El retroceso
de la social democracia francesa y el avance de la extrema derecha como
consecuencia del mayo francés.
31/03/2014
La banalización de la política,
proceso que trasciende a quien escribe en virtud de los años que lleva de
iniciado, no ha estado ajena al proceso de frivolización general en el que la
sociedad está aletargadamente inmersa. En este mundo en donde las formas
importan más que el contenido, la política es sinónimo de buena publicidad, esloganes, lugares comunes y modas. Del
debate de ideas, de la discusión de programas, poco queda ya, y acaso no es
esto más que la consecuencia de una sociedad cada vez menos formada, ya que
bajos niveles de formación generan personas con bajo niveles de interés por la
información.
Así, el Uruguay tiene hoy un
presidente que fue más bien elegido por las habilidades publicistas del Dr.Costa Bonino, por ser un hombre campechano, “común
y corriente” como el vulgo: un tipo de barrio. Un estereotipo tristemente
admirado con esnobismo. Apenas a una minoría, incapaz de influir en el juego de
la democracia, le preocupó el hecho de diferenciar si está bien que un país sea
gestionado por un individuo cuyas únicas credenciales son las de ser “un tipo común”.
La simpatía del Sr. Mujica en la
sociedad uruguaya tiene como base, y tal vez único sustento, el hecho de ser un
personaje que se identifica fácilmente con la gente común, que habla con sus
modismos y usa un auto viejo. Una
persona que solo tiene como méritos el ser una persona común y corriente, no es
el perfil que una empresa de punta tiene en cuenta para contratar un directivo
o gerente, pero curiosa y contradictoriamente, a las sociedades se les ha dado
por pensar que lo que no funcionaría en una empresa, sí funcionaría gobernando
un país.
Así hemos llegado al día de hoy, en
donde en el epílogo de este gobierno, si un título hay que ponerle para
resumirlo, sería el del gobierno de las
excusas. Es que los hombres de éxito generan resultados, no buscan
subterfugios, pero si algo ha marcado la impronta del discurso del presidente,
basta con remitirse solamente a una publicación de prensa que resultó ser por
demás elocuente: la edición 400 y subsiguientes del semanario Voces.
En la citada publicación, el
presidente habló largo y sin filtros con el director del semanario, y no hizo
otra cosa que llenar de justificaciones las páginas impresas. Y las
justificaciones parecen girar en torno a un agente común: el sindicalismo.
Aparentemente, la imposibilidad de concretar reformas en Afe era culpa de los funcionarios
de Afe que “no lo dejaron”, que “no quisieron”, etc. Siguiendo, el tema
de la educación también lo tuvo de víctima, ya que no pudo no se sabe bien qué
con la UTU y entonces no se sabe bien tampoco que otra cosa hizo para salir el
embrollo. Los docentes, le han hecho paros y dejado a alumnos sin clases,
mientras todas las evaluaciones en materia de política educativa hacían
reprobar la gestión. Y para adornar la torta, diremos que Alfredo Silva, Pablo
Cabrera and company son los culpables
de todos los males de la salud
El gremio de los funcionarios públicos
parece que no le permite llevar a cabo la reforma del Estado, que para el
gobierno pasa por quitar beneficios, sacar feriados, aumentar la jornada
laboral y flexibilizar los procesos sumariales. Nulas intenciones de capacitar
a los funcionarios o de elegirlos con tamiz más fino, de elegir a los mejores,
para fortalecer la gestión pública.
En suma, todo da la impresión de que
el presidente de la república es un pobre tipo víctima de la mala voluntad de
todos. Pobre. A mí me da lástima. No por él. Sino por el lustro perdido.
Pero sería indebido cargar sobre los
hombros del actual mandatario la responsabilidad del estado general de la
política, no solo en Uruguay, no solo en el Mercosur, sino podríamos decir en
el mundo entero, mundo en el que vale más el atuendo, que lo que propone hacer
el postulante a gobernar. ¿O acaso no es muestra suficiente de este deterioro
la entrada al Palacio del Eliseo de la modelo y cantante Carla Bruni? Ni
siquiera un país que podía presumir de tener una tradición política intelectual
y de discusión de ideas, ha podido evitar la frivolidad que impera en el globo.
Posiblemente queriendo ir en contra de
esa frivolidad, el Sr. Mujica buscó trasgredir los estereotipos del gobernante
tipo y decidió no usar corbatas, usar zapatos zaparrastrosos o no cortarse las
uñas de los pies antes de mostrarlas. Ese pretendido intento de desafiar las
formas, hubiera sido loable si hubiera estado lleno de contenido, si en lugar
del gobernantes típico hubiéramos tenido un tipo desprolijo, tal vez, pero al
menos capaz.
Marchionne no usa corbata, pero es
Marchionne.
Y así, casi sin quererlo pero con
todas las intenciones, llegamos a la situación actual del mapa político
francés.
Publica Diario El País deEspaña lo siguiente:
El
partido Socialista francés (PS) ha ganado la segunda vuelta de las elecciones
cantonales, celebradas este domingo, con un 36,3% de los votos, según datos
oficiales, aún provisionales. La Unión por un Movimiento Popular (UMP), la
formación de centro derecha de Nicolas Sarkozy, con 19,7% se queda en un
segundo lugar. El ultraderechista Frente
Nacional, con un 11,3% alcanza la tercera posición y se instala definitivamente
en la vida política francesa a 13 meses de las cruciales elecciones
generales. Además, este porcentaje es algo engañoso: al tratarse de una segunda
vuelta, esta formación ultraderechista sólo se presentaba en uno de cada cuatro
cantones en liza. Es decir, su
proyección de voto, a nivel estatal, es, muy probablemente, más amplia. Un
dato importante es una abstención récord del 54%, que se explica (…) según los analistas, al desengaño y al
hartazgo de los franceses respecto de su clase política.
(el destacado es mio).
No es Francia una isla aislada de los
procesos que se llevan a cabo en el resto del mundo, sino que por estos
momentos, al estar viviendo las instancias donde se le toma la temperatura al
espectro político del país, es el ejemplo más fresco.
La social democracia europea se cae
ante el avance, lento pero firme, de la ultraderecha. Así lo demuestran las
tímidas afirmaciones de representantes de la izquierda francesa al decir que “el retroceso es menor de lo esperado"
(François Fillon) o que “no está mal”
haber mantenido la mayoría en “dos de
cada tres departamentos” (Martine Aubry).
En la otra vereda, en contraste con
los gestos adustos, se encuentran sonrisas, ya que un sondeo hecho público el mismo día de estos comicios por la cadena
France 2 ratificaba las expectativas presidenciales de Le Pen. Según esta
encuesta, la presidenta del Frente Nacional superaría ahora a Sarkozy en la
primera vuelta de las próximas elecciones presidenciales y se jugaría con el
candidato socialista la presidencia de la República en la segunda ronda (El
País).
¿Qué vinculación tiene todo esto con
el Mayo del 68? No la quiere ver solamente el que no quiere.
En su más reciente obra “La civilización del espectáculo”
(ineludible tratado analítico para quien sea, no digo culto, pero al menos
informado), el premio Nobel de literatura Mario Vargas Llosa relata:
Hace
ya de esto algunos años vi en París, en la televisión francesa, un documental
que (…) describía la problemática de un liceo en las afueras de París, uno de
esos barrios donde familias francesas empobrecidas se codean con inmigrantes de
origen subsahariano, latinoamericano y árabes del Magreb. Este colegio
secundario público (…) había sido escenario de violencias: golpizas a
profesores, violaciones en los baños o corredores, enfrentamientos entre
pandillas a navajazos y palazos, y si mal no recuerdo, hasta tiroteos.
(…)
el director señalaba que gracias al detector de metales recién instalado, por
el cual debían pasar ahora los estudiantes al ingresar al colegio, se
decomisaban las manoplas, cuchillos y otras armas punzocortantes. De este modo,
los hechos de sangre se habían reducido de manera drástica (…).
(…)
una profesora (…) explicaba que, a fin de evitar los asaltos y palizas de
antaño, ella y un grupo de profesores se habían puesto de acuerdo para
encontrarse a una hora justa en la boca del metro más cercano y caminar juntos
hasta el colegio (…). Aquella profesora y sus colegas, que iban diariamente a
su trabajo como quien va al infierno, se habían resignado, aprendido a
sobrevivir y no parecían imaginar siquiera que ejercer la docencia pudiera ser
algo distinto a su vía crucis cotidiano.
A juzgar por lo que relata el autor,
estamos asistiendo a un preocupante deterioro y desprestigio de la idea misma
del docente y la docencia, y en general, de la idea de autoridad y orden. Y
eso, innegable fruto de la lucha propiciada por algunos intelectuales por “liberarse” de un presunto “yugo” impuesto por los “propietarios de los medios de producción”,
lejos de traer liberación, han venido convirtiendo a, por ejemplo, estos
colegios franceses (así liberados) en instituciones caóticas y pequeñas
satrapías de matones y delincuentes (cualquier similitud con la realidad
cotidiana uruguaya no es mera coincidencia).
Prosiguiendo con el relato, Vargas
Llosa cita a Foucault y uno de sus brillantes ensayos donde el filósofo francés
sostenía que tanto la sexualidad, la psiquiatría, la religión, la justicia, el
lenguaje y la enseñanza habían sido siempre una de esas estructuras de poder erigidas para reprimir y domesticar al cuerpo
social, instalando sutiles pero muy eficaces formas de sometimiento y
enajenación a fin de garantizar la perpetuación de los privilegios y el control del poder de los grupos sociales
dominantes.
Es que las ideas fermentadas por
quienes desde Marx hasta Foucault se han sentido “sometidos” por las “clases
dominantes”, profundizaron a partir del Mayo del 68 el debilitamiento
generalizado de todos los órdenes de la sociedad, pero principalmente a la idea
de orden y autoridad. Aquel divertido carnaval que proclamó como uno de sus
lemas “prohibido prohibir” dio
legitimidad a la idea de que toda
autoridad es sospechosa, perniciosa y deleznable, y que el ideal libertario más
noble es desconocerla, negarla y destruirla (Vargas Llosa).
Parece saleroso observar que el poder,
ese preciso enemigo que querían combatir, no se vio afectado en lo más mínimo
con este desplante simbólico de jóvenes rebeldes, ya que en las primeras
elecciones luego de aquel mayo, la derecha gaullista obtuvo una rotunda
victoria.
Pero la autoridad, como el prestigio y crédito que se reconoce a una
persona o institución por su legitimidad (RAE), no volvió a levantar
cabeza. Y sigue diciendo el escritor peruano: “desde entonces, tanto en Europa como en buena parte del resto del
mundo, son prácticamente inexistentes las figuras políticas y culturales que
ejercen aquel magisterio moral e intelectual al mismo tiempo, de la autoridad
clásica y que encarnaban a nivel popular los maestros, palabra que entonces
sonaba tan bien porque se asociaba al saber y al idealismo… El maestro,
despojado de credibilidad y autoridad, convertido en muchos casos, desde la
perspectiva progresista, en representante del poder represivo, es decir en el
enemigo al que, para alcanzar la libertad y la dignidad humana, había que
resistir e, incluso, abatir, no sólo perdió la confianza y el respeto sin los
cuales era imposible que cumpliera eficazmente su función de educador – de
transmisor tanto valores como de conocimientos – ante sus alumnos, sino también
el de los propios padres de familia y de filósofos revolucionarios que, a la
manera del autor de Vigilar y castigar,
personificaron en él uno de esos siniestros instrumento de los que – al igual
que los guardianes de las cárceles y los psiquiatras de los manicomios - se vale el establishment para embridar el espíritu crítico y la sana
rebeldía de los niños y adolescentes”.
Y, a los efectos de este artículo,
finaliza diciendo: “La civilización
posmoderna ha desarmado moral y políticamente a la cultura de nuestro tiempo y
ello explica en buena parte que algunos de los “monstruos” que creíamos extinguidos para siempre luego
de la Segunda Guerra Mundial, como el nacionalismo más extremista y el racismo,
hayan resucitado y merodeen una vez más sus valores y principios democráticos”.
Y así es como en Francia, hoy, una
opción de carga racista y xenófoba amenaza con ciertas probabilidades de ganar.
Según El País, las razones de la consolidación de Marine Le Pen son variadas y
apuntan a que utiliza las ideas de república y laicismo para atacar a los
inmigrantes y ha hecho suya la idea del proteccionismo frente a una Unión
Europea que ya no protege a sus ciudadanos (Stéphane Rozès, profesor deSciences-Po).
Pero como los políticos no son otra
cosa que el reflejo del estado de la sociedad, el éxito del Frente Nacional es
el reflejo de que en buena parte de la población gala fermentan ideas
extremadamente nacionalistas y antiinmigracionistas.
Esto ha hecho que, como afirma el
escritor y analista Andrés Ortega, hoy la dicotomía en Europa radica entre
tecnocracia o populismo, lo que hace que tienda a palidecer la diferencia entre
izquierda y derecha, aunque la hay. Dice Ortega que frente a la tecnocracia, la
alternativa que surge es el populismo
que, desde la extrema derecha (en ocasiones desde la extrema izquierda), tienen
un marcado carácter antieuropeo; al menos contra esta Europa que se está
diseñando, aunque son esencialmente xenófobos.
Para ir de lo lejano a lo cercano,
bastaría con observar los procesos políticos en nuestro país. Para eso, la
invitación es a analizar como trepa al poder la izquierda en Uruguay. Es que,
carentes de originalidad, la izquierda uruguaya ubicó a sus enemigos en los
mismos lugares que todas las demás izquierdas del mundo, y como estrategia para
alcanzar el poder, sirvió cualquier elemento que hablara mal de los gobiernos
de turno, los criticara, y los desgastara.
En ese camino, los dirigentes de
izquierda se rodearon de todas las fuerzas vivas sociales que tuvieran alguna
crítica que hacerle a los gobiernos (representados por personas con nombres y
apellidos) o a la oligarquía (ya más difusa en su identificación, tan difusa,
que al día de hoy, según parece, no han podido con ella). Así, la izquierda, la
anarquía, el clasismo, el sindicalismo y otros, formaron un conglomerado que
tuvo como único objetivo alcanzar el poder y sacar a los que estaban.
Pero de todos esos nombrados, solo
alcanzarían el poder los que integraban las listas y los que fueron designados
por los triunfantes electorales. Los demás quedarían fuera. Por lo menos,
formalmente.
Lo más radical de la izquierda se
escindió enseguida al ver que los postulados radicales con los que se alzaron
con amplias simpatías populares no serían puestos en práctica, ni de suyo, ni
paulatinamente.
Y al sindicalismo le debían buena
parte de su victoria electoral. Consciente de esto, el mismo se sentía en
condiciones de presionar, porque entre otras cosas, bien sabe el Frente Amplio
que así como el sindicalismo hizo caer propuestas concretas de gobiernos
anteriores y contribuyó a su deterioro, también lo puede hacer con el gobierno
actual. Y como aditivo a esa realidad, el sindicalismo hoy día lleva en sus
filas muchos militantes de los escindidos, de los más radicales, y anarcos, que
encuentran en el movimiento un lugar para sus expresiones políticas.
He ahí la criatura que alimentaron
durante años, ahora ávida de ocupar un lugar que cree merecido por su esfuerzo
militante. Y he ahí un gobierno incapaz de cualquier reforma e incluso incapaz
de llevar una buena gestión por culpa, según ellos, del sindicalismo, de los
funcionarios de AFE, de los docentes y sus paros, y un largo etcétera.
Así, introdujeron en la gestión de
órganos políticos a personas que eran digitadas por los sindicatos, como en el
caso de ASSE y la educación. Luego, quisieron sacárselos de encima y, como era
obvio, no pudieron.
Lo lamentable de la especie es que la
incapacidad total de gestión de los políticos que gobiernan es tal que todas
las culpas recaen en determinadas personas que, al parecer, toda la sociedad
también conviene en señalar.
¿No será, entonces, que no existían
tales enemigos a destruir, como el establishment, o la oligarquía? ¿No será que
erraron el camino? ¿No será hora de reconocer, a la luz de los resultados, de
que es hora de que los políticos sean personas cultas, formadas, con soluciones
reales a los problemas, y no incultos enamorados de corrientes filosóficas más
o menos simpáticas? ¿No será hora de debatir seriamente si lo que precisamos en
el poder es un tipo común y corriente, un demagogo, un populista, o alguien que
sepa lo que debe hacer? ¿No será hora de que los uruguayos demandemos
credenciales más exigentes a quienes se postulan a gobernarnos? Ya tuvimos a un
tipo común y corriente, a un tipo de barrio. Creo que fue suficiente.
O acaso, ¿qué vamos a esperar? ¿El
ascenso de una extrema derecha (o izquierda) xenófoba, fascista y antisemita?
La historia nos ha dado suficientes ejemplos de lobos que se vistieron de
ovejas para traer las soluciones a los problemas de un país, quienes
aprovechándose del caos y el desorden causado por la frivolidad, han ascendido
al poder para luego mostrar su veta demoníaca.
Nuestro país es hoy caldo de cultivo.
Hay desorden, la autoridad se desconoce, quienes otrora gozaban de prestigio
legítimo, hoy son don nadies. No
parece haber quien pueda pararse firme ante el desenfreno y el daño. Nadie
parece ser lo suficientemente valiente para detener el proceso involutivo que
nos está llevando nuevamente al feudalismo. ¿Hasta cuándo vamos a desechar la
virtud de las ideas, del debate constructivo, del análisis concienzudo a cambio
de etiquetas?
esd
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