Pocos días atrás concurrí
junto con mi esposa a una plaza pública para darle a nuestras hijas un momento
de recreación en los juegos infantiles allí presentes. A escasos metros de donde
nos encontrábamos hamacándolas, un grupo de cinco jóvenes, de muy buen aspecto,
bien vestidos, acompañados de un perro de raza y equipados con termo, mate, en
matera de cuero, lentes de sol y smartphones
en sus manos, disfrutaban de la soleada tarde, al igual que lo intentábamos
hacer el resto de los presentes, pero con un detalle: fumaban marihuana.
El humo exhalado por cada uno
de estos jóvenes se dirigía hacia donde estábamos, no solo yo, sino otros
padres con otros niños y de esta forma todos, adultos y niños, nos drogamos
junto con estos jóvenes.
Me sentí indignado ante una
actitud tan egoísta como la de disfrutar de la libertad personal sin importar
el perjuicio al prójimo. Tomé a mi familia y me retiré, ofuscado porque
entendía que este tipo de actitud no debería ser tolerado pasivamente, ya que
los inadaptados terminan conquistando para sí, y para sus caprichos, los
espacios que son para el disfrute de todos, y en los cuales todos debemos
disfrutar pero sin invadir ni molestar al otro.
Recordé las palabras del asesor del
Ministerio del Interior en temas de convivencia urbana, el sociólogo
Gustavo Leal, quien en su momento declaró que la pasividad sobre la apropiación
de espacios públicos es cultivar la indiferencia. Es que la indiferencia es la
consecuencia natural de los que se sienten en situación de debilidad ante el
hecho, y terminan, al decir poético de Gastón “Dino”Ciarlo, sintiendo frío y no
se quejan. Ya no se quejan.
Como sociedad nos debemos un
debate ético para meditar acerca de valores que hoy parecen perdidos, como la
cortesía. Afirmó Savater en
su artículo titulado “Preferir al otro”
(tiempodehoy.com) que preferir la conveniencia del otro antes que la nuestra, parece
ser “una especie de orgullo en no ser tan
animal como a uno le apetecería rabiosamente ser”, ya que “lo natural y espontáneo es que cada uno de
nosotros se considere el centro del mundo, el ser más importante que pisa el
planeta y ante cuyos apetitos deben inclinarse cielos y cienos”.
Lamentablemente, hoy día la cortesía ha perdido paso ante la grosería, como si
fuera algo moderno, cuando (Savater termina afirmando) “no hay nada de moderno en la grosería, que es tan antigua como la
barbarie frente a la perpetua y frágil novedad de las buenas maneras”.
La grosería no es ni más ni
menos que una forma de pereza y la vida civilizada consiste en esforzarse y
tomarse molestias. Podrán abundar reglamentaciones y prohibiciones (como la
prohibición de fumar en espacios públicos cerrados) pero ninguna ley va a
cambiar lo que es exclusivamente dominio de nuestro fuero más íntimo e interno.
Debemos tomarnos la molestia de pensar en el otro y comprometernos con acciones
de bien para el prójimo. Es la única manera de lograr la paz y la convivencia.
esd
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