Malaquías y el diezmo
Quizás uno de los pasajes que es al mismo tiempo duro pero esperanzador en cuanto a la cuestión del diezmo está registrado en la última profecía del antiguo testamento.
Óiganme, israelitas: Si ustedes no han sido destruidos es porque yo soy el Dios todopoderoso y mi amor no cambia. En cambio ustedes, desde los días de sus antepasados, siempre han desobedecido mis mandamientos. Pero si ustedes se arrepienten y vuelven a mí, yo también me volveré a ustedes. Yo soy el Dios todopoderoso, y les aseguro que así lo haré.
Ustedes me preguntan: “¿Y de qué tenemos que arrepentirnos?”. Yo les respondo: “No es fácil que alguien me robe; sin embargo, ¡ustedes me han robado!”. Todavía se atreven a preguntarme: “¿Y qué te hemos robado?” Pues escúchenme bien: ¡Me han robado porque han dejado de darme el diezmo y las ofrendas! Todos ustedes, como nación, me han robado; por eso yo los maldigo a todos ustedes, también como nación.
Traigan a mi templo sus diezmos, y échenlos en el cofre de las ofrendas; así no les faltará alimento. ¡Pónganme a prueba con esto! Verán que abriré las ventanas del cielo, y les enviaré abundantes lluvias. Además, alejaré de sus campos las plagas de insectos que destruyen sus cosechas y sus viñedos. Tendrán entonces un país muy hermoso, y todas las naciones los considerarán muy dichosos. Yo soy el Dios todopoderoso, y les juro que así lo haré.
Malaquías 3:6-12 (TLA)
Antes de analizar estos versículos, ubiquémonos en el contexto y en el trasfondo de los mismos.
Durante la dominación del imperio persa, a los judíos se les permite regresar a Jerusalén a reconstruir el templo. Años después, Nehemías (el copero del rey Artajerjes) recibe permiso para ir a Jerusalén a reconstruir las murallas de la ciudad, que estaban en ruinas.
Nehemías es contemporáneo con el rabino Esdras, y toda una generación que no conocía la ley de Moisés. Esdras se dedica a enseñar las sagradas escrituras al pueblo y como consecuencia de ello, un avivamiento surge, el pueblo se arrepiente de sus pecados, y comienzan a enderezar sus pasos de acuerdo a los preceptos divinos.
Por primera vez en muchísimo tiempo, los judíos vuelven a diezmar para sostener a los levitas en el servicio religioso, tal cual lo disponía la ley y también las ordenanzas que el rey David había dispuesto, con cantores y músicos que alababan y glorificaban el nombre de Dios en el templo. Así había sido establecido por Dios: los levitas no deberían trabajar la tierra para sostenerse, sino que sus hermanos de las demás tribus debían sostenerlos.
Concluida la obra, Nehemías regresa a Babilonia a dar cuentas de lo que había hecho, y más tarde, vuelve a Jerusalén. Al volver, se encuentra con un panorama desolador. Todo lo que había dejado funcionando bien, ya no funciona. El capítulo 13 de Nehemías nos muestra que los judíos habían dejado de respetar el día de reposo y se habían vuelto a mezclar en matrimonios mixtos con otros pueblos. La corrupción creció tanto, que las autoridades religiosas se quedaban con el diezmo del pueblo para su propio beneficio y no lo repartían entre los levitas ni a los cantores, por lo que estos se fueron del templo a buscar trabajo en los campos para subsistir. Finalmente, luego de esto, los judíos dejaron directamente de diezmar.
En medio de este trasfondo, aparece la profecía de Malaquías.
Visto el trasfondo, vamos al contexto. En el primer capítulo, Dios comienza su mensaje reafirmando su amor por su pueblo, pero los israelitas estaban tan lejos de Dios que tienen el atrevimiento de responderle a Dios: “de veras nos amas?”. Israel no creía en el amor de Dios.
Es importante señalar este hecho: el amor de Dios es la base y sustento de toda la profecía de Malaquías. La razón de ser. La fuente del mensaje.
Yo soy Malaquías. Dios me dio la orden de comunicarles a ustedes, los israelitas, este mensaje: «Israelitas, Dios los ama». Y ustedes preguntan: «¿Y cómo nos demuestra ese amor?»
Malaquías 1:1-2 (TLA)
Todo lo que continua en la profecía es un clamor desesperado de un Dios acongojado porque su pueblo lo desprecia. Resultó que los judíos le presentaban a Dios como ofrenda animales impuros, que no valían nada porque estaban ciegos, cojos y enfermos, teniendo animales en buenas condiciones para ofrecer, como lo establece el versículo 14. En pocas palabras, la ofrenda que le traían a Dios no tenía valor monetario alguno, puesto que le traían “el clavo”, lo defectuoso, lo que no le iban a poder vender a nadie. Usaban el culto a Dios para sacarse de encima lo que les molestaba de sus ganados. Lo que valía algo, se lo quedaban para ellos.
Es tal el desprecio que la gente tenía por el culto a Dios que Dios mismo desafía a los judíos a que le lleven esos mismos animales al gobernador de Persia, si tenían suficiente valentía para hacerlo. En otras palabras, no se les ocurría presentarle esa porquería a nadie, y se la presentaban a Dios. Dios les dice: prefiero que cierren el templo y que no haya más actividad religiosa, porque para que me traigan eso de ofrenda, mejor no me traigan nada.
Es que Dios no necesita ni de nuestras ofrendas, ni de nuestro coro de hermanos que le cante canciones, ni nada de eso. El mismo se los dice:
En todas las naciones del mundo hay quienes reconocen mi grandeza, y por eso me presentan ofrendas aceptables. Pero ustedes los sacerdotes hacen todo lo contrario: me faltan al respeto, y desprecian mi altar y las ofrendas que allí se me presentan.
Malaquías 1:11-12 (TLA)
En otras palabras, Dios les dice: miren que yo no necesito sus ofrendas, ni sus cantos, ni sus honores, porque mi nombre es grande en toda la tierra, y en todos lados hay quien me alaba y me honra genuinamente.
Entonces, si Dios no necesita nuestras ofrendas, ¿para qué pretende que se le presenten ofrendas, y que encima tienen que ser perfectas, sin mancha ni defecto? La respuesta está en el inicio del mensaje: el amor.
Yo los amo - dice Dios - y si me van a presentar ofrendas, que sean ofrendas que salgan de un corazón que me ama, que responde a mi amor. Y si nuestro corazón responde al amor de Dios, nuestras ofrendas serán ofrendas gratas, buenas, y no las sobras o lo desperdicios.
En otras palabras, lo que Dios dice es: “no me tienen que presentar las ofrendas porque está escrito en un reglamento o por cumplir con una disposición. No se traen ofrendas por compromiso. Se traen por amor a mí. Es tan evidente que ustedes no me aman, que desprecian el culto a mi trayéndome desperdicios”.
Y eso no acaba ahí. No solo se le ofrecían animales defectuosos e inservibles, sino que encima los sacerdotes expresaban su fastidio con su oficio. Servían a Dios de mala gana y lo decían.
Y exclaman: “¡Qué hastío!” Y me tratan con desdén —dice el Señor Todopoderoso—. ¿Y creen que voy a aceptar de sus manos los animales lesionados, cojos o enfermos que ustedes me traen como sacrificio? —dice el Señor—.
Malaquías 1:13
Dios está acongojado porque su pueblo, el que él eligió de entre todos los pueblos, no le ama, sino que le desprecia.
En ese contexto, llega el pasaje leído anteriormente, referente a los diezmos. Repasémoslo.
Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde.
Malaquías 3:10
Lo primero que llama poderosamente la atención en este versículo es el “probadme ahora en esto”. Dios aceptando que su pueblo lo ponga a prueba. Es llamativo porque el mismo Dios nos dio orden de no ponerlo a prueba.
No tentaréis a Jehová vuestro Dios, como lo tentasteis en Masah.
Deuteronomio 6:16
En Masah no había suficiente agua para beber y el pueblo dudó si Dios estaba con ellos. Dios les hace acuerdo de que esa actitud no debería volver a ocurrir. El pueblo debía confiar en el cuidado de Dios.
Otro enfoque de esto es el que da el Señor Jesucristo cuando es tentado por el diablo, antes de iniciar su ministerio.
Y le llevó a Jerusalén, y le puso sobre el pináculo del templo, y le dijo: Si eres Hijo de Dios, échate de aquí abajo; (…) Respondiendo Jesús, le dijo: Dicho está: No tentarás al Señor tu Dios.
Lucas 4:9, 12
A Dios no se lo pone a prueba, porque él es soberano y creador; nosotros somos sus criaturas. Dios no miente, nunca falla; por ende, no corresponde que nosotros que somos mentirosos y falibles por naturaleza, lo probemos a él.
Además, ¿en qué consistiría el probar a Dios con los diezmos? ¿Diezmar tres o cuatro meses y si al cabo de ese tiempo no estoy viviendo en un barrio residencial con tres autos en el garaje, entonces no funcionó y dejo de diezmar? ¿Cuál es la medida del tiempo y la magnitud de la prosperidad mediante la cual se puede medir la prueba?
Es claro que las palabras de Dios dichas a través de profeta tienen otro sentido, y el sentido hay que buscarlo en el contexto y en el trasfondo de la profecía. Una profecía cuya base y tema principal es el amor no correspondido que Dios tiene por su pueblo. Un Dios que ama, y un pueblo que desprecia ese amor.
Toda la profecía es un clamor desesperado de Dios por llamar la atención de ese pueblo y lograr que lo ame. Un Dios que se humilla a sí mismo, que no guarda orgullo, y que busca una y otra vez que sus criaturas fijen sus ojos en él.
En ese contexto, el “probadme ahora en esto” es un clamor desesperado de Dios para que el pueblo retome aquellas prácticas que redundarán en su beneficio. ¿Qué prácticas? Rendirle culto a él (lo que implica, entre otras cosas, el diezmo, pero el también el hacer las cosas con ganas, de manera genuina, de buena gana, dándole a Dios lo mejor). No es Dios el que se beneficia cuando le rendimos culto y le traemos diezmos, sino nosotros mismos. Con tal de que diezmen, Dios está dispuesto a que lo pongan a prueba. Como sea, pero vuelvan a diezmar, se los ruego - parece decir.
Nosotros, si nos consideramos cristianos fieles que amamos a Dios, no formamos parte del público objetivo de esta profecía, porque Dios le está hablando a un pueblo infiel, ladrón, y desobediente. Y aun así, siendo el pueblo infiel, ladrón y desobediente, Dios les promete bendición y prosperidad. Si fue capaz de ofrecerle eso a semejante público, ¿no nos dará también lo mismo a nosotros, si somos un pueblo fiel y obediente?
De modo que si somos fieles y amamos a Dios, diezmamos porque le amamos, no por ponerle a prueba. No es un intercambio ni un negocio. No se diezma por avaricia.
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