para nosotros hoy en día, no debe ser tomado como una maldición en sentido estricto, pero sí como una enseñanza: no hay nada bueno en hacer las cosas indolentemente. 

No es de bendición hacer las cosas así nomás. 

Y cuando dice: “maldito el que detuviere de la sangre su espada” hemos de recibir la enseñanza: nuestra lucha contra la carne no puede ser negligente. Si detenemos la espada para que no mate del todo a nuestra carne, eso no nos traerá ninguna bendición. 
No podemos tener desidia en nuestra vida espiritual, nuestro compromiso debe ser firme. 

“Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones.”
Hebreos 3:15




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