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lunes, 16 de mayo de 2016

Acerca del matrimonio

El matrimonio no es un estado irreversible. La gente se casa y después se divorcian y ya. Los números lo demuestran, la cantidad de matrimonios sucumbe ante la cantidad de divorcios.
El matrimonio no es un estado irreversible, pero para que el matrimonio tenga éxito, debe ser encarado como una decisión irreversible. La fortaleza del vínculo y su durabilidad dependerán del compromiso y la decisión de las partes, no de las mariposas en el estómago.
 Nuestra cultura está impregnada de un mal, el relativismo. Para el relativismo, nada es absoluto, todo es relativo y subjetivo. El relativismo acepta que cada uno forme su propia verdad de las cosas y les da legitimidad. El resultado está a la vista: la ausencia de algunos (aunque sea unos pocos) valores morales que se consideren como absolutos da a lugar al libertinaje con el que se cometen atropellos de todo tipo, con casi nula resistencia general.
Un marco de referencia absoluto, aunque sea pequeño, de algunos pocos valores colectivamente consensuados, es necesario tener en vista para poder obrar con sabiduría tanto en lo privado como en lo público, como afirmaba Platón.
De esta tendencia, el matrimonio no escapó, como tampoco escapó muchos otros aspectos de la vida cotidiana. Tendemos a encarar muchas cosas de la vida bajo las consignas de “bueno, vamos viendo”, “estamos probando”, “vamos a ver que sale”. Cuando uno encara las cosas bajo esos conceptos, el fracaso se asegura, puesto que ante las primeras dificultades, el bajarse del barco está justificado, ya que uno simplemente “estaba probando” a ver “qué salía”.
No obstante, cuando uno planifica y toma una decisión convencido, no hay lugar para el “estamos probando” ni para el “vamos a ver qué sale”. Si se está convencido, se encara, se va para adelante, y se atraviesan todas las tormentas.
Jesús nos advirtió que las tormentas vendrían a nuestras vidas. Si se nos viene todo abajo o si resiste dependerá de la “roca” sobre la cual se edificó “la casa”, haciendo una alegoría donde expresa que con fuertes y adecuados fundamentos, lo que se construye sobre eso debe resistir.
Para quienes creemos en Jesús, sus palabras y enseñanzas son ese fuerte fundamento sobre el cual, si se construye, podemos estar seguros que va a resistir.
Si un matrimonio o relación de pareja (o un negocio o cualquier proyecto de la vida) se encaran bajo premisas del tipo “nos estamos conociendo”, “vamos viendo”, queda librado al azar de los acontecimientos. Si les va bien, bárbaro. Si no les va bien, bueno, afortunadamente estas cosas son reversibles, se separan o divorcian y ya.  Las cosas quedan libradas al azar, y así libradas, poco es lo que podemos hacer para corregir rumbos o arreglarlas.
Por eso, en nuestra modesta opinión, nos pareció que el matrimonio, como cosa seria que es, debía encararse con (valga la redundancia) seriedad y planificación, pero sobre todo con convicción y basados en esos valores morales absolutos sobre los cuales pensábamos cimentar la decisión, que en nuestro caso no es más que la Palabra de Dios. Así, luego de mucha meditación y de dejar de lado las mariposas del estómago, es decir, desprovistos de la opinión de las emociones (las cuales nunca son fiables), una vez que estuvimos convencidos, decidimos tomar la decisión de casarnos. Así, convencidos, nos pusimos de novios. Y uno de los elementos que formaban esos valores absolutos (que nosotros lo tomamos y lo dimos por absoluto) es que el matrimonio es irreversible.
El principio de que el matrimonio es irreversible a nosotros nos sirvió para muchas cosas. En primer lugar para orientar nuestras decisiones día a día. Pone un norte, muestra una guía a seguir. Ante las adversidades y problemas que surgen en la vida, y de las cuales no estuvimos ajenos (Terencio), el análisis de las variables a considerar para salir de las situaciones conflictivas deja de lado la posibilidad de la extinción del vínculo. Entonces, toda solución se centra en un aspecto irrenunciable: la solución debe, indefectiblemente, contemplar la más tenaz, acérrima y absoluta imposibilidad de poner en duda la decisión original de casarse.
Para lograr esto por encima de las emociones, los sentimientos, y las circunstancias, el matrimonio se debe basar en dos elementos: decisión y compromiso.


esd

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