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domingo, 15 de mayo de 2016

Convivencia ciudadana

Montevideo, 5 de octubre de 2014
Publicado en Ecos, Diario El País.
Pocos días atrás concurrí junto con mi esposa a una plaza pública para darle a nuestras hijas un momento de recreación en los juegos infantiles allí presentes. A escasos metros de donde nos encontrábamos hamacándolas, un grupo de cinco jóvenes, de muy buen aspecto, bien vestidos, acompañados de un perro de raza y equipados con termo, mate, en matera de cuero, lentes de sol y smartphones en sus manos, disfrutaban de la soleada tarde, al igual que lo intentábamos hacer el resto de los presentes, pero con un detalle: fumaban marihuana.
El humo exhalado por cada uno de estos jóvenes se dirigía hacia donde estábamos, no solo yo, sino otros padres con otros niños y de esta forma todos, adultos y niños, nos drogamos junto con estos jóvenes.
Me sentí indignado ante una actitud tan egoísta como la de disfrutar de la libertad personal sin importar el perjuicio al prójimo. Tomé a mi familia y me retiré, ofuscado porque entendía que este tipo de actitud no debería ser tolerado pasivamente, ya que los inadaptados terminan conquistando para sí, y para sus caprichos, los espacios que son para el disfrute de todos, y en los cuales todos debemos disfrutar pero sin invadir ni molestar al otro.
Recordé las palabras del asesor del Ministerio del Interior en temas de convivencia urbana, el sociólogo Gustavo Leal, quien en su momento declaró que la pasividad sobre la apropiación de espacios públicos es cultivar la indiferencia. Es que la indiferencia es la consecuencia natural de los que se sienten en situación de debilidad ante el hecho, y terminan, al decir poético de Gastón “Dino”Ciarlo, sintiendo frío y no se quejan. Ya no se quejan.
Como sociedad nos debemos un debate ético para meditar acerca de valores que hoy parecen perdidos, como la cortesía. Afirmó Savater en su artículo titulado Preferir al otro” (tiempodehoy.com) que preferir la conveniencia del otro antes que la nuestra, parece ser “una especie de orgullo en no ser tan animal como a uno le apetecería rabiosamente ser”, ya que “lo natural y espontáneo es que cada uno de nosotros se considere el centro del mundo, el ser más importante que pisa el planeta y ante cuyos apetitos deben inclinarse cielos y cienos”. Lamentablemente, hoy día la cortesía ha perdido paso ante la grosería, como si fuera algo moderno, cuando (Savater termina afirmando) “no hay nada de moderno en la grosería, que es tan antigua como la barbarie frente a la perpetua y frágil novedad de las buenas maneras”.
La grosería no es ni más ni menos que una forma de pereza y la vida civilizada consiste en esforzarse y tomarse molestias. Podrán abundar reglamentaciones y prohibiciones (como la prohibición de fumar en espacios públicos cerrados) pero ninguna ley va a cambiar lo que es exclusivamente dominio de nuestro fuero más íntimo e interno. Debemos tomarnos la molestia de pensar en el otro y comprometernos con acciones de bien para el prójimo. Es la única manera de lograr la paz y la convivencia.


esd

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